El lema de los 30 pesos

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Por Sylvie Moulin

Todo explotó mientras me encontraba en Costa Rica. Lo supe por una llamada telefónica de mi hija que había caminado tres horas para volver a casa, por el cierre intempestivo del metro aquella tarde del 18 de octubre. Fuera de contexto, era difícil entender lo que estaba ocurriendo, y más todavía sospechar las proporciones que los enfrentamientos iban a tomar en un par de días. Claro, esa famosa alza de treinta pesos al precio del pasaje que confirmaba el metro de Santiago como uno de los transportes urbanos más caros del continente… De hecho, constituye después de la alimentación, el gasto más importante de las familias chilenas, lo que no deja de ser.

protestas2Nadie se acordó de la canalización de agua que había reventado en Providencia un par de días antes, repitiendo un caos del año 2016 y poniendo a Aguas Andinas en pésima postura, ni de las inundaciones que ese accidente provocó. En el metro, los usuarios empezaron por franquear las barras de acceso, engendrando fricciones con el personal de seguridad, y se sentaron al borde de los andenes para paralizar el tráfico. El gobierno decidió primero cerrar el metro hasta el lunes y luego declaró el estado de emergencia. Desde afuera, seguía arduo para mí entender la lógica de los acontecimientos, ya que un “estado de emergencia” solo se declara en caso de peligro inminente, y tomada a la rápida, dicha medida tiende a provocar un pánico generalizado en vez de abrir el diálogo. ¡Sobre todo en un país regularmente afligido por terremotos y que ya ha vivido un golpe militar seguido por dieciocho años de dictadura! Ese día, parece que faltó sangre fría y sentido común en la Moneda.

Claro que el aumento del pasaje de metro solo fue la gota que colmó el vaso. Y la tensión se iba intensificando porque las reacciones de las autoridades hacían sospechar que no tomaban en serio las reclamaciones cotidianas de los ciudadanos. En ese caso, el ministro de Economía les sugirió simplemente ir a trabajar más temprano o volver a casa más tarde para evitar la hora punta, sabiendo que esto no significaría remuneración adicional para los usuarios. Con ese detalle de mal gusto reventó todo, ya que las reivindicaciones iban fermentando ya desde hace mucho tiempo, alimentando manifestaciones regulares durante los últimos años.

Manifestaciones contra las AFP por supuesto, instaladas en 1982, plena dictadura, y sus gestores que acumulan fortunas mientras los beneficiarios reciben migas insuficientes para llevar una vida decente. Contra el sistema de salud, también muy desigual, con el cual muchos se quedan en listas de espera y ponen su vida en peligro, mientras los estudios confirman que solo 20% de los chilenos pueden acceder a una atención medica de calidad. Conozco personalmente a dos septuagenarios quienes han estado en dichas listas por dos años ya, uno para una operación de tumor renal, otro para prótesis de ambas caderas. Sin noticia.protestas3

Contra el sistema de educación, otro sector de segregación:  escuelas para pobres y para ricos, muchos docentes con sueldos insuficientes, y una de las enseñanzas superiores más caras del mundo, al lado del Reino-Unido. Otra “gota que colmó el vaso” en esta área, el aviso del ministerio de eliminar a historia y educación física como materia obligatoria para los dos últimos años de enseñanza secundaria a partir de 2020.

Se añadió a esas reivindicaciones la privatización del agua, que también nos distingue tristemente del resto del planeta y es otra herencia de la dictadura, el aumento vertiginoso del costo de la luz – más de 10% el último año – y numerosos escándalos de corrupción que ponen repetidamente el país en las portadas. Esta lista, por supuesto, no es exhaustiva. En resumen, si Chile es el país de América latina con el más alto ingreso por habitante, sigue siendo el con la más alta desigualdad social. ¿Entonces cómo reaccionar cuando en medio del delirio general, Ignacio Briones, ministro de Hacienda, declaraba en televisión el 3 de noviembre: “No toda desigualdad es injusta, no toda desigualdad es mala”?

