A misa y repicando

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 A misa y repicando

Coral Bravo

elplural.com 23/03/2017

(fragmento)

Cuatro confesiones religiosas tienen programas propios en la televisión pública española; la religión católica tiene 74 horas de emisión mensual; la evangélica, l4 horas, 13 horas la judía y 19 horas la musulmana. Al menos no llegamos a las cotas increíbles de sectas y vendedores de espiritismo de las televisiones norteamericanas, en espacios realmente vergonzantes y bochornosos.

Con todo el respeto a la libertad de pensamiento y a las creencias de cada quien, me pregunto si un Estado aconfesional debe emitir programas, proselitistas o no, de confesiones religiosas que, finalmente, son organizaciones privadas. Creo que es ése el debate. Porque estoy de acuerdo con Alberto Garzón, quien firmó la iniciativa, cuando argumentó al respecto que “es importante abrir el debate y facilitar que podamos tener una televisión cien por cien pública y laica, que es uno de los rasgos fundamentales de cualquier sociedad desarrollada”.

Ya sabemos que en este país hablar de laicidad es complicado. Es un país aún muy fuertemente adoctrinado y fusionado en el inconsciente colectivo con la religiosidad. Y, aunque el número de creyentes a día de hoy se ha reducido considerablemente, sigue habiendo no sé si respeto o temor, porque veinte siglos de sometimiento siguen estando presentes, de modos diversos, en la vida de los españoles.

De tal manera que el concepto «respeto»  suele estar, a este respecto, totalmente deformado. Porque, si varias iglesias tienen derecho a utilizar la televisión pública para expandir sus dogmas y sus doctrinas, ¿qué ocurre con los agnósticos, racionalistas, laicistas y ateos? ¿Es que las ideas que provienen de la demostración empírica y de la razón no tienen derecho a existir ni a ser difundidas? ¿Es que acaso ese segmento, cada día más amplio, de la población española no tiene derecho a tener un espacio televisivo, en el que mostrar sus creencias, sus ideas y criterios o su manera de entender la realidad? ¿Dónde está el respeto? Porque, como dice mi amiga Mar, el respeto o es recíproco o no es.

 

Y no parece haber mucho interés en otorgar a los otros el respeto que se exige para sí mismo. No quiero ni pensar la actitud de la Iglesia y de la derecha en el supuesto de que la situación fuera al revés. Si los ateos, laicos y racionalistas tuvieran derecho a once mil millones de euros anuales del Estado, si estuvieran metidos en la Educación, y en la Sanidad, si tuvieran delegaciones en todos los pueblos y ciudades de España, si todos los días hicieran reuniones proselitistas, si tuvieran un/ espacio televisivo a cargo del dinero público para realizar sus ritos y publicitar sus creencias… ¿Qué haría el clero y la derecha? No lo quiero ni imaginar. Porque, en realidad, y como decía Saramago, “los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente pasa fácilmente a la intolerancia”.

El diario ABC, siempre tan conservador, quizás ahora más que eso, sacó en primera plana a numerosos rostros de personajes públicos, como cantantes, políticos, toreros, incluso ministros de la derecha, con el titular: «Yo si voy a misa», en contraataque alas propuestas laicistas de Podemos.Realmente me parece fantástico que cada quien sea libre de elegir, insisto en el verbo “elegir”, su espiritualidad y su manera de ejercerla. No se trata de eso. Se trata de que es ésa la única “espiritualidad” que nos cuesta a los españoles fortunas incalculables, a todos, exactamente 11.000.000.000. de euros al año solo de los PGE; dinero que podría emplearse en mejorar el país, tan “recortado” en los últimos tiempos precisamente por esos que van tanto a las misas. Y es que, como decía Atahualpa Yupanqui en su canción “Preguntitas sobre dios”, es seguro que “almuerza en la mesa del patrón”.

Leía que Tamara Falcó inició una campaña de recogida de firmas “porque no se les puede dejar a los ancianitos que no salen de casa sin sus misas”, y, aunque me parece loable el luchar por lo que uno cree, me pregunto si a los mismos ancianitos se les puede dejar con pensiones vergonzosas, sin poder encender la calefacción, o sin dinero suficiente para cosas tan básicas como sus medicinas. 

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