En torno a la muerte de Fidel Castro

Columna de Opinión

En torno a la muerte de Fidel Castro

Sylvie R. Moulin

Algunos lo llaman dictador sanguinario, otros lo idolatran, pero sin duda, con Fidel Castro desaparece una de las grandes figuras de nuestros tiempos, dejando una profunda huella en la historia moderna. No es por casualidad que la noticia de su fallecimiento robó las portadas a las elucubraciones de Trump, al huracán Otto y a los pirómanos de Haifa. Irónicamente, esto ocurre justo cuando uno de nuestros canales nacionales está transmitiendo un reportaje sumamente documentado sobre Cuba en tiempos de cambio, con testimonios capaces de enfurecer a muchos anticastristas.

Sean cuales sean las convicciones políticas de uno, no se puede negar el aporte de Castro en varios ámbitos, y por mucho que se molesten sus detractores, tampoco se puede negar que el laicismo y la garantía de los valores laicos constituyeron una de sus piedras de toque.

La constitución cubana de 1976 es un modelo de definición de un estado realmente laico. Estipula que “el Estado reconoce, respeta y garantiza la libertad religiosa. En la República de Cuba, las instituciones religiosas están separadas del Estado. Las distintas creencias y religiones gozan de igual consideración” (artículo 8). También señala que “la discriminación por motivo de raza, color de piel, sexo, origen nacional, creencias religiosas y cualquier otra lesiva a la dignidad humana está proscrita y es sancionada por ley” (artículo 42). Del mismo modo, estipula que las instituciones de Estado deben educar a todos sin distinción, “desde la más temprana edad, en el principio de la igualdad de los seres humanos” (artículo 42).

En el artículo siguiente, reitera que estas “distinciones” no pueden constituir un obstáculo a cualquier puesto laboral, ni afectar los sueldos, ni restringir a nadie el acceso a las instituciones de salud, ni afectar el derecho a elegir un lugar de domicilio, un servicio público, un lugar de diversión o un centro de cultura, deportes o recreación (artículo 43). Finalmente, indica que el estado “respeta y garantiza la libertad de conciencia y de religión” y precisa además que garantiza “a la vez la libertad de cada ciudadano de cambiar de creencias religiosas o no tener ninguna, y a profesar, dentro del respeto de la ley, el culto religioso de su preferencia” (artículo 55).

Más aún, el Partido comunista de Cuba ya no contempla desde los años 90, las creencias religiosas como posible impedimento para la admisión en sus filas, e incluye ahora creyentes de distintas religiones. Recordemos que Cuba ha recibido sin discriminación a líderes católicos, judíos, protestantes, musulmanes y budistas, y mezcla en su propia cultura – como toda la región del Caribe – manifestaciones de los cultos africanos practicados por los esclavos, en tiempo de la conquista española, y luego sus descendientes, como la religión yoruba. El punto es que el credo que observa uno, del mismo modo que su calidad de ateo, no es un tema relevante mientras no afecta otros valores. Uno de los documentos más interesantes al respecto es el libro Fidel y la Religión, compuesto de conversaciones e intercambios informales, y publicado en 2007 por un fraile dominico brasileño, Frei Betto (integralmente disponible en internet).

Considerando solamente este aspecto de la “huella” de Fidel Castro, podemos poner muchos de los juicios y afirmaciones arbitrarios que circularon estos últimos días en perspectiva. Podemos también preguntarnos por qué asociaciones supuestamente respetables como Amnesty International, poco después de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, evaluaban el grado de libertad de los habitantes de la isla en función de su nivel de conexión a Internet (www.es.amnesty.org), lo que supone además que los autores del estudio asumían que el acceso a Internet era “libre” para el resto del planeta, y que todos nuestros “chats” cotidianos, por muy subversivos que fuesen, permanecían dentro del grupo de amigos conectados… Y uno puede observar que en varios países también “respetables”, todavía existen niños sin acceso a la educación o a la atención médica, y otros que tienen que prostituirse para sobrevivir.

 

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