¿Europa al borde de la guerra?

Sus temores a los tambores de guerra en Europa, expresa el periodista Angel Tristán, en Huffingtonpost.es (20/12/16), a partir de un diagnóstico que toma diferentes episodios recientes de la política europea.

Europa, tras el período sin guerras más largo de su historia, señala, desde el fin de la II Guerra Mundial, vive momentos complejos y llenos de riesgos. Este es un ingrediente en la coctelera que no se suele valorizar.

Los que sencillamente analizan la situación actual y la comparan con el clima de preguerra y con los de la guerra fría, que volvió a poner al mundo al borde del cataclismo (la crisis de los misiles en Cuba) son prontamente descalificados por esnobistas y cínicos como provocadores, tremendistas y fantasiosos.

Y es que junto al fantasma ruso han vuelto a despertar los demonios familiares europeos del populismo y el nacionalismo. La mezcla fue, literalmente, explosiva. Los nacionalismos y los populismos engendraron al fascismo, el nazismo y el comunismo, y pusieron ante el abismo a las débiles democracias de los años 30 del siglo XX. Ahora, los nacionalismos suman los que luchan por desmembrar los estados construidos en un duro y largo proceso de agregación histórica. El futuro parece ser la Europa que recorrió Julio César a la ida y la vuelta de la guerra de las Galias, con cientos de tribus, o al declive del Sacro Imperio Romano Germánico, o al estallido del Imperio Austro-húngaro, nación de naciones.

La paz fue posible gracias a dos grandes inventos. Uno: los Tratados de Roma, firmados el 25 de marzo de 1957, que crearon la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica, que con el de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) fueron los embriones de la actual UE. Dos: la Alianza Atlántica.

Las guerras, desde que las tribus, los pueblos y las naciones y reinos fueron necesitando más espacio para su desarrollo, fueron el método habitual para la conquista de territorios cuyos propietarios no se avenían por las buenas ni por las bodas. Había que ampliar los terrenos para producir, cuando la agricultura era determinante; para vender y extender los mercados, y como factor de seguridad, buscando ciudades emergentes con una naciente industria y comercio, ríos o montañas que marcaran fronteras… La creación de la Comunidad Europea creó un mercado supranacional: el Mercado Común, que luego se fue ampliando a velocidad creciente. Solucionado pues el tema de un mercado suficiente que permitiera multiplicar los negocios y la economía, la libertad de circulación de los ciudadanos fue creando una personalidad europea, en el instante adecuado: cuando Europa ofrecía bienestar y un reparto equilibrado de la riqueza.

Por su parte, la OTAN tenía dos funciones: la interior, hacer que mediante la interrelación no fuera posible que ningún país miembro pudiera desarrollar estrategias militares que pusieran en peligro la paz y seguridad colectivas; y por el otro, que las sinergias entre Europa y los EEUU y Canadá fueran un factor de disuasión frente a aventuras exteriores, y una de las condiciones previas y obvias para que Europa pudiera optar al papel de gran potencia en un espacio intermedio, pero eficiente, entre Estados Unidos, Rusia y China, que configuran un nuevo mundo con un poder multipolar.

Los nacionalismos y los populismos de extrema derecha y extrema izquierda y de extrema desvergüenza cuestionan los paradigmas que nos han guiado con éxito desde la II Guerra Mundial. Nunca ha habido una Europa que se pudiera comparar a la actual en el concierto internacional. Nunca paz tan prolongada y vigilada, tanta seguridad y tanto bienestar. Nunca tanta tranquilidad. Nunca los padres europeos tuvieron tanta confianza en que sus hijos no padecerían los horrores de una guerra.

Hasta ahora. La crisis y la ausencia de liderazgos fuertes y honestos, tras la desaparición por imperativo biológico de los últimos grandes estadistas, los que idearon el Mercado Común, Maastricht, el euro, los Erasmus, los fondos de cohesión Norte-Sur… han sido sustituidos por mediocres endiosados que han permitido que grandes masas sucumban a los encantadores de serpientes y a los hechiceros. Los desquiciados y mentirosos que provocaron el Brexit, el Frente Nacional francés, los esperpénticos italianos del payaso profesional Beppe Grillo… hasta una parte del populismo soñador de Podemos en España y los nacionalismos recalcitrantes que engordan con cuentos y con falsas cuentas, si se dieran las circunstancias, serían termitas en las vigas de la arquitectura europea. ¿Hay acaso diferencias sustanciales en el discurso de muchos populistas y nacionalistas con los de Milosevic y su «Gran Serbia»?

¿La vuelta a una nueva época oscura es sensacionalismo? se pregunta Tristán al final de su artículo. No, se responde, son sensaciones razonables. La única pócima milagrosa es que retorne la cordura. 

 

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