La libertad amordazada…nuevamente

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LA LIBERTAD AMORDAZADA…NUEVAMENTE

JOSÉ MIGUEL CORRAL

Por José Miguel Corral

A principios de octubre, en una última columna para el Washington Post, Jamal Ahmad Khashoggi advertía que los gobiernos de los países de oriente «han tenido rienda suelta para continuar silenciando a los medios de comunicación en una creciente tarifa».  Añadió que los líderes regionales estaban comenzando a bloquear los accesos a Internet para así controlar el ingreso a contenidos en línea. El profesional fue más allá y acusó que Oriente Medio exhibía su propia versión de la cortina de hierro gracias a las pugnas internas por el poder en la región.

Tal vez fueron estas declaraciones –o sus acusaciones respecto a que la intervención que llevaron a cabo los saudíes en Yemen les daba la razón a aquellos que afirmaban que esta es comparable a la incursión de Rusia e Irán en Siria– las que lo condenaron a muerte.

181020 jamal khashoggiA comienzos de este año, Reporteros Sin Fronteras (RSF) presentó su informe anual 2017. En él se indicó que 54 periodistas fueron asesinados (un creciente número de estos, mujeres); 336 encarcelados y 54 secuestrados. Si eso ya parece terrible, el ente afirmó que durante los primeros nueve meses de 2018 ya han muerto más periodistas y reporteros que en todo 2017. En palabras de Alfonso Armada, presidente de RSF, “China se mantiene como la mayor cárcel del mundo de periodistas y Oriente Medio es el peor escenario para ejercer este oficio, debido a la amenaza de los grupos terroristas como Daesh y los Talibanes”.

¿Cómo plantear la lógica de la libertad individual de pensamiento y opinión en un lugar donde la noción de ciertos valores son interpretados de formas tan distintas a la occidental? Probablemente la cultura tiene mucho que decir sobre esto. Quizás, el mismo Khashoggi apuntó a la explicación más certera en una declaración al responder a aquellos que pedían un cambio del régimen: “Creo en el sistema. Solo quiero un sistema de reforma. En realidad, quiero que el sistema me dé una voz que me permita hablar».

Jamal Khashoggi era conocido en Arabia Saudita. Provenía de una familia con influencia y acomodada. Nieto de Muhammad, médico de Abdulaziz al- saudí (fundador del Reino de Arabia Saudí), era familiar del conocido traficante de Adnan Khashoggi y primo de Dodi Al Fayed. Nació en Medina en 1958 y se graduó de la Universidad Estatal de Indiana (EE.UU.). Comenzó su ejercicio periodístico en 1980 cubriendo conflictos tanto en Oriente Medio como Europa. Como dato, Khashoggi entrevistó a Osama Bin Laden cuando este aún no se convertía en líder de Al Qaida.
Las primeras luces de lo que vendría se las entregó un funcionario real, quien le sugirió dejar de enviar mensajes vía Twitter o de hacer cualquier tipo de publicación. Los ojos de algunos, al parecer, ya estaban puestos sobre sus hombros. El príncipe heredero, Mohammed bin Salman, estaba invirtiendo ingentes cantidades de dinero en relaciones públicas para mejorar su imagen y mostrarse como alguien más aperturista y liberal, por lo que cualquier asomo de crítica hacia la familia real era observado de cerca.

Khashoggi se encontraba en Turquía para contraer matrimonio con una mujer de esa nacionalidad. Acudió al consulado saudí para solicitar documentación que acreditara su condición de divorciado. Ahí vienen los primeros desaguisados entre la policía turca y los agentes del consultado, quienes aseguraban que el periodista se había retirado por una puerta trasera. Su novia denunció su desaparición al ver que este, siendo las 16 hrs, no llegaba. Se temió lo peor.

De acuerdo a información de carácter anónimo de la policía turca, Khashoggi fue interrogado mediante tortura y posteriormente asesinado por miembros del consulado. El resto es historia.

Hoy contamos con la versión oficial del gobierno saudí, el que, a través de su fiscalía, afirmó que la muerte de Jamal fue “premeditada” y que se estaban investigando a los sospechosos de este infame asesinato, de acuerdo al trabajo reunido por una comisión turco-saudí.

Ciertamente no deja de sorprender que, a la luz de todo este hecho, en pleno siglo XXI sigamos discutiendo la muerte de profesionales cuya función es aportar a los valores primordiales de la humanidad como son la libertad de expresión y de información.

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