Dia Internacional del Migrante

Columna de Opinión

Día Internacional del Migrante

Gonzalo Herrera

Ayer 18 de diciembre hemos celebrado el Día Internacional del Migrante. Como todo “día internacional” establecido por las Naciones Unidas, su propósito es destinar un día a llamar la atención, reflexionar y sensibilizar a la opinión pública internacional de que existe una realidad que lleva a que, cada año, la población mundial de migrantes aumente en más de cinco millones de personas, cifra que sigue creciendo ininterrumpidamente.

A pesar que la migración es un fenómeno que se manifestó desde muy temprano en la historia de la humanidad, en los tiempos modernos, entendidos desde finales del siglo XIX hasta la fecha, ha habido una verdadera explosión de desplazamientos, motivados principalmente por razones económico-laborales o políticas en tiempos de relativa paz, que deviene en grandes flujos de refugiados en periodos de postguerra o postrevolución, agobiados por razones ideológicas, raciales o de pauperización.

 

Más allá de las razones que motiven a estos millones de personas a abandonar terruños y culturas, conformados, no olvidemos, por adultos tanto como niños y ancianos, las naciones y sus gobiernos no pueden ignorar la responsabilidad colectiva que les cabe en la protección de sus derechos humanos, sean o no afectadas por aquellos flujos migratorios. Es más, se requiere con urgencia una firme voluntad política para adoptar medidas normativas en el plano internacional, que consideren en primer lugar la cooperación de los Estados para no reducir el problema sólo a sus efectos, sino abordarlo en todas sus dimensiones, con el fin de mitigar las causas que impulsan la migración a la que estas poblaciones se ven obligadas.

Porque la raíz del problema es tremendamente compleja, casi siempre relacionada con el subdesarrollo, la crisis del capitalismo mundial, la inestabilidad política en los países de origen, invasiones, purgas raciales, terrorismo y fundamentalismos religiosos. Nada de lo que las potencias occidentales se puedan exculpar, motivadas por su intervencionismo, siempre buscando a la “facción amiga” para sus exclusivos propósitos económicos e intereses geopolíticos.

Desacertadas acciones de desestabilización en el Oriente Medio y el África Subsahariana, apoyo con armamento a quienes se alzan contra precarias democracias (y que muchas veces terminan combatiendo a Occidente), la intolerancia que ha provocado continuas y sanguinarias guerras por razones étnicas, son sin duda la OTAN y la política exterior estadounidense quienes deberían responder en primer lugar por la crueldad que afecta a los inmigrantes, que finalizando el año arroja ya casi 5 mil personas muertas en el mar, sin profundizar en las brutales condiciones que deben soportar miles de refugiados en centros de acogida de varios lugares de Europa. Las personas que huyen de la guerra, de Irak y de Siria, dan cuenta a diario de la violencia inhumana y de la inimaginable carencia de recursos básicos con que sobreviven familias, la mayoría mermadas, con sus niños a veces mutilados por bombas, testimonios de los que nuestra prensa local no considera importante difundir. Rusia tampoco está libre de los efectos de su política expansionista en el pasado, recibiendo cada año numerosos flujos inmigratorios calificados de “irregulares”, proveniente de las antiguas repúblicas soviéticas, principalmente de Asia Central o del Cáucaso.

La falta de políticas para enfrentar esta situación genera las así denominadas inmigraciones irregulares, lo que permite la expulsión violenta, negándose las más mínimas garantías de seguridad a todos aquellos que llegan a las fronteras de países de destino sin la visa correspondiente, muchas veces habiendo desafiado las más riesgosas condiciones en el viaje, con el único ánimo de salvar la existencia.

¿Es lícito que la Unión Europea siga ignorando las causas y la responsabilidad que le cabe en esta tragedia humanitaria? Ya hemos advertido en estas columnas del riesgo de los populismos de derecha que, en Francia, Austria, Italia y Alemania, pugnan por provocar el abandono de la comunidad europea, como antes lo hiciera Inglaterra, para soplar nuevamente vientos nacionalistas, dando pie a oscuros sentimientos de xenofobia y rechazo a los inmigrantes, a quienes culpan de afectar la estabilidad económica de cada uno de esos países. A partir de esta nefasta propaganda, aun en el caso de que a estas personas se les otorgara refugio, penderá sobre sus comunidades el riesgo permanente de represión policial o la acción vandálica de grupos, hasta ahora identificados como “neonazis”, dispuestos a la agresión física para atemorizarlos y forzar la salida de sus territorios.

En Chile, pese a su crecimiento, el número de inmigrantes no constituye ningún tipo de amenaza para la población, antes bien, el aporte de los extranjeros se considera positivo tanto para la economía como para nuestra diversidad cultural. Sin embargo, siguiendo el patrón antiinmigración iniciado por el Brexit y luego por Trump, ya algunos interesados en llegar a la Presidencia han intentado capitalizar votos de sectores identificados con un difuso nacionalismo. Tal vez, lo único bueno que de aquí se desprenda sea la tramitación de una nueva Ley de Inmigración, en la que conceptos de diversidad e inclusión sean los parámetros que rijan la llegada ordenada de personas que puedan encontrar en nuestro país la paz y las posibilidades de desarrollo que le asisten a todo ser humano.

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