El mal es el mundo mismo

cruz

cruzPor Manuel Cruz

No deja de ser significativo que normalmente quienes tienen que responder por una acción que ha causado un daño objetivo y que, en consecuencia, podría hacerles merecedores del reproche de maldad en algún grado, acostumbran a argumentar, si no tienen forma humana de eludir su responsabilidad, que optaron por el mal menor.

 

Por supuesto que de este argumento se puede hacer una lectura superficial, atendiendo únicamente a lo que tiene de estrategia exculpatoria por parte de quien persigue liberarse de la mayor parte del peso que supondría tener que asumir las consecuencias del acto en cuestión y reparar de alguna manera el daño causado. Pero quizá, al margen de esta obvia intención defensiva, quepa hacer otra lectura de la argumentación. Porque en cierto modo está mostrando una forma específica, no del todo coincidente con la más habitual, de entender la relación de los seres humanos con el mal.

En efecto, a menudo al tener que dar cuenta de las razones por las que algunos llevaron a cabo acciones inequívocamente malas, tendemos a contraponer tales comportamientos a los de los que tuvieron comportamientos de una bondad indiscutible. Resulta difícil no derivar de este planteamiento del asunto una rotunda y maniquea contrapo­sición entre buenos y malos. Pero de inmediato se deja ver que un tal enfoque no viene exento de problemas. Porque mientras los primeros, los buenos, pueden generarnos admiración, pero no perplejidad o estupor (si acaso, un cierto anhelo de emularlos), el comportamiento de los supuestos malos de una pieza ha sido desde ­antiguo motivo de discusión. Bastaría con recordar a este respecto la tesis platónica según la cual nadie hace el mal a sabiendas.

Pues bien, en cierto modo el protagonista imaginario de nuestro ejemplo inicial se acogía a dicha tesis. Porque al hablar en términos de una cuasi-inevitabilidad del mal (que él, hipotéticamente, habría amortiguado procurando que fuera del mal, el menos) estaría refiriéndose al mismo en clave realista. Porque, por así decirlo, la maldad se predicaría en primera instancia de la realidad misma, siendo solo de manera secundaria atributo de los seres humanos, de los actores. Si planteamos la cosa en términos sociales resultará más fácil comprender lo que se está pretendiendo señalar. A propósito de la sociedad, lo que hemos comentado hasta aquí se podría formular diciendo que lo malo es un orden social injusto, cuya misma estructura constituyente conduce por sí sola, más allá de las particulares intenciones de los protagonistas, a generar de manera incesante daños a las personas (alguien podría añadir, pensando en los desastres ecológicos, que también a la propia naturaleza, y no le faltaría razón).

Se desprende de todo ello que el tradicional antagonismo o contraposición entre buenos y malos debería ser sustituido por otro, que diferenciara a aquellos que están a favor del bien de aquellos otros que se limitan a estar –formulémoslo así– a favor de la rea­lidad. Ciertamente, las expresiones exculpatorias más habituales de estos partidarios de la realidad certifican lo que venimos diciendo: “Esto es lo que hay”, “son las reglas del juego”, “no he inventado yo el sistema”, “si no lo hago yo, lo hará otro”, “ya me gustaría, ya, pero las cosas son así”, etcétera. A reforzar esta hipótesis vendría el hecho de que, al margen de que las exculpaciones sean las anteriores u otras de parecido tenor, nadie se define a sí mismo, de manera expresa, como defensor del mal ni hace apología sin reservas de las acciones que causan graves daños a otros. En consecuencia, si se acepta la perspectiva que estamos dibujando, solo resultaría pertinente empezar a hablar de la responsabilidad de tales sujetos en el momento en el que, estando en condiciones de transformar esa realidad ante la que tan dócilmente se pliegan y a la que endosan todo lo negativo, se abstuvieran de llevar a cabo dicha transformación de manera deliberada.

Si todo esto lo trasladáramos al terreno de lo que Adam Smith llamaba los sentimientos morales comprobaríamos con facilidad que también en este ámbito la tópica y maniquea contraposición que hemos criticado antes debería replantearse en la misma dirección. Lo dejó dicho Hannah Arendt ( Sobre la violencia ) en una conocida sentencia: “Lo contrario de lo emocional no es lo ‘racional’ sino la imposibilidad de emocionarse”. De manera análoga, el malo de veras preocupante (amén del efectivamente más habitual) no es el sádico patológico, sin duda existente pero minoritario, que disfruta infligiendo daño. Quien nos tendría que preocupar más en estos tiempos es el des-almado que considera una contingencia o una fata­lidad el sufrimiento ajeno, pero en ­ningún caso algo que se le pueda im­putar, por más que sea él quien efec­tivamente lo ha provocado. Y quien debería­ ­generarnos mayor temor aún es el cínico convencido de que el bien se hace, pero el mal simplemente tiene lugar. La maldad en el mundo de hoy ha ­terminado por resultar una variante de la indiferencia.

 

Publicado en LA VANGUARDIA     2 de octubre de 2020

Leave a Replay

Sobre Nosotros

Colabora con nuestra publicación. Somos una revista sin fines de lucro ni publicidad y queremos mantenernos libres durante toda nuestra existencia.

Librepensamiento 100%.

Social Media

Publicaciones Recientes

Recibe nuestro newsletter

Subscribete a nuestro boletín

No te enviaremos publicidad ni otra información que no sea la publicada por nosotros.