BARJAVEL REDESCUBIERTO

columna de opinion

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BARJAVEL REDESCUBIERTO

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por Sylvie R. Moulin

En estos tiempos complejos, en los cuales un virus particularmente feroz salió de control y se transformó en pandemia aquejando los cinco continentes, han llegado por todas partes imágenes de fin del mundo, sacaron del sombrero a declaraciones de videntes macabros y predicciones de Nostradamus y se esparcieron dibujos “humorísticos” de todas tendencias e idiomas, mostrando animales caminando felices en espacios desiertos y burlándose de humanos reclusos detrás de rejas.

 

Recordé la novela de René Barjavel publicada en 1981, Una rosa en el paraíso, en la cual el planeta, transformado en pesadilla, está a punto de reventar. El personaje principal, Mr. Gé, arquetipo del multimillonario ultra potente, anuncia ese cataclismo que destruirá todo y dejará un sobreviviente. La Tierra “quedará raspada, quemada, escaldada, quizás se volcará, hará volteretas, cambiará su rumbo, pero sobrevivirá. Y un día u otro, cuando se enfoque en un nuevo itinerario celeste, cuando haya puesto en su lugar sus aguas y tierras coronadas de aire enfriado, cuando las radiaciones estén apagadas, un día, la vida podrá empezar de nuevo… Pero estamos ahora al último límite de esa posibilidad!” (p. 78). Mr. Gé concibe entonces un refugio subterráneo manejado por un computador y habilitado para recibir a cinco seres humanos –él mismo más una pareja con sus hijos gemelos– que vivirán veinte años en autarquía con lo estrictamente necesario para su existencia. Todo será producido dentro del refugio, incluso el aire que respirarán. Historia ingenua, por supuesto, pero en este momento, resulta casi familiar.

Esta novela utópica alude a varios hechos históricos y realidades sociales. Hasta los más impíos reconocerán claramente una referencia “moderna” al arca de Noé, ahora transformada en una estructura hundida en la tierra, de ciento veinte metros de alto y treinta de diámetro y dividida encinco pisos: arriba se encuentran los humanos, más abajo los animales, luego los vegetales, y en los últimos pisos la maquinaria que permite el funcionamiento de todo y las herramientas para mantenerla sin falla. La alimentación también refleja un pensamiento moderno, llega por un distribuidor infalible, tiene la apariencia de un producto natural, pero sin serlo, y responde a las preocupaciones de sus consumidores: “El pollo asado por ejemplo estaba asado pero no era pollo.

Disimulado bajo el sabor y la consistencia del pollo asado, era un alimento completo incluyendo todos los nutrientes necesarios al funcionamiento de seres humanos en un espacio confinado, incluso las vitaminas, las enzimas, los oligoelementos y las bacterias programadas. Sin una caloría de más” (pp. 104-5).

Versión nueva del arca de Noé, por supuesto, pero también caricatura de la sociedad de consumo, que engaña al ser humano en una ilusión de felicidad y bienestar que se convierte en dictadura. Mr. Gé, poderoso y adinerado habitante del parque de Saint-Cloud siempre vestido de blanco, es un “nuevo Noé” pero ahora la tecnología le permite ejercer un control total. Por lo tanto, concibió un espacio que funciona en circuito cerrado bajo control informático y, antes de iniciar el proceso, hizo reventar todas las bombas que quedaban en el planeta. Una vez que está encerrado con los seres de su elección en esta estructura, gestiona todo y los obliga a vivir con lo estrictamente
necesario – como el sustituto de pollo asado.

Además, escrita en plena Guerra Fría, Una rosa en el paraíso refiere claramente a las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki e, irónicamente, constituye una suerte de “premonición” del desastre nuclear de Chernóbil que ocurrirá cinco años más tarde. Mismo perfil de “fin del mundo”, que involucra errores de manipulaciones, por supuesto, pero sobre todo luchas desproporcionadas entre potencias adversas que resultan finalmente en destrucciones masivas. Por eso Mr. Gé decide que las bombas “deben explotar” para asegurarse que ya no existen, que no sigan siendo una amenaza. Después de su explosión, un número reducido de seres sobrevivientes deberá vivir en un confinamiento profundo por un largo periodo para que un nuevo ciclo se pueda iniciar.

En cuanto a los hijos gemelos de la pareja, nacidos dentro del refugio, descubren todo juntos, incluso su propia sexualidad. No tienen ningún concepto de lo que es “el mundo real” y sus padres no pueden explicárselos, por ejemplo cuando Jim sueña que “está a la superficie” y lleva a su madre en un diálogo de sordos sobre el “muro de afuera”: 
– Afuera, no hay muro. ¡Cuando estás entre muros, estás adentro! Afuera, no hay… Bueno, sí… Pero no hay por todas partes… ¡Y puedes pasar al lado!
– Pero entonces, ¿qué hay al final?
– ¿A final de qué?
– ¡Al final! ¡Siempre hay un muro al final!
– ¡Afuera no hay final! (pp. 92-93)

La señora Jonas se encuentra brutalmente enfrentada a la necesidad de describir “otra realidad”, sin punto de referencia, y se da cuenta al mismo tiempo que la realidad solo se puede invocar a partir de la diferencia entre ella y algo distinto, aunque esto fuera una apariencia o una ilusión. Asustada por la situación que la desafía a diario, se refugia en su tejido que hace y deshace eternamente, una suerte de Penélope, no a la espera de su esposo sino de una “vuelta al mundo real”.

En todo caso, las cosas no andarán como Mr. Gé lo tenía planificado y la vuelta a la superficie se hará en condiciones que en ningún momento había imaginado. Pero no les voy a contar el final, para no quitarles las ganas de leer la novela si todavía no la conocen, o de redescubrirla si ya le es familiar.

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