Diálogo Abierto con Marcela Paz Peña

Como ya hemos apreciado en otras entrevistas aparecidas en este espacio, el arte –y sobre todo el arte visual–  se ha tomado la agenda social, haciéndose parte constante de las banderas de lucha que se ven en las calles. La contingencia les ha dado herramientas a los artistas para extender su impacto creador hacia la ciudadanía, que manifiestamente lo reconoce y agradece, produciéndose así una relación dinámica y necesaria entre la gente de arte que extiende su producción estético-crítica más allá de museos y galerías y la retroalimentación de los ciudadanos que valorizan esta creatividad rebelde y cuestionadora. 

En el Diálogo Abierto de esta semana conversamos con MARCELA PAZ PEÑA (cuyo nombre artístico es Isonauta), artista, dibujante, diseñadora gráfica y activista social, quien nos comparte sus experiencias de lucha propia y colectiva en estos tiempos de agitación.

Entrevista de Gabriel Palma Garrido


IL.- Su arte es muy crítico con la sociedad en la que vivimos. ¿Qué la impulsó a llevar esa bandera del activismo?

MPP.- Mis ilustraciones son reflejo de mis propias experiencias, de las violencias que me han atravesado como mujer, como disidencia sexual y de las opresiones que he vivido por crecer en una sociedad machista. En mis inicios, dibujando de manera profesional en agencias de publicidad, solían comentarme que mis ideas eran muy sociales (y poco o nada comerciales). Claro que esto era algo malo para el rubro en que trabajaba. Pero creo que justamente esta fue la inflexión para mí. Entender mi arte como una forma de amplificar un mensaje social, como lo hice en mi libro álbum “Azul: un cuento contra el abuso” para hablar con niñas y niños sobre el abuso de poder entre los adultos y la infancia. Mis paste up, además, emplazan al espectador en la vía pública. Una especie de “funa” visual que trae una dignidad simbólica para las víctimas que releva mi arte.

Por alguna razón, nuestra sociedad tiene demasiado normalizada las conductas tóxicas y de abuso de poder. Desde las bromas sexistas, machistas, racistas, etc. O aprovecharse de una mujer si está inconsciente producto del alcohol. Mi arte es una invitación a desobedecer esta “normalidad”. Porque la preocupación de un hombre cishétero quizás es no poder salir a carretear el fin de semana porque hay cuarentena fase 2. En cambio, la lesbiana piensa: ojalá no me peguen por no parecer femenina, ojalá no me violen para “corregirme” y ojalá no me maten. Por eso es tan importante hablar de estas realidades, porque son aberrantes, suceden todos los días y muchas veces son invisibles para las personas.

IL.- ¿Cómo se ha visto afectada su labor durante la pandemia? ¿Cómo ha influido esta crisis en su trabajo como artista?

MPP.- La pandemia vino a precarizar el área de la cultura y las artes (área ya precarizada en el cotidiano sin la crisis sanitaria). Se cerraron espacios por autocuidado, como las ferias de artes y oficios que siempre acercaron nuestro arte a la gente. Y las ayudas sociales que el gobierno ofreció a las personas básicamente consistían en concursos. O sea, algunas personas merecen esa ayuda y otras no. Y con una ministra que comenta que “un peso menos en cultura es un peso para la salud” (sin desconocer que es una realidad) también es una instantánea de nuestra existencia. En la práctica la pandemia modificó mis alternativas y me obligó a adaptarme. Cada año es habitual que estampe algunas de mis ilustraciones en serigrafía sobre poleras, por ejemplo. Este año los insumos estuvieron agotados por meses y, con ello, también peligró la autogestión con la que sostengo mi trabajo en las calles. Básicamente, me adapté como toda la gente nomás. Soy diseñadora gráfica de profesión y recibí todo tipo de pedidos dibujados para llevar el año.

En paralelo sentía que poder pegar mis dibujos en las calles durante la pandemia me devolvía la esperanza. Poder manifestarme de manera pacífica y a través del arte fue mi terapia para mantenerme firme en un año marcado por la violencia institucionalizada y por esta amenaza invisible en acecho constante llamado Covid.

De todas maneras, también hago un agradecimiento público a todas las personas que apoyan el arte local y que prefieren los emprendimientos de mujeres y disidencias antes que las tiendas de retail. Existe un tejido social muy bonito y consciente, que ha ido tomando fuerza y siento que es parte de este nuevo despertar. Donde las prioridades ya no radican en el individualismo, sino en la colectividad y la solidaridad.

IL.- Su labor desde la calle le permite tener una perspectiva muy aterrizada de los conflictos sociales. ¿Hay alguna situación que haya vivido durante este período que le haya marcado significativamente?

MPP.- Sí. Mayormente la violencia con la que me he encontrado en el espacio público. Que las mujeres salgamos a hacer arte a la calle es una rebeldía. Nuestra sociedad tiene a la mujer ocupando solo el espacio privado, el rol histórico de la maternidad sumado a la crianza. Tomarnos las calles también fue tomarnos espacios que históricamente pertenecieron solo a los hombres. Levantar consignas que apelen a nuestros derechos fundamentales como el aborto legal, seguro y gratuito molesta a algunas personas. Esto se refleja cuando me rompen los paste up que pego en la calle. A veces también me han increpado por disputar el espacio público y en otros momentos me han echado de lugares por querer expresarme con mi arte. El arte en Chile ya es resistencia por sí solo si naciste en una familia pobre o de clase media. Pero el arte realizado por una mujer lesbiana es como esa plantita que nace y crece sobre la vereda.

Como bien dice Emma Goldman: “si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”.

IL.- ¿Qué opiniones le merece el proceso constituyente que vivimos hace unos meses? ¿Cómo ve el futuro que nos depara como país?

MPP.- Considero que fue un hecho histórico votar apruebo convención constituyente en el plebiscito para cambiar la constitución de Pinochet. Si bien este hecho no cambia nuestro presente inmediato (ya que requiere tiempo y un posterior plebiscito de salida para ser aprobado finalmente), sí considero que todo esto nos enseñó que la presión ejercida por las personas en las calles ha dado resultado. Que las y los estudiantes secundarios que saltaron los torniquetes removieron algo en la consciencia del pueblo. Que exigir una vida digna es un derecho básico. Y que no sentir rabia sí es privilegio de clase.

Es lamentable que todo este proceso histórico se desarrolle en paralelo a una violación sistemática de los derechos humanos en Chile. Con casi 500 víctimas de trauma ocular y la criminalización del legítimo derecho a manifestarse. A todas las personas que dijeron que esta no era la forma. Precisamente esta ha sido la forma de ver cambios tangibles. Como dice una amiga: “lo personal fue más que nunca colectivo y eso es mejor”.

Y sobre el futuro espero reparación, justicia, libertad para los presos de la revuelta y no más impunidad para los responsables políticos y materiales de las violaciones de los derechos humanos.

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