Tomás en el Congreso

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Tomás en el Congreso

 

 Rogelio Rodríguez                                                                            

Aunque hace más de un año y medio que nos dejó, Umberto Eco no termina de sorprendernos.  Llega póstumamente a nuestras librerías el volumen I de un extenso estudio sobre la Edad Media del que fue coordinador.  Este primer tomo lleva por subtítulo Bárbaros, cristianos y musulmanes y está conformado por 865 páginas divididas en seis áreas de investigación sobre ese periodo de diez siglos que va desde la caída y desaparición del Imperior Romano hasta el nacimiento de lo que hoy conocemos como Europa, con sus países, los idiomas que todavía hablamos y las instituciones que, a pesar de las posteriores revoluciones, aún son las nuestras:  historia, filosofía, ciencia y tecnología, literatura y teatro, artes visuales y música.

Eco escribe las primeras cuarenta y tantas páginas de esta obra voluminosa: la Introducción a la Edad Media.  Aclara, en primer lugar, lo que la Edad Media no es.  En segundo lugar, repasa los aportes del Medioevo que aún podemos considerar vigentes. Y precisa, en tercer lugar, en qué sentido este periodo histórico representó algo totalmente diferente a lo que vivimos hoy.

 Leo estas páginas mientras a mi alrededor resuenan las controversias en relación con la ley que permite el aborto bajo tres causales, ley que inexplicablemente  –si tenemos en cuenta que vivimos en un estado laico, que fue aprobada democráticamente  en el Senado y que cuenta con un amplio apoyo de la ciudadanía–  sigue trabada luego de ser votada en la Cámara de Diputados.  Los obispos con sotana y sin sotana de nuestro país, que quisieran que lo que su credo llama pecados se condenaran públicamente como delitos, vociferan en nuestra prensa más conservadora con vocabulario científicamente incorrecto y estratégicamente confundidor. Hablan de “derecho a la vida” o “defensa de la vida”, así en general, cuando de lo que se trata es de la vida humana y entonces hay que atender a lo que hace humana a la vida más allá del mero ciclo biológico, considerando variables como el gradual desarrollo del embrión, la libertad de elección de la madre, posibles malformaciones que harían de la existencia un verdadero tormento, etcétera.  Igualan, con ligereza conceptual impresionante, un embrión a un “ser humano”, “una persona” e, incluso, a “un niño en el vientre de la madre”.

Al concluir la Introducción, Eco nos regala “uno de esos golpes de efecto que la cultura medieval, desde su lejanía, siempre es capaz de reservarnos, haciendo que sospechemos que se ocupó de problemas como los nuestros” (p. 40).  El autor de este golpe de efecto es nadie más y nadie menos que Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia y  –por lo que sabemos–  santo patrono de nuestros beatos, privilegiadores de condenas dogmáticas por sobre principios democráticos laicos.

Tomás sigue la tradición aristotélica que plantea que los vegetales tienen alma vegetativa, que queda absorbida por el alma sensitiva de los animales, mientras que en los seres humanos estas dos funciones quedan absorbidas por el alma racional, que es la que dota al hombre de inteligencia.  Esta alma racional es, para él, el alma en el sentido cristiano del término.

“Tomás tiene una visión  muy biológica de la formación del feto: Dios solo introduce el alma cuando el feto adquiere, gradualmente, primero el alma vegetativa y luego el alma sensitiva. Solo en ese momento, en un cuerpo ya formado, se crea el alma racional (Summa Theologiae, I, 90). El embrión, pues, solo tiene alma sensitiva (Summa Theologiae, I, 76, 2, y 118, 2)  [ … ]  He aquí por qué en el  Suplemento a la Summa Theologiae (80, 4) se lee esta afirmación, que hoy suena absolutamente revolucionaria: después del Juicio Universal, cuando los cuerpos de los muertos habrán de resurgir para que también nuestra carne participe de la gloria celeste …, en aquella “resurrección” de la carne no participarán los embriones, pues en ellos no fue todavía infundida el alma racional y, por lo tanto, no son seres humanos” (p. 42).

Esta postura del Doctor Angélico está, ciertamente, más cerca de la ciencia actual y la cultura laica que la que sostienen hoy día sus discípulos chilensis. Debieran reeler a este filósofo cristiano, quién ejercía honesta y valerosamente la reflexión intelectual.

No hay vuelta que darle. Debemos reconocer que, en medio de tanta retórica y enredo conceptual en los debates, hace falta un Tomás de Aquino en nuestro Congreso Nacional.

LA EDAD MEDIA, de Umberto Eco (coordinador). Fondo de Cultura Económica, México, 2015

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