Esa explosión masiva, entonces, la viví primero desde afuera, por testimonios directos y luego por los canales de televisión que empezaron a transmitir las informaciones minuto a minuto, sin mostrar necesariamente la objetividad necesaria.

protestas4El primer error del presidente, a mi parecer y el de muchos analistas, fue declarar un toque de queda y sacar al ejército en la calle, algo que evitar en un país que experimentó dieciocho años antes un golpe militar. Este pasado 11 de septiembre, como cada año, manifestaciones en homenaje a las víctimas y a los desaparecidos se habían desarrollado en todas partes. La gente recuerda, no puede olvidar, las heridas no se sanaron y no se sanarán nunca…

Siguiendo en su estilo Gaston Lagaffe1, Sebastián Piñera declaró el país “en guerra”, unos días después de haberlo definido como “un verdadero oasis en medio de esta América latina convulsionada”, añadiendo que era una “democracia estable”, en pleno crecimiento, lo que obviamente le trajo sarcasmos feroces. (https://www.cooperativa.cl/noticias/pais)  Guinda en el queque, su esposa, espantada por los eventos, comparó a los manifestantes con extraterrestres – lo que nadie le perdonó tampoco… justo antes de Halloween. No se les escapó el detalle a muchos de los que estaban preparando su disfraz para la noche del 31!!!

Para culminar, Chile se preparaba a recibir los principales líderes mundiales para el APEC en noviembre y la COP en diciembre. Frente a la situación, ambas conferencias fueron anuladas, decisión que el presidente declaró basada “en un sabio principio de sentido común.” Entonces se acusó a todo el mundo de haber generado los eventos, Castro, Maduro, Putin… lo importante era acusar a alguien y no reconocer los errores. Los astrólogos se asomaron también, buscando una explicación astral, sin que nadie les diera mucho crédito. Fuera del país, las declaraciones permanecían más prudentes, como si nadie entendiera bien lo que ocurría.

Mientras tanto, volví de Costa Rica. Un vuelo con poco pasajeros, la llegada a las tres de la madrugada en un aeropuerto en estado de letargo, una vuelta al centro en un transfer casi vacío. Vivo en la comuna de Santiago, cerca del Cerro Santa Lucia y de la Biblioteca Nacional, a misma distancia de la Universidad Católica y de la Universidad de Chile. Un sector bien simpático y tranquilo en tiempo normal. Pero esa mañana, en las calles todavía desiertas, iba descubriendo un espectáculo apocalíptico, todas las fachadas cubiertas de grafiti y de telas pintadas, por todas partes restos de barricadas y montones de basura incendiados, ningún semáforo operacional, ninguna parada de bus. A la entrada de la calle San Isidro, no quedaba ni estación de metro ni negocios. Llegando frente a mi edificio, agradecí al chofer y entré corriendo en estado de shock.

El día siguiente, impulsada por la curiosidad, empecé a recorrer la ciudad y descubrí el “otro Santiago”, de hecho, el que llaman “Sanhattan” (Providencia, Vitacura y Las Condes), que estaba completamente intacto, como refugiado en una burbuja milagrosa, con paredes limpias, negocios intactos y circulación fluida. ¡Si los habitantes no vieran televisión, no hubieran sospechado lo que estaba pasando en el resto del país!!! Porque mientras tanto, lo que se había iniciado en el metro de Santiago estaba sacudiendo Chile de norte a sur.

Se creó una suerte de psicosis, un miedo que agarra el estómago y quita el sueño, pero era difícil definir ese miedo y precisar lo que uno teme. La violencia por supuesto, porque las manifestaciones suelen empezar con tranquilidad y terminar con ataques brutales de los carabineros, no solo un par de lacrimógenas, sino golpes salvajes y tiros a la cara que ya dejaron unas doscientas personas ciegas. La policía chilena es afamada por su brutalidad y confirmó tristemente su reputación… A esa violencia se suman los “infiltrados”, que no representan ninguna causa ni posición precisa y destruyen por el placer de la destrucción. En la madrugada, los sectores afectados parecen despertar de un bombardeo.

