Francisco cayó a la zanja

columna de opinion

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Francisco Cayó a la Zanja

papa fco

Por Cristina Guzzo

Mientras en Roma el Papa Francisco I contenta y descontenta a propios y ajenos según el ángulo desde donde se lo mire—como siempre ha sido en la tradición eclesiástica— en su país de origen y aledaños la oposición entre adhesiones y rechazos ha llegado a un encono extremo.

A días de visitar Chile, Jorge Bergoglio, efectivamente, ha encendido la chispa de todas las batallas. En principio: ¿Por qué a Chile (y Perú) y no a Argentina, a la que le da la espalda, literalmente? Porque no están dadas las condiciones es una vieja respuesta a la que se echa mano cada vez que el Papa viene a Sudamérica y puentea a su país. Pero esa respuesta no satisface a nadie, por el contrario, exacerba las diferencias entre quienes le critican ser demasiado “peronista” y quienes lo juzgan demasiado liberal.

Esa grieta que divide a la sociedad argentina desde hace tantísimas décadas ha atrapado al Papa y así le han enviado a Chile. Que va a recibir a los mapuches porque es populista, pero si los mapuches (¿serán los otros mapuches?) le amenazan con ponerle bombas. Que no recibirá a Piñera porque es progresista y Piñera es amigo de Macri… Que Evo ha dicho que el Papa apoya la salida al mar de Bolivia contra los intereses chilenos (y peruanos). Pura analogía. La política de entrecasa se ha extendido a la coyuntura y así llega Francisco al país hermano.

Cuando escuchamos un mediodía de 2013 que Jorge Bergoglio había sido elegido Sumo Pontífice, la mayoría de los argentinos seguidos por los sudamericanos lloramos de emoción. E inmediatamente, el periodista Horacio Verbitsky publica un libro sobre la actuación supuestamente colaboracionista de Bergoglio durante los años de la dictadura militar. Y la madre de Plaza de Mayo Hebe de Bonafini sale a vociferar, como acostumbra, que el nuevo Papa es un genocida. De allí en más las organizaciones kichneristas y el mismo gobierno actúan en dominó fustigando la conducta pasada del jesuita.

Pero por esas cosas del poder, no se sabe cuál de las partes tuvo más rápido reflejo para construir una alianza, Bergoglio se reconoció peronista —de hecho, lo fue siempre, aunque no del ala izquierda—y Cristina Kirchner se calzó un sombrero negro y partió para el Vaticano. Detrás de ella desfilaría su corte con los personajes más estrafalarios y corruptos. Francisco bendijo a todos olvidando por un rato los negocios del cielo y hundiéndose en el barro del interminable peronismo. Ya había caído en la trampa. La grieta, o sea, la zanja de la barbarie argentina lo había atrapado.

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