No nos acostumbremos

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Por José Miguel Corral

Resulta horroroso siquiera pensar en la idea de acostumbrarse a la macabra escena. Creo que no debemos acostumbrarnos jamás. La matanza antisemita vivida hace unos días en la sinagoga Árbol de la Vida de la comunidad de Pittsburgh (Estados Unidos) se encarga de recordarnos que el odio y la intolerancia siguen al acecho en todas partes del mundo. El ataque contra judíos más mortífero en la historia reciente de los Estados Unidos fue el que se produjo a manos de un individuo llamado Robert Bowers y cobró la vida de 11 personas. El hecho, como era de esperar, hizo que las manifestaciones de condena fueran desde el papa Francisco hasta el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

La pregunta es si este hecho pasará al silencio y al olvido como tantos otros atentados que hemos vivido durante los últimos años. ¿Pasará a la historia como otros atentados contra la comunidad judía en Toulouse, París, Bruselas, Copenhague o el mismo Jerusalén? Me lo pregunto porque siempre los ataques a los judíos terminan en una tragedia de proporciones. Parten, generalmente, como manifestaciones públicas y ataques verbales que incluyen manifestaciones de odio y diatribas sin fundamento al caos más absoluto. En palabras del rabino Abraham Joshua Heschel, luchador incansable por los Derechos Humanos en Estados Unidos: “…El Holocausto no empezó con tanques y hornos crematorios, empezó con palabras malvadas, con lenguaje difamatorio y propaganda”.

Parece que no hemos aprendido la lección. No obstante lo vivido durante la primera mitad del siglo XX, seguimos cayendo en ataques divisionistas y prejuiciosos; hasta el día de hoy las sinagogas y los colegios judíos cuentan con protección militar en toda Europa.

¿Cómo entender todo lo que está pasando en un mundo globalizado, tecnologizado y, en apariencia, más “civilizado” que hace 70 u 80 años? Tal vez, precisamente, toda esta tecnologización de la vida es la que nos ha llevado a estar donde estamos, ya que las redes sociales permiten el envío de información con muy poco control; la televisión, que se apoya en el efectismo con fines de ganar audiencia, exacerba el hecho mismo una y mil veces; el surgimiento de populismos extremistas en la arena política que, muchas veces, contribuyen a la generación e instalación de una retórica difamatoria confrontacional. Otro tanto hacen –o dejan de hacer– las autoridades, ya que muchas veces pasan por alto estos hechos, no persiguiendo los delitos o simplemente bajándoles el perfil. El perpetrador de este horrible asesinato en masa es un antisemita declarado. De hecho, una breve pasada por sus redes sociales lo muestra como un convencido de que los judíos dominan el mundo (teoría conspirativa).

No hago referencia aquí a la infinidad de situaciones rayanas en la injusticia que hemos visto de parte del Estado de Israel a sus vecinos cercanos, porque ese es un problema de la política con minúscula, de la administraciones del Estado; no de la Política con mayúscula, esa que busca el bien común y, por extensión, de la integración de las personas cualquiera sea su condición.

Creo y espero que las autoridades, aquellas encargadas de protegernos y brindarnos la mejor calidad de vida a TODOS trabajen a diario por evitar estos hechos. Sin perjuicio de ello, la educación basada en el respeto del otro, cualquiera sea su origen, condición social, racial, económica y/o cultural será esencial para no acostumbrarnos a que cada cierto tiempo ocurran estas barbaridades. Lo anterior supone esfuerzos de personas de todas razas, nacionalidades y credos en procura de una convivencia sana, armónica y provechosa para el diario vivir. Hace unos días, Europa asistió a una manifestación, en varias ciudades del viejo continente, de un grupo variopinto de personas, cuyo nombre distintivo, #indivisibles, da cuenta del ánimo e intención que los embarga: vivir en paz, en armonía, en un contexto de respeto a los derechos y deberes de todos, sin discriminar por los orígenes o condiciones de los otros. De esta manera, dicen los indivisibles, se hace carne la democracia, la libertad y la equidad de derechos.

¡Cómo no atender a tan bello y noble ejemplo!

Acostumbrémonos a conocer, entender, respetar y valorar la diferencia, pero por nuestro propio interés, ya que a veces lo que nos dicen otros (los medios, en este caso) no siempre es lo más recomendable; no nos acostumbremos jamás a vivir junto al miedo, a la intolerancia y al fanatismo.

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