Recursos empleados por los agentes del Ejército de los Andes durante la Guerra de Zapa. (Parte I)

Recursos empleados por los agentes del Ejército de los Andes durante la Guerra de Zapa. (Parte I)

Por Javier Campos Santander.[i]

En el marco de la investigación realizada para mi libro «Tras la huella de Manuel Rodríguez» (Ignición Editorial, 2021) entre los años 2012 y 2020, me ha sido posible recabar una serie de antecedentes quizás no tan conocidos respecto al «modus operandi» de los agentes revolucionarios enviados a Chile por el general José de San Martín durante el periodo que la historiografía chileno-argentina ha denominado tradicionalmente como «Reconquista» española —y en tiempos más recientes, como «Restauración monárquica»— y que comprende el tiempo transcurrido desde el fracaso del proyecto independentista chileno en la Batalla de Rancagua (1 y 2 de octubre de 1814) hasta el triunfo del Ejército de los Andes en Chacabuco (12 de febrero de 1817).

De forma paralela a la organización del Ejército de los Andes en Mendoza, y en la necesidad de conocer los recursos con los que contaba el enemigo en Chile, dimensionar su contingente militar y conocer su distribución y desplazamientos, el general San Martín montó una verdadera red de espionaje, desinformación y hostigamiento armado que buscaba, además, mantener al enemigo en agitación constante, despistado y disperso a lo largo de un frente extremadamente amplio, y por tanto, difícil de cubrir. Este conjunto de estratagemas es lo que ya en la época se conocía como «Guerra de Zapa».

Cabe señalar, y quizás no se ha reparado lo suficiente en ello, que una de las principales inspiraciones de San Martín para la aplicación de la Guerra de Zapa en América fue su experiencia personal en las filas del ejército español, especialmente durante la resistencia contra la invasión del ejército napoleónico a la península ibérica, durante la cual destacó, según consta de su foja de servicios de 1808, «en la guerra contra el gobierno de Francia, [donde] se halló mandando las guerrillas, habiendo tenido una acción distinguida contra los enemigos en Arjonilla en julio de 1808.».[1]

Introducción de los agentes en Chile: las detenciones simuladas.

El primer paso de la empresa era lograr la introducción exitosa del agente escogido en territorio chileno. Lo veremos a través del caso puntual de Manuel Rodríguez, abogado y ex secretario del general José Miguel Carrera, que para 1815 se encontraba exiliado en Mendoza. Puesto al servicio de San Martín, fue enviado a Chile previo «montaje comunicacional»: con el fin de despistar tanto a mendocinos como a chilenos, San Martín lo arrestó públicamente en Mendoza, montó un proceso con testigos en su contra e hizo correr el rumor de que lo había confinado a Buenos Aires, haciéndolo pasar previamente por San Luis. El procedimiento habitual era que, una vez iniciado el trayecto a la cárcel, los agentes cambiasen bruscamente de dirección tomando rumbo a Chile. De esta manera, cruzaban la cordillera secretamente mientras se les creía presos en las Provincias Unidas.[2] De forma similar se procedió, por ejemplo, con otros oficiales chilenos como el sargento mayor Pedro Antonio de la Fuente, el teniente Pedro Martínez de Aldunate, Diego Guzmán e Ibáñez y el subteniente de artillería Ramón Picarte.

El sistema organizacional

El historiador y político argentino Enrique Pavón Pereyra, en su estudio «La Guerra de Zapa: El servicio de informaciones en las campañas de Chile y de Perú» (1954), sugiere que San Martín implementó, de forma simultánea y complementaria, dos sistemas para la coordinación del servicio de informaciones: uno de tipo celular, «para todas las actividades que, además de proporcionarle informes sobre los realistas, debían cumplir tareas de carácter subversivo» sobre áreas geográficas mayores, dirigido por jefes de célula —entre ellos Manuel Rodríguez, Antonio Merino, José María Palacios, Juan Pablo Ramírez, Miguel Ureta, Pedro Segovia y «N. Graña»— y uno radial, compuesto por colaboradores a quienes se les encomendaban «misiones específicas aisladas, en las cuales los agentes vieron disminuidas sus posibilidades de actuar, ya sea por la acción del contraespionaje enemigo o por dificultades de otra índole». Entre éstos, habrían destacado el ex comisario de guerra Domingo Pérez, Francisco Silva, Santiago Bueras, Feliciano Silva y quien sucedería a Manuel Rodríguez como comandante militar de Colchagua, Antonio Rafael Velasco.[3]  

Seudónimos y claves

Otra aspecto fundamental para operar en la clandestinidad, además de una rigurosa organización, era el anonimato. Como lo podemos comprobar en los escasos documentos sobrevivientes del periodo, los emisarios revolucionarios adoptaron uno o varios alias; de esta forma, Manuel Rodríguez firmaba sus comunicaciones como «El Alemán», «Chancaca», «Kipen» o «Kiper», «Chispa», «Antonio Gómez» y «Español»; Diego Guzmán era «Víctor Gutiérrez», Antonio Merino era «El Americano», Juan Pablo Ramírez era «Antonio Astete», Ramón Picarte era «Vicente Roxas», Manuel Fuentes era «Feliciano Núñez», José María Palacios era «Alfajor», Francisco Salas era «Planchón» y «Chiflito» y N. Vivar era «Quinto».[4]

Tanto Diego Barros Arana como Ricardo Latcham han hecho alusión, además, al uso de un sistema de escritura en clave entre los agentes, que habría permitido remitir información de forma encriptada y segura. Según esta clave, cuyo original se conserva en la colección de manuscritos Barros Arana,[5] «lluvia» significaría expedición; «nueces», soldados de infantería; «pasas», de caballería; «uvas», de artillería; «trigos», victorias peruanas y «papas» derrotas realistas.


[1] Vicuña Mackenna, Benjamín (1863) El General don José de San Martín, p. 13-14; Bragoni, Beatriz (2019) San Martín, Una biografía política del libertador. p. 30-31, 90, 114.

[2]  Barros Arana, Diego (1857) Historia Jeneral de la Independencia de Chile, t. III, p. 335-336; (1889) Historia Jeneral de Chile, t. X, p. 331; Latcham, Ricardo (1932) Manuel Rodríguez, el Guerrillero, p. 123; Pavón Pereyra, Enrique (1954) La Guerra de Zapa: El servicio de informaciones en las campañas de Chile y de Perú, p. 281-282.

[3] Pavón Pereyra, ob. cit.,p. 277-280.

[4] Barros Arana (1889) ob. cit.,p. 428-429; Latcham, ob. cit. p. 151, 154; López Rubio, Sergio (1987) Los Vengadores de Rancagua, p. 157-158. Por otra parