El infame asesinato de Quebec

 

 

Khaled Belkacemi, profesor en la Universidad Laval, 60 años; Azzeddine Soufiane, geólogo, de 57 años, llevaba ya 28 años en Quebec; Abdelkrim Hassane, programador informático, de 41 años, asentado hace dos años en Canadá; Aboubaker Thabti, trabajador farmacéutico, de 44 años, vivía desde hace seis años en esa ciudad; Mamadou Tanou, contador, de 42 años. Ibrahima Barry, de 39 años, de nacionalidad canadiense. Dos eran originarios de Guinea, otros dos de Argelia y el resto de Marruecos y Túnez, y concurrían a la mezquita quebequense a orar.

Todos fueron asesinados por Alexandre Bissonnete, el fanático conservador que, en su página de Facebook, decía ser seguidor del presidente estadounidense, Donald Trump; de la líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, y de un grupo político quebequense que en ocasiones ha abogado por reformular el modelo multicultural, según informó ElPais.com (01/02/2017).

Una organización que ayuda a los refugiados extranjeros en Quebec asegura que Bissonnette adhería a “posiciones identitarias a favor de Le Pen y antifeministas”. Algunos allegados lo han descrito como solitario y buen estudiante pero que intimidaba a sus compañeros. Otros detalles señalan que fue cadete militar, regentaba un apartamento cerca de la mezquita y estaba interesado en las armas de fuego.

El Gobierno canadiense calificó el ataque a la mezquita como atentado terrorista. Ahora, los alrededores de la mezquita están repletos de carteles que apelan a la unidad y a la fortaleza de la diversidad.

Al ser interrogado por la policía, el tirador admitió su hostilidad hacia los musulmanes, según la prensa local. Aparece el perfil de una persona introvertida que manifestaba ideas radicales en Internet, que podían interpretarse como un anticipo de sus futuros actos violentos. Un hombre de menos de 30 años que ataca en solitario a una comunidad minoritaria de las cual se considera enemigo. El sello que muchos, por razones de hegemonía o de segregación, tratan de imponer contra los emigrados y aquellos que tienen ideas religiosas distintas a las históricamente determinantes, algo que la ultraderecha está agitando en todas partes del mundo.

La reacción de muchos canadienses ha sido a favor de proteger la multiculturalidad y el respeto a los derechos de conciencia. Al fin y al cabo, la historia de Canadá ha sido en favor de acoger a los migrantes con sus distintas creencias y afirmaciones culturales. Algo que el fanatismo y el conservadurismo no pueden obstaculizar y desvirtuar.

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