Henry P. «Phil» Williams III, académico norteamericano, que viene de cuatro meses de profesor en la Universidad Koc de Estambul, títulado en la Universidad de Virginia y con dos maestrías y un doctorado en Derecho Internacional de la Fletcher School of Law & Diplomacy, programa conjunto de Tufts y Harvard, ha publicado una opinión en Dailyprogress.com (15/01/17), sobre los recientes acontecimientos turcos.
Turquía fue testigo de un golpe militar mal ejecutado en julio del año pasado – dice Williams. – Llamarlo un «golpe fallido» da al incidente más sustancia de lo que el término «golpe» normalmente sugeriría: terminó en menos de 12 horas.
presidente Recep Tayyip Erdogan lo llamó un «regalo». Lo que siguió fue el verdadero golpe de estado, un «golpe civil», dirigido por Erdogan, jefe del partido gobernante.
Turquía, como Europa y América, ha estado involucrada en una prolongada guerra cultural. La guerra en particular en Turquía es una guerra fría islámica versus una secularista, luchando por el alma de un pueblo que tiene dos mentes, dos culturas. Las partes están más complicadas y divididas por las aspiraciones separatistas kurdas, sin mencionar otras cuestiones relacionadas con los derechos de las minorías.
Desde el fallido fracaso, los AK’istas han utilizado el «don» para promover su propia agenda y deshacerse sin piedad de cualquier rastro de los partidarios de Gülen y de los demás oficiales secularistas.
Y no se detiene ahí – indica Williams -. Bajo el Partido de Erdogan, la cirugía, por el hacha, ha caído sobre la policía, el poder judicial, la prensa, los alcaldes, los escritores, el mundo académico y la oposición política, especialmente la oposición kurda. Unas 40.000 personas han sido encarceladas y más de 100.000 funcionarios han sido retirados de sus puestos de trabajo, y los pasaportes se han llevado en muchos casos. Miles están en prisión esperando pruebas para condenarlos por motivos de traición.
Y el «regalo» de julio 2016 sigue dando frutos. Con altos niveles de ansiedad entre la población de Ankara, Estambul y otros lugares, el presidente está persiguiendo su antiguo deseo de cambiar la estructura del gobierno, de un sistema parlamentario a un sistema presidencial ejecutivo. El Partido de Erdogan, en cooperación con el Partido Nacionalista, propuso una serie de 21 enmiendas propuestas a la Constitución que buscan cambios en el sistema presidencial.
Si Erdogan vuelve a ser elegido presidente en 2019, como es de esperar, la República de Turquía se sentirá de alguna manera como el sultanato y el califato otomanos – un jefe, un líder espiritual, un «Yeni Türkiye» (Nueva Turquía) – con una orientación más oriental. Y algunas personas sentirán que el reloj de las reformas seculares del siglo XX habrá retrocedido por cien años.
Donde van a conducir estos cambios, y qué impacto tendrán en los patrones comerciales y, más críticamente, en la OTAN, nadie lo adivina. Si Turquía está al borde de una guerra civil más amplia y del terrorismo interno, haciendo que la OTAN se enfrente aún más a Rusia y ponga en peligro la lógica de Turquía para permanecer en la OTAN, necesitará liderazgo externo para ayudar a encontrar su camino.
Si bien las circunstancias reales son sustancialmente diferentes, sentimientos similares son sentidos por los perdedores en las elecciones Brexit y Trump. La polarización política y social en Turquía, la Unión Europea y Occidente nunca ha sido mayor. Esta realidad deja a Turquía y Occidente cada vez más inestables, cada vez más en desacuerdo internamente y entre sí, y maduros para la explotación, tal vez por Rusia.
En cualquier caso – dice Williams -, corresponde al pueblo de Turquía determinar su futuro. Ellos elegirán qué Turquía, que cultura, predominará. Me temo que el resultado dejará a una gran minoría sin voz real.
