VIDA, PASIÓN Y AGONÍA DEL CONCEPTO DE DIGNIDAD

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VIDA, PASIÓN Y AGONÍA DEL CONCEPTO DE DIGNIDAD

Cristina Por Cristina Sánchez

El concepto de dignidad –que ha sido resignificado en nuestro medio en el contexto del estallido social surgido a partir de octubre–  ha sido siempre difícil de definir y de precisar.

Ha recorrido un largo trayecto en la historia del pensamiento occidental, ha servido de base y de lema para importantes proyectos humanos en pos de construir una mejor sociedad, pero llega a nuestros días transformado en motivo de arduos debates (hoy se escribe sobre la inutilidad o la estupidez de este concepto).

En antiguas culturas  –como la china, la griega o la romana– ya se mencionaba la dignidad, entendiendola como la igualdad esencial de todos los hombres.  Sócrates, Platón y Aristóteles la abordan en sus reflexiones relacionándola con la vida moral y concibiéndola como conducta virtuosa.

El jurista, filósofo y orador romano Cicerón la asocia a la razón que domina los impulsos, por lo que excluye a las bestias de la posesión de la dignidad. Humanistas como Petrarca, Ficino y Pico de la Mirandola –a fines de la Edad Media–, celebrando el valor del ser humano, contextualizaron este concepto en un marco intelectual y espiritual: el ser humano maneja el rumbo de su destino, es proceso y no producto acabado y, por tanto, la dignidad descansa en esa libertad que permite al hombre optar y ser creador autónomo de su existencia.

Bartolomé de las Casas y Michel de Montaigne agregaron a este desarrollo del concepto la idea de una igual dignidad para todos los seres humanos, independientemente de culturas, razas y credos (Montaigne incluso amplía su denotación para incorporar también a los animales y las plantas como sujetos de dignidad).

En el Siglo de las Luces es Kant quien, principalmente, aporta a la evolución del concepto de dignidad con su imperativo ético de tratar a cada ser humano como un fin en sí mismo y no como un medio, un instrumento o una cosa: lo ‘humano’ merece un respeto incondicionado.

Los pensadores existencialistas  –entre ellos, Sartre–  vuelven a relacionar dignidad y responsabilidad: cada persona tiene valor como resultado de su autodeterminación, de su libertad para escoger su forma de vida.

Las corrientes filosóficas de orientación cristiana (inspiradas en la filosofía de Tomás de Aquino) sostienen el valor de la persona humana, y el respeto que por ello merece, en la espiritualidad propia del alma que posee como creatura de Dios.

Actuales filósofos –como Habermas, por ejemplo–  distinguen entre prepersonas (antes de nacer) y personas (las nacidas). Las primeras poseen una dignidad limitada; en cambio, las segundas gozan de plena dignidad humana, su vida es inviolable y debe ser respetada.

Cerrando esta apretada síntesis, queremos referirnos a la bioeticista Ruth Macklin, quien advierte que el concepto de dignidad se ha tornado, en nuestros días, escurridizo y ambiguo, susceptible de recibir valoraciones muy distintas; en una palabra: se ha convertido en un concepto relativo y, sobre todo, muy ligado a enfoques religiosos. Por esto, ella lo considera inútil y prefiere el término autonomía.  Y, en esa misma línea, el psicólogo Steven Pinker asevera también que es más apropiado recurrir al principio de autonomía personal, ya que la noción de ‘dignidad’ está siendo usada mañosamente por militantes tanto política como religiosamente conservadores para oponerse, censurar y rechazar todo avance científico-tecnológico que sea capaz de mejorar la vida y la salud y disminuir el sufrimiento humano si, a su juicio, constituye una “ofensa a la dignidad humana”. Asimismo, en su ensayo La estupidez de la dignidad (2008), Pinker señala que en sociedades totalitarias, las represiones políticas o religiosas suelen racionalizarse como una defensa de la dignidad del Estado, del líder o del credo.

Como puede apreciarse, el concepto de dignidad ha experimentado a través de la historia una vida y una pasión.  Todavía no está fenecido (y probablemente nunca desaparezca). Aún se conserva como importante idea valórica enmarcada en esa reflexión sobre los fundamentos de la vida moral que llamamos ÉTICA.  Hoy es, sin embargo, un concepto polémico, controversial.  Pero ya sabemos que la ética –como lo ha asegurado uno de sus principales estudiosos, el español Fernando Savater– no está para zanjar debates, sino para iniciarlos.

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