Avance del clericalismo en Argentina

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Luis Alberto Romero, historiador e investigador principal del Conicet/UBA, ha publicado en lanacion.com.ar (01/09/17), un artículo con el nombre de “Un inquietante avance del clericalismo”, donde señala que en su larga lucha contra la pecaminosa «vida moderna», pese a algunos éxitos circunstanciales, la Iglesia viene retrocediendo en una sociedad crecientemente secularizada. Su lucha sin desmayos sólo le permite retrasar la aprobación legal de cambios ya aceptados por la sociedad.

 Su planteamiento se vincula con el hecho de que la Corte Suprema examina en estos días el reclamo de un conjunto de ONG de Salta, por la discriminación de niños no católicos en las escuelas públicas, donde la enseñanza de la doctrina católica es obligatoria.

El caso, sin embargo, llama la atención sobre el papel de la Iglesia Católica en la enseñanza pública y, más en general, sobre un cierto avance del clericalismo, entendido como la prerrogativa asumida por los clérigos de dirigir los asuntos públicos, expresa Romero, y luego agrega:

“El tema, que no es exclusivo de la Iglesia Católica, animó en el occidente medieval la lucha entre el imperio y el papado. En el siglo XIX, la consolidación de los modernos Estados centró esos conflictos en cuestiones concretas, como el matrimonio civil, que remitían al lugar de Dios en un Estado secularizado. En 1870 el papado, encerrado en el Vaticano, declaró que la Iglesia universal era una «fortaleza sitiada». Con esa clave, los católicos del mundo explicaron la situación de la Iglesia en cada uno de sus países”.

“En la Argentina no hubo «Iglesia sitiada». Por el contrario, desde la Organización Nacional la Iglesia creció pari passu con el Estado que la sostenía. Las zonas de conflicto se fueron dirimiendo, aunque, a diferencia de los vecinos Uruguay y Chile, no se llegó a la separación completa de Iglesia y Estado, y muchas cuestiones quedaron sin resolver”.

“Los desencuentros interpretativos fueron grandes en el tema educativo. Según los católicos, el Estado monopolizó la educación, excluyendo a la Iglesia, educadora natural. Pero la Constitución de 1853 había garantizado la libertad de enseñanza, y siempre hubo una variedad de ofertas educativas, religiosas, étnicas o simplemente privadas. El Estado creó su propio sistema educativo y compitió exitosamente con los privados en un mercado abierto, ofreciendo gratuidad, excelencia y un laicismo bien visto en una sociedad abierta, móvil, integrativa y plural. Tampoco se abandonó el principio federal, pues la ley 1420, basada en la «escuela de Sarmiento» de la provincia de Buenos Aires, rigió sólo en la Capital Federal y en los territorios nacionales”.

“En su larga lucha contra la pecaminosa «vida moderna», pese a algunos éxitos circunstanciales, la Iglesia viene retrocediendo en una sociedad crecientemente secularizada. Su lucha sin desmayos sólo le permite retrasar la aprobación legal de cambios ya aceptados por la sociedad, incluidos los católicos, como ocurrió con el divorcio”.

“En cambio, la Iglesia viene triunfando en su pretensión de ser la gran mediadora en los conflictos sociales. En tiempos del anticomunismo, la mediación de un sacerdote garantizaba que quienes protestaban no eran subversivos. Desde 2001 la Iglesia fue la convocante natural de las grandes mesas de consenso, suerte de eucaristía donde los problemas se solucionarían sobre la base de una creencia compartida, regulada por el privilegiado mediador”.

“En materia de educación, luego de la decepcionante imposición manu militari de la unidad en la fe, la Iglesia eligió un perfil más bajo. Multiplicó sus escuelas confesionales y presionó al Estado para que las sostuviera adecuadamente, un beneficio que también alcanzó a otras confesiones y a emprendedores privados, que en conjunto compensaron el deterioro vertiginoso de la escuela estatal. A la vez, su avance sobre las escuelas públicas se desarrolló en provincias lejanas del núcleo del debate público y donde su influencia local era mayor. Son muchas las que introdujeron la enseñanza obligatoria de la doctrina católica, que el caso de Salta pone en debate. Hoy el modesto y deteriorado sistema público es la única opción para quienes no pueden pagar otra educación. Y para ellos, en esas provincias la única opción es confesional. Una modesta realización, al fin, del reino de Dios en la Tierra”.

“Visto en conjunto, el avance actual del clericalismo es inquietante. Lo es para quienes desconfían de todos los unanimismos y apuestan a consolidar un terreno público plural y pluralista. En el mundo del catolicismo hay corrientes de opinión diferentes. Algunos se lamentan del clericalismo y están convencidos de que un apartamiento del Estado – y aun una renuncia a su sostén – redundaría en favor de una espiritualidad más auténtica y responsable. Creo que así todos viviríamos mejor”.

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