La ocupación del filósofo

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Sapere Aude  –  Rogelio Rodríguez

La ocupación del filósofo

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¿Seguimos necesitando a los filósofos en nuestro tiempo? Mientras los economistas nos atosigan con su “ciencia” mágica que venera al dios Mercado porque  –según ellos– resuelve todos los problemas del mundo con sus leyes omnipotentes; mientras los folkloristas del posmodernismo tratan de desarmar conceptualmente nuestra herencia ilustrada pretendiendo convertir las verdades universales de la razón en nada más que relatos culturales subjetivos o maniobras de un poder logocéntrico, falocéntrico o etnocéntrico; mientras los charlatanes de la anticiencia nos envuelven con sus cuentos de astrología, espiritismo, adivinación del futuro, visitas de extraterrestres, sanaciones psíquicas y regresiones a vidas anteriores; mientras los integrismos religiosos más cerrados, feroces y criminales amenzan con regresar a la historia a los tiempos medievales, ¿tiene algún sentido insistir en el valor del oficio intelectual, en la promoción de la investigación racional, en la defensa de la reflexión filosófica?

No puede dudarse que sí tiene sentido… y justamente porque el ejercicio del pensamiento y la búsqueda racional del saber hoy se encuentran bajo estas amenazas.  Pero, para abordar adecuadamente esta cuestión, hay que situarse en el contexto de qué es lo que inquieta reflexivamente a los filósofos, es decir, cuál es su ocupación. Y no sólo eso, sino además indagar sobre cuál es la manera peculiar que tienen de afrontar esa ocupación.

Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea de la Universidad de Barcelona, nos ofrece un libro que es como una visita guiada por los asuntos que ocupan a los filósofos y que adopta la forma de una carta de menú degustación.  El propósito de abordar en las páginas los ingredientes habituales de la dieta de un filósofo es abrir el apetito intelectual del lector, para que se preocupe por el mundo que le ha tocado vivir. Con amable buen humor escribe: “La mejor hipótesis es que el menú, además de satisfacerle, le siente bien. La mala, que le desagrade o que no consiga componerse una idea cabal de tipo de cocina que practica el filósofo”.

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A lo primero que hace frente este académico es a una especie de convencimiento difuso, pero extendido, de que hoy ya no hay gran filosofía, de que la actualidad es el territorio de la interdisciplinariedad, el eclecticismo, la disolución de los géneros, la crítica de la cultura, pero no del pensamiento teórico en sentido fuerte. Cruz señala, por una parte, que este lamento por “los buenos tiempos perdidos” en materia de pensamiento no es exclusivo de nuestra época, sino que ha sido frecuente en cada periodo histórico de la cultura occidental. Todo presente  –nos dice–  genera estupor, todo presente se dibuja confuso para quienes lo viven, y clama por su sentido.  Por otra parte, aunque muchos piensen sobre la realidad no todos piensan bien, es decir por cuenta propia, y no aceptando los tópicos generalizados que vienen impuestos por la tradición, la ideología, los prejuicios o las ocurrencias de moda.

En un mundo en que todos quieren respuestas  –y respuestas a interrogantes que no se ponen en cuestión–  el filósofo pregunta por las preguntas.  Para eso sirve: para no huir de las interrogantes, sino demorarse en ellas y analizarlas, problematizando las cuestiones desde las cuales surgen. Afirma Cruz: “Es cierto que la gente quiere respuestas, pero tal vez lo que de verdad necesite sean otras preguntas. Y resultaría bonito pensar que el filósofo, con su peculiar retranca, puede echarle una mano en la complicada tarea de encontrarlas”.

La filosofía contribuye a entender mejor nuestra realidad. Y justamente porque no es una disciplina especializada. Al contrario, la riqueza de la filosofía es poseer “una mirada suficientemente amplia y precisa, ambiciosamente abarcadora, como para determinar la jerarquía de los acontecimientos, el orden de los valores, así como las zonas en sombra, los límites que en cada momento la humanidad ha ido percibiendo, no siempre con acierto, como infranqueables”.

Del filósofo se puede decir que es inútil sólo si se espera de él que proporcione respuestas a problemas puntuales que inquieten a las personas. Pero su valiosa misión es proporcionar interrogantes. “Pero no siempre, claro está, las mismas preguntas (aquellas preguntas eternas, permanentes, inamovibles que tanto gustaban a la metafísica tradicional), sino las preguntas adecuadas a cada momento, las preguntas que nos ayudan a percibir determinados aspectos de la realidad”.

Sobre todo en lo que va de este siglo, en que experimentamos vertiginosas transformaciones en todo orden de cosas, en que la racionalidad es asaltada a la vuelta de cada esquina, se requiere del filósofo que pregunte, que dude, que cuestione, y que lo haga sin reservas. Necesitamos de la cocina filosófica platos que alimenten nutritivamente nuestro anhelo de comprensión del tiempo presente.

MENÚ DEGUSTACIÓN. LA OCUPACIÓN DEL FILÓSOFO, de Manuel Cruz. Ediciones Península, Barcelona, 2009. ISBN: 978-84-8307-897-6

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