La reivindicación de la ciencia desde la libertad de conciencia

En un artículo de Pablo Alzola, en ElDiarioExterior.com (09/04/17) de España, bajo el título “Las humanidades y la misión de la universidad (2): En defensa del conocimiento inútil»,se comenta la reedición del libro de Abraham Flexner –uno de los grandes reformadores de la educación universitaria de principios del siglo XX– titulado “La utilidad de los conocimientos inútiles” (The Usefulness of Useless Knowledge). La nueva edición del texto viene acompañada por un ensayo de Robbert Dijkgraaf –“El mundo de mañana” (The World of Tomorrow)– que repasa algunos logros científicos recientes, al tiempo que subraya cómo las ideas de Flexner no han perdido actualidad.

En los últimos años, los criterios que guían la investigación científica responden cada vez más a objetivos a corto plazo que “pueden detectar más problemas inmediatos, pero dejan de lado los grandes avances que la imaginación humana puede lograr en el largo plazo”, explica Dijkgraaf en una versión abreviada de su ensayo, publicada por The Chronicle of Higher Education.

En cada vez más países, los presupuestos estatales favorecen los estudios capaces de generar beneficios a corto plazo, menospreciando así otro tipo de saberes aparentemente inútiles, cuyo cultivo no rinde económicamente, o al menos no tanto como el de los primeros.

Frente a esta situación, Dijkgraaf reivindica en su ensayo el papel de una investigación de largo recorrido: “El progreso de nuestra era moderna, y del mundo de mañana, no depende solamente de las destrezas técnicas, sino también de la curiosidad sin obstáculos y de los beneficios –y placeres– que reporta adentrarse más allá, contra la corriente de las consideraciones prácticas”. Paradójicamente, el conocimiento que no busca una utilidad más allá de satisfacer la curiosidad que lo despierta es el más beneficioso, pues es capaz de abordar en profundidad grandes interrogantes. Con el paso de los años, “la investigación fundamental produce ideas que, lenta y pausadamente, dan lugar a aplicaciones concretas y nuevos estudios. Como suele decirse, el conocimiento es el único recurso que crece cuando se utiliza”, señala el director del IEA.

Entre los numerosos ejemplos citados por el ensayo de Dijkgraaf, destaca el de la teoría de la relatividad de Einstein: cien años después de su publicación en 1905, la que parecía una teoría abstracta tiene más impacto en nuestra vida cotidiana del que pensamos: sin ella las indicaciones de nuestro GPS relativas al tiempo y al espacio podrían desviarnos más de 11 kilómetros de nuestro destino.

La figura de Abraham Flexner es, en opinión de Dijkgraaf, el mejor revulsivo contra la tiranía del corto plazo que reina hoy en la investigación científica: “Flexner estuvo convencido toda su vida de que la curiosidad humana, con la ayuda del azar, es la única fuerza bastante poderosa para romper las barreras mentales que bloquean las ideas realmente transformadoras”. Posiblemente sea este el motivo que ha impulsado a Dijkgraaf a reeditar “La utilidad de los conocimientos inútiles”, un texto que, en su brevedad, contiene intuiciones de gran valor sobre el espíritu que debería animar toda búsqueda científica.

Las instituciones científicas deberían entregarse al cultivo de la curiosidad. Cuanto menos se desvíen por consideraciones de utilidad inmediata, tanto más probable será que contribuyan al bienestar humano y a otra cosa asimismo importante: a la satisfacción del interés intelectual”.

Cuando Flexner emplea la palabra “curiosidad”, no está poniendo el acento en la dispersión o en la superficialidad intelectual. Más bien, esta palabra hace hincapié en “la abrumadora importancia de la libertad espiritual e intelectual”. El reformador de Princeton afirma que esta libertad, en cuanto expresión de la dignidad del alma inmortal, justifica por sí sola la existencia de una institución universitaria: “Una institución que libera a generaciones sucesivas de almas humanas está ampliamente justificada al margen de que tal o cual graduado haga una contribución de las llamadas útiles al conocimiento humano”, sostiene en su ensayo. Por ello, la peor amenaza de la humanidad no es el pensador irresponsable, sino el que trata de coartar la libertad del espíritu humano.

El auge en los últimos años de dos nuevos axiomas en las universidades americanas –la corrección política y el éxito– es otro motivo de peso para reivindicar la actitud de libertad intelectual promovida por Flexner. “Hay una manera correcta de pensar y una manera correcta de hablar, y también un conjunto correcto de cosas sobre las que pensar y hablar. El secularismo se da por descontado. El ambientalismo es una causa sagrada”.

Entre un credo y otro ha quedado sepultada la “educación liberal” de la que hablaba Flexner, que consiste, según explica Deresiewicz, en “la indagación sobre las preguntas humanas fundamentales, abordadas por medio del discurso racional”, sin cortapisas de otro tipo. Se entiende que esta búsqueda en torno a las preguntas fundamentales sea necesaria, pues “pone en entredicho dos de los credos actuales del campus: la corrección política, al cuestionar sus certezas; y la religión del éxito, al poner en duda sus valores. Esta indagación recuerda la posibilidad de que hay diferentes formas de pensar y diferentes cosas por las que vivir”.

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