14 de Julio, punto de partida de la laicidad

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 14 de julio, punto de partida de la laicidad

Gonzalo Herrera

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En el capítulo 24 de El Capital, Carlos Marx expone que “La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva”. Allí recogía la experiencia de muchos siglos del proceso de desarrollo de la sociedad humana, verificando el papel revolucionario que ha ejercido la violencia, a través de la cual los movimientos sociales generaron sucesivos y radicales cambios, en las relaciones políticas, en el ordenamiento jurídico-constitucional y en la esfera económica. Resulta paradójico entonces que, un hecho reconocido como la primera revolución de masas de la historia, pleno de violencia, sangre y terror, abriera paso en los siglos siguientes a consideraciones inéditas sobre la dignidad del hombre, que han permitido progresivamente reducir la lógica de la violencia para dirimir los conflictos.

La Revolución Francesa al proclamar en 1789 la Déclaration des droits de l’Homme et du Citoyen, y reconocer la libertad de pensamiento y las libertades individuales en el ámbito de las creencias, inicia el discurso moderno de los derechos humanos. Lo que ahora podríamos considerar una tímida formulación —“Nadie debe ser molestado por sus opiniones, inclusive si son religiosas, siempre y cuando su manifestación no perturbe el orden público establecido por la Ley. Art. 10—, constituyó en su momento un giro radical respecto a la intolerante imposición de lo religioso en la vida de los individuos durante el Antiguo Régimen francés, poniendo los cimientos del principio de libertad de conciencia.

 

El filósofo Bobbio consideraba que, simbólicamente, aquella Declaración consagraba la libertad, la igualdad y la soberanía popular. A partir de allí, podríamos decir entonces que la Revolución Francesa es también el punto de inicio de la compleja historia de la laicidad, porque será fuente de numerosas leyes que empezarían a concretarse a comienzos del siglo XX, la más importante sin duda, la Ley de separación de la Iglesia y el Estado, que permite elaborar una concepción laica de éste y la consiguiente secularización de la sociedad.

Previo a la separación de la Iglesia y el Estado el clero católico desempeñaba un rol hegemónico que, sin ser parte directa del poder político, incluía esferas muy amplias: la regulación del comportamiento público de las personas, la educación, la asistencia, la caridad y más. La progresiva institucionalización en el ámbito civil, nacimientos, matrimonios, divorcios, cementerios laicos, todo aquello que formaba parte de la secularización del Estado, fue un proceso caracterizado por violentos enfrentamientos, en que los sectores conservadores católicos, con el apoyo del Vaticano, estuvieron involucrados en la confrontación política del poder, utilizando todo tipo de recursos sobre una sociedad que ya se orientaba hacia las libertades propias de la modernidad.

Un hito fundamental en este proceso fue la instauración, entre 1881 y 1882, de la escuela primaria obligatoria para todos los niños y niñas, laica y gratuita. La lucha ideológica se centró a partir de allí en la controversia entre la responsabilidad del Estado de asegurar la educación de los niños y la libertad de las familias para educar a sus hijos según los valores cristianos.

Todos los grandes principios heredados de la Ilustración y de la Revolución Francesa, asumen hoy una primacía en cuanto criterios o valores concernientes a la paz y la convivencia social, universalmente reconocidos, al menos en teoría, reemplazando añejos códigos morales sostenidos por cosmovisiones religiosas.

 

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