EGOLATRÍA POLÍTICA

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EGOLATRÍA POLÍTICA

wilson tapia

Por Wilson Tapia Villalobos

La desconexión entre dirigentes y dirigidos es algo frecuente en el sistema democrático. Por eso es que existe alternancia en el poder político.  Sin embargo, hay oportunidades en que las miradas de las diferentes opciones no bastan. Las razones pueden ser variadas e ir desde la ceguera inspirada por la ideología, hasta la incapacidad para captar las exigencias de un momento histórico. Pero en medio de esta amplia banda, a menudo el desencuentro se produce como consecuencia de la egolatría política. Aquella convicción de que es suficiente con el balance personal, con la capacidad de liderazgo, con la fuerza de convicción del discurso, para responder a las aspiraciones populares

La historia muestra la reiteración de estos errores. Es como si la clase política no entendiera que hay ciertas características del ser humano que resultan incompatibles con la buena conducción de la sociedad. Hoy, esa realidad golpea violentamente la cara de los adalides de la política chilena. Las manifestaciones que ha conocido el país en los últimos días es una demostración dura y tajante de que sus conductores se encuentran ajenos al sentir ciudadano. Y la sanción llega de la manera  más dura y clara: a través de la manifestación callejera. Una forma de decir a viva voz que lo realizado ha estado equivocado. Porque cuando la ciudadanía llega a las avenidas, es porque ha transcurrido el tiempo suficiente para sobrepasar todos los límites que impone el temor a la represión, especialmente en un pueblo, como el chileno, que aún tiene recuerdos vivos de lo que significa una dictadura cruel.

En la actualidad, el presidente Sebastián Piñera se encuentra en lo que, seguramente, es su puntuación más baja del respeto ciudadano: 14% cree en él. Sin embargo, no hay indicios de que tal guarismo lo haya hecho pensar en algo diferente que no sea la convicción de que el lugar en que está es la recompensa a su extraordinaria capacidad de líder. Eso quedó de manifiesto, una vez más, en la ceremonia de juramento del nuevo gabinete. El ambiente que reinaba allí era de jolgorio.  No la respuesta a una fuerte condena que le había hecho la calle por lo que estimaba una mala conducción del país. Además de que los nombres que forman su nuevo equipo administrativo son una reiteración de lo rechazado a viva voz. Lo que muchos pensaban después de que más de un millón de santiaguinos – y otros cientos de miles en todo el país- le reclamaron en las calles, no se vio ni escuchó. Sólo la soberbia puede haberlo empujado a mantener a Jaime Mañalich Muxi (independiente) y a Marcela Cubillos Sigali (UDI), como miembros de su gabinete, en carteras tan importantes como Salud y Educación. Ambos han recibido reiteradas críticas por el manejo que han tenido en sus respectivas áreas.

Además, aún quedan pendientes responsabilidades políticas que se deben asumir. Andrés Chadwick, ex ministro del Interior, tendrá que responder por la muerte de una veintena de ciudadanos. Él era el garante de las fuerzas de orden y militares que así acallaron las manifestaciones. 

Hoy es evidente que la egolatría política se apoderó de gran parte de los dirigentes chilenos. Están convencidos que porque llegaron a la Presidencia, al Parlamento o a otros cargos de elección popular, forman parte ya de una especie de personajes cuya actuación no puede ser juzgada.  Y si lo es, no debiera ser hecha con los parámetros aplicados a los chilenos comunes y corrientes. Es una situación que inevitablemente nos retrotrae a la época del antiguo Egipto, cuando los dioses traspasaron el poder a los hombres y, por un tiempo largo, acompañaron a los faraones en las arduas tareas que sólo ellos conocían. Obviamente, eran semidioses y, por lo mismo, intocables.

Resulta evidente que esto es una negación de la democracia.  Y es lo que se puede comprobar en el interior de organismos como la Cámara de Diputados o el Senado. Allí, pese a las diferencias ideológicas, impera un espíritu de cuerpo que se hace patente en el momento de fijarse granjerías.  Si no fuera así, los parlamentarios chilenos no formarían parte del selecto grupo de los representantes populares que reciben mayores emolumentos de los países de la OCDE. Para los senadores y diputados, el sueldo bruto es de $9.349.851 mensual. A ello hay que agregar gastos operacionales que, en el caso de senadores, ascienden  a $20242.101 y, en el de los diputados, a $11.242.954, mensuales.

Estas cifras son las que están siendo puestas en entredicho. El presidente y otros personajes políticos ahora han señalado la necesidad de revisarlas a la baja. Actitud que desde hace tiempo sostienen los diputados Gabriel Boric y Giorgio Jackson, quienes han planteado que el sueldo debería alcanzar a un máximo de 20 ingresos mínimos.  Es decir, $5.520.000 mensuales. 

Hoy es evidente que la egolatría política está sufriendo duros golpes. Pero entre la soberbia y la avaricia, hasta ahora hacen un sólido parapeto que impide que de las ramas del Congreso salga una sola voz apoyando la revisión de los emolumentos que allí se cobran. Es una actitud lamentable, que dificulta cualquier solución.  Y que, por lo demás, da clara muestra de que la gran mayoría de nuestros representantes están aún muy lejos de entender que lo ocurrido en Chile afecta a todos seres humanos que viven en su territorio. Y eso los incluye, aunque crean que la voluntad popular hizo con ellos lo mismo que los dioses egipcios, en la prehistoria, con los faraones.

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