Leviathán en cuarentena

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pooleThomas Poole

La famosa portada para la primera edición de “Leviathán” (1651) fue diseñada por el grabador Abraham Bosse en estrecha colaboración con Hobbes. La figura de Soberanía, la masiva composición corpórea que se cierne sobre la ciudad y el país, espada descomunal y báculo en mano, resulta inquietante, al menos para una sensibilidad moderna. Los sujetos, toda clase de hombres abarrotados juntos en el cuerpo artificial, como si se tratara de un “Wicker Man” de los primeros tiempos de la modernidad, miran la cabeza coronada. La cara de Soberanía, rodeada de una aborregada peluca real, está destinada a irradiar bondad, pero la mirada de ojos vidriosos me parece vacía.

 

En la ciudad que está abajo, las cosas parecen estar en correcto orden. Pero ¿qué tipo de orden? El lugar difícilmente es bullicioso. Es la antítesis de una pintura de Brueghel. En lugar de una superabundancia turbulenta de vida vivida desparramándose sobre el lienzo, existe un orden estéril. No hay multitudes reunidas, ninguna variedad, tampoco interacciones: de hecho, ninguna vitalidad aparente. Nadie sale a las atractivas plazas y avenidas de la ciudad de. (El campo más allá de los muros de la ciudad está igualmente despoblado). Media docena de figuras animan un lado de la ciudad, pero son soldados armados con picas, algunos patrullando los bastiones, otros en la plaza. Y, justo en el medio de la portada, hay dos figuras recorriendo la ciudad vacía. Sus ropas los identifican como médicos de la peste negra, con sus características máscaras de pico, las que contenían hierbas o esponjas empapadas en vinagre para filtrar el aire. He estudiado esta portada muchas veces, leído sobre ella y conversado con estudiantes respecto de la misma, pero nunca había notado estas figuras hasta que conocí el libro de Francesca Falk, “Eine gestische Geschichte der Grenze” (‘Una historia gestual de la frontera’), que incluye una discusión considerable sobre los médicos de la peste negra en el grabado de Bosse.

La escena es brillante y soleada -las condiciones en tierra se compensan por las amenazantes nubes de tormenta en mar adentro, más allá de las aguas territoriales del Estado- y es más o menos el medio día, a juzgar por las sombras que proyectan edificios y árboles. Una ciudad desierta, salvo por un puñado de médicos y oficiales militares, cuando debería ser todo lo contrario. ¿Es descabellado imaginar que la ciudad de la portada está en cuarentena?

Hobbes no era ajeno a la peste. La Inglaterra de la modernidad temprana experimentó oleadas de epidemias cada diez años más o menos, algunas con tasas de mortalidad urbana por sobre el veinte por ciento. El año extra como estudiante que tuvo que realizar Hobbes -graduarse le tomó más tiempo de lo que debería- pudo haberse motivado por la cancelación de los “Determinations” (exámenes orales) debido a la peste, que devastó Oxford tanto en 1606 como en 1607. Él produjo la primera traducción al inglés de “Historia de la Guerra del Peloponeso”, de Tucídides, a finales de la década de 1620. (“No hay nadie que me agrade como Tucídides”, escribió en su autobiografía en verso). Comenzando el segundo año de la guerra (430 AC), la peste devastó Atenas, llevándose la vida unos cien mil ciudadanos, incluyendo a Pericles. Según cuenta Tucídides, la consciencia popular de una muerte inminente tuvo como reacción una desmoralización absoluta, y la ciudad descendió en el caos. Como dice la traducción de Hobbes:

Ni el miedo de los dioses, ni tampoco las leyes de los hombres, impresionaba ya a ningún hombre: Las primeras no podían, porque ellos concluyeron que daba lo mismo adorarlas o no, viendo que igual todos perecían; tampoco las segundas podían hacerlo, pues ningún hombre esperaba que su vida pudiera durar hasta ser juzgado y castigado por sus crímenes”.

La narrativa de la peste de Tucídides sugiere que, si reemplazas el miedo a la autoridad secular con el pánico ciego sobre la supervivencia personal, las bases legales y convencionales del orden social se disuelven. Sin una expectativa realista de futuro ¿cómo se puede esperar que planifique mis acciones de acuerdo a leyes y convenciones? Las propuestas que emergen del relato de Tucídides sobre la peste, también influyeron en “Leviathán”. Pero en lugar de una narración de eventos históricos moviéndose desde el orden al caos, Hobbes ofrece un experimento de reflexión sistemática que toma la trayectoria opuesta, desde la barbarie natural a la civilización dentro del Estado. El miedo juega un rol estructurante en todo momento, tanto para sacar a la humanidad de su condición de naturaleza como en mantener la condición de civilidad una vez establecida. Si, desde un ángulo, “Leviathán” es una máquina ensamblada para producir ley, desde otro, es una criatura lo suficientemente temible para inclinarnos a obedecer. Sea lo que sea que el gobierno haga, el truco que siempre debe lograr, según Hobbes, es hacer que temamos romper las leyes, mientras nos asegura que no tenemos causas reales para temer por nuestra supervivencia. Bernard Williams describió esta necesidad de asegurar orden, protección, seguridad y confianza como la “primera cuestión política”: a menos que pueda ser resuelta, las condiciones de co-operación no existen y el gobierno no puede cumplir ninguna otra cosa que podríamos pedirle.

A menudo se piensa que Hobbes tuvo como principal preocupación las amenazas políticas al Estado, tales como la guerra o las rebeliones. Pero la presencia de los médicos de la peste negra en la portada indica que estaba trabajando con una concepción más amplia de seguridad pública. Él sabía, a partir de Tucídides, que los ataques sobre los muros de la ciudad podían tomar distintas formas, tanto biológicas y sicológicas como marciales. La inclusión de los médicos de la peste negra sugiere que Hobbes vio a la protección contra las epidemias como una de las tareas centrales del Estado, utilizando medidas tanto médicas como regulatorias. La primera ley nacional para enfrentar la peste en Inglaterra data de 1579 (pocos años antes del nacimiento de Hobbes), cuando el Privy Council ordenó a los enfermos, y a sus familias, permanecer bajo arresto domiciliario por seis semanas. La ciencia médica y civil evolucionó considerablemente durante la vida de Hobbes. En 1666, luego de la Gran Peste, lazaretos fueron construidos para que los enfermos fueran atendidos en aislamiento del resto de la comunidad, con el costo cubierto por los impuestos nacionales.

Asumir que la portada de “Leviathán” presenta una escena normal o idealizada no es especialmente reconfortante. La total ausencia de ciudadanos combinada con la presencia de oficiales de seguridad da a la ciudad un aire de estar bajo permanente estado de sitio. Casi podría ser una figuración del comentario de David Hume, un siglo después, de que los campamentos militares “son las verdaderas madres de las ciudades”. Atento al poder disruptivo de conmociones tales como la guerra, la revolución y la peste, Hobbes subestima la más insidiosa, pero todavía amenazante, propuesta de una población en confinamiento forzada a adoptar una mentalidad de asedio. El miedo y la desilusión también hacen su trabajo. Podemos subestimar, a medias, tal vez a propósito, la cualidad de campamento militar de nuestras ciudades incluso en tiempos “normales”, y aceptar que a veces es necesario que las ciudades se conviertan en ese tipo de campos. Pero la vida desnuda no es suficiente. No podemos simplemente querer sobrevivir, queremos también vivir.

Artículo publicado originalmente en la London Review of Books en mayo de 2020, traducción de Luis Thielemann para revista ROSA

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