El mundo tal como es

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bonifacePor Pascal Boniface, Dr. Inst. de Rel. Internacionales y Estratégicas, París

Una de las múltiples lecciones que debemos extraer de esta crisis del coronavirus es que el mundo occidental tiene que aprender a ser modesto.

Pensábamos que una pandemia así sólo podía ocurrir en África o Asia; y que nosotros, los occidentales, estábamos a salvo, que nuestro sistema de atención sanitaria, nuestra riqueza, nos protegía. Al principio, contemplamos con condescendencia la forma con la que China combatió la epidemia, convencidos de que la existencia de cierto grado de atraso explicaba que ese país se enfrentara, de nuevo, a una crisis sanitaria de ese tipo.

 

Luego descubrimos que nuestro propio sistema de salud, aunque eficaz, quedaba desbordado. Unas semanas más tarde, se cavaban fosas comunes en Nueva York, una ciudad sobrepasada por la pandemia. El mundo entero contempló consternado que los occidentales no estaban a salvo, y nosotros mismos nos dimos cuenta de esa fragilidad.

Esta crisis ilustra de modo meridiano que el mundo occidental ha perdido, y ya desde hace un tiempo, el monopolio de poder que antaño ejerció. A lo largo de los últimos cinco siglos, los occidentales pudieron fijar reglas, fijar la agenda internacional, y se acostumbraron a que los demás las obedecieran y siguieran sus puntos de vista.

El caso es que los occidentales hemos seguido creyéndonos en el centro del mundo. Cuando sólo somos una parte de él. Confundimos demasiado a menudo comunidad occidental y comunidad internacional pensando que, cuando nosotros, los occidentales, decidimos algo, a los demás no les queda más opción que seguirnos. Creemos demasiado a menudo que nuestros valores son superiores a los de los demás; y por ello, si queremos volver a imponerlos con órdenes o coacciones, corremos el riesgo de sufrir grandes desilusiones. Tenemos demasiada tendencia a pensar que el punto de vista del otro no cuenta y que, cuando alguien se nos opone, no es que se oponga a nuestros intereses nacionales sino a los valores universales que se supone que representamos y, al mismo tiempo, promovemos. Por último, sobrevaloramos una y otra vez la coherencia de nuestro propio punto de vista y subestimamos el hecho de que nuestra incoherencia casi nunca pasa inadvertida en el mundo exterior.

Por lo tanto, debemos aceptar que los no occidentales no tengan el mismo punto de vista que no­sotros y que ello no es debido ­necesariamente a que son menos virtuosos, menos inteligentes o menos desarrollados. Es solamente que no tienen el mismo ADN ­estratégico que nosotros. Han desarrollado puntos de vista diferentes, y que los tengamos en cuenta no significa de modo ne­cesario ceder o renunciar a lo que somos. Es, más bien, una prueba de la voluntad de avanzar hacia ­soluciones comunes y de no ­querer imponer de nuevo nuestras soluciones a los demás.

La epidemia de la Covid-19 ha puesto al descubierto nuestros puntos débiles: nuestro sistema no está por encima de toda crítica. En el fondo, queriendo dar lecciones siempre a los demás, mirar al resto del mundo por encima del hombro, lo que hacemos es contribuir en cierto modo a nuestro propio debilitamiento, puesto que semejante actitud es ya inaceptable a los ojos del resto del mundo.

Por lo tanto, debemos desoccidentalizar nuestro punto de vista. Eso no significa renunciar a lo que somos, sino todo lo contrario. Creo, más bien, que los “occidentalistas”, esos que piensan que somos superiores a los demás, debilitan el campo occidental, como lo hicieron al desencadenar la guerra de Iraq en el 2003.

Estamos en un mundo en el que los occidentales ya no somos el conjunto del mundo. Si no entendemos eso, si no hacemos sitio a los demás, si no comprendemos que nuestros problemas, tanto la crisis del coronavirus como todos los demás desafíos a los que nos enfrentamos, sólo podrán resolverse con soluciones multilaterales en las que también participen los no occidentales, no conseguiremos superarlos.

Es también necesario renunciar a esa tendencia occidental que consiste en considerar dictaduras todos los países no occidentales. Hay, en efecto, una serie de regímenes autoritarios, pero también hay grandes democracias que se resisten a que los países occidentales impongan sus puntos de ­vista.

No existe una oposición binaria entre democracias occidentales y dictaduras no occidentales, los equilibrios son mucho más complejos, y simplificarlos de ese modo no hace más que poner de manifiesto una mala comprensión de las realidades y podría debilitarnos aun más.

Contemplemos el mundo tal como es y no tal como fue; es decir, con un mundo occidental que ya no está solo, que sin duda existe y muestra especificidades, ventajas, pero también carencias.

Y tengamos en cuenta el resto del mundo, donde existen otros valores, otras carencias y otros defectos.

Publicado en LA VANGUARDIA       6 – mayo – 2020

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