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Cada noche viene el cacerolazo, hasta que los actores se agoten o que la policía los disperse, cada día una marcha. Una de las más impresionantes fue la del 25 de octubre, que juntó en Santiago más de 1.200.000 personas, sin contar las que desfilaron en todas las ciudades del país, un récord en la historia de Chile. Casi todas, desde el primer día, inician en Plaza Italia…

Participé en varias manifestaciones, la primera en Costa Rica, frente a la embajada de Chile de San José. Empezó con cacerolazo y representación teatral de un grupo de jóvenes evocando sombríos recuerdos de la dictadura, para terminar frente a la sede de la Corte Interamericana de les Derechos Humanos, con un discurso del actor Leonardo Perucci. Ahí encontré a gente de toda edad y todo estilo, pero nunca olvidaré a una pareja de chilenos que se habían refugiado en Costa Rica poco después del golpe de 73 y habían decido permanecer en su país de asilo…

Al volver a Santiago, el 1 de noviembre, me junté a la Marcha del Luto, un cortejo silencioso de mujeres que siguió la arteria principal de la capital desde el metro Salvador hasta el palacio de la Moneda. Nuestra ropa negra, acompañada de una flor o un pañuelo blanco, exprimían claramente su mensaje. Algunas tenían un ojo cubierto para evocar las mutilaciones provocadas por la policía que ya empezaban a acumularse. En las veredas, los carabineros estaban dispuestos a intervenir, esperando la menor falla, pero no tuvieron esa oportunidad. Llegando a la Moneda, nos sentamos en el suelo para cantar El derecho de vivir en paz… Esa canción emblemática, compuesta en 1971 por Victor Jara en el marco de la guerra de Vietnam, ha sido reinterpretada con frecuencia esas últimas semanas, por bailarines y cantantes del Teatro Municipal, y por actores y músicos de todos estilos. Sigue vivo su mensaje…protestas8

En las otras marchas que participé, siempre se notaba la esperanza, pero también una frustración creciente. Me preguntaba cada vez cuántas de esas personas que bajaban ahora a la calle habían votado en las elecciones presidenciales de 2017 que no llegaron a 50% de participación. Estos últimos días, circulaban en las redes mensajes anunciando de nuevo las peores catástrofes, todas de fuentes supuestamente bien informadas, concluyendo con el consejo de juntar reservas de comidas.

Ayer se celebraba el aniversario del asesinato de Camilo Catrillanca, comunero Mapuche asesinado por un tiro en la espalda, disparado por un carabinero, el 14 de noviembre de 2018. Una oportunidad perfecta para el pueblo de marchar con violencia, con todo el rencor acumulado, para dar a la policía la oportunidad de entrar de nuevo en acción violenta y al gobierno de mostrar su autoridad…. declarando un estado de sitio por ejemplo. Pero esa oportunidad, no se les dio, y a pesar de todos los rumores que circulaban anoche, alrededor de las tres de la madrugada se acordó el plebiscito para una nueva Constitución. La Plaza Italia amaneció cubierta de sábanas blancas, con un gran lienzo llevando la palabra “Paz” en el monumento dedicado al General Baquedano.

Sin embargo, como el ser humano, por naturaleza propia, nunca se siente satisfecho de nada, ya sobran los que encuentran ese logro como insuficiente y piden más, ignorando seguramente que sin cambio de la Constitución será casi imposible realizar otros progresos. Este movimiento no está terminado. Es una sacudida profunda, un seísmo de gran magnitud que ya causó víctimas injustas y tendrá repercusiones enormes. El gobierno pensó ingenuamente, o fingió pensar, que era suficiente anular el aumento del pasaje de metro para que la gente volviera tranquilamente a su casa a mirar televisión. Se dio cuenta en esas cuatro semanas que el problema era mucho más complejo, que no había empezado en una semana, ni siquiera en una década. Se creó de a poco una factura profunda entre dos extremos de la sociedad, y la clase media se puso cada día más vulnerable. Esa nueva Constitución es el primer paso, porque la que rige el país ahora fue impuesta bajo la dictadura por los militares y sus aliados civiles. Se habló primero de la “Revolución de los 30 pesos”, pero el lema que quedará es: “No son 30 pesos, son 30 años”. 

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Personaje de historieta belga creado en el año 1957 por André Franquin, que se caracteriza por sus metidas de pata.

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