¿DESPERTAR?

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¿DESPERTAR?

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Por Wilson Tapia

Los resultados de elección legislativa de los Estados Unidos parecen haber roto una cadena de éxitos logrados por el conservadurismo en el mundo. Aunque los demócratas no pueden sentirse eufóricos por el triunfo en la Cámara de Representantes, al menos es un respiro. Los republicanos mantienen su hegemonía en el Senado, pero allí solo iba a votación una treintena de escaños -de 100- y se consideraba muy difícil que los demócratas se impusieran. El recuento de votos dice que los republicanos mantienen 51% en esa instancia. Todo esto, sin embargo, es una demostración de que el presidente Donald Trump no logró un triunfo definitivo en un ambiente en que exacerbó las diferencias políticas.

La respuesta del electorado norteamericano a su mandatario es vista por algunos como el inicio de una reacción ante el avance de políticas conservadoras que están en la base de ideas populistas. Y frente a las que se oponen propuestas también más viscerales que ideológico-políticas. Todo lo que, seguramente, es un anticipo de los juegos políticos que se nos presentarán de ahora en adelante. Pero ello también significaría que la izquierda aún no despierta de su letargo. No presenta alternativas coherentes con lo que fue y con lo que muchos, con razón, le exigen.

En América del Sur, la respuesta populista más impactante fue la elección de Jair Bolsonaro, en Brasil. Personaje sin pasado político destacable, con posturas abiertamente misóginas, homofóbicas, racistas, se impuso sobre la base del malestar de la ciudadanía. Un malestar creado por la corrupción, la violencia, el desgobierno, en todo lo cual la izquierda no puede negar responsabilidad. Lo que significa arrasar con todos los postulados de un sector que declaraba luchar por liberar al ser humano de la explotación del hombre por el hombre y así crear un mundo mejor.

El caso Bolsonaro es el más reciente -e impactante por el peso de Brasil en el continente-, pero no es el único. En general, hoy es difícil hablar de solidez política de algún electorado latinoamericano. Y si bien eso podría haber sido atribuido, en el pasado,  a la falta de educación cívica, hoy tal explicación no es válida por sí sola. Ahora, necesariamente, habría que agregar la ausencia de postulados de izquierda que muestren claramente una diferencia con lo que dicta el poder económico.

En Chile, la última oportunidad para que la izquierda mostrara sus cartas, se dio reciente con el otorgamiento de asilo, en Francia, a Ricardo Palma. El convicto por el asesinato de Jaime Guzmán convenció a la justicia gala de que aquí no había sido juzgado imparcialmente. Eso, a pesar de que el crimen fue cometido una vez que el general Pinochet había dejado el poder. En aquella época gobernaba Patricio Aylwin. Para el establishment político chileno, esa era garantía suficiente de que la democracia había llegado.  Que las instituciones democráticas funcionaban perfectamente. Y así lo han hecho saber senadores socialistas, que rechazaron el proceder de la justicia del país europeo. Olvidan que después del crimen de Guzmán, durante el gobierno de Frei Ruiz Tagle, la estructura democrática chilena fue puesta a prueba por el propio dictador. En aquella época, el aparato estatal hizo todos los esfuerzos para liberarlo de su prisión en Londres, donde se encontraba recluido a petición del juez español Baltazar Garzón. Las maniobras para su liberación las encabezó el reputado dirigente socialista José Miguel Insulza. Ya en Chile, el Estado no fue capaz de cumplir el compromiso adoptado en Londres. Pinochet no fue juzgado.  Se adujeron razones de salud. En ese período, se supone que en Chile se encontraba ya en pleno desarrollo su democracia y sus instrumentos judiciales debían operar de manera libre, soberana e independiente, Pues, no fue así.

Ahora, la incomodidad de la cancillería chilena obedece a múltiples factores. El primero seguramente es que, a su juicio, ha sido mancillado el aparato judicial chileno. Eso, además de una ofensa a los jueces, es desconocer una supuesta trayectoria sin mácula de la justicia nacional. Pero, a su vez, no reconoce que la justicia francesa tiene elementos de juicio adicionales cuando se trata de su homóloga chilena. Aquí murieron ciudadanos galos. El sacerdote católico André Jarlan fue baleado por agentes de la dictadura, en la población La Victoria. Y cuando se tuvo la oportunidad de juzgar al responsable, la impoluta justicia nacional no fue capaz de responder de manera adecuada.   

Como se puede apreciar, cuando se trata de problemas que, de alguna manera, se vinculan con la política, la globalización funciona. Coincidiendo en el tiempo con las diferencias entre el gobierno chileno y la justicia francesa, lo que ha ocurrido en los Estados Unidos es una manifestación más de algo que comienza a dibujarse donde antes estaba el mapa político tradicional. Y lo que va quedando al descubierto es que al populismo le basta con el miedo y la nostalgia como elementos de lucha. Pero al frente ya no está la izquierda que mostraba alternativas. El socialismo, con experiencias fracasadas y obnubilado por el neoliberalismo, hasta ahora no es capaz de entregar propuestas que sirvan para construir un programa sólido. Y los comunistas tal vez aún no se reponen de la desaparición de la URSS y de su espurio legado.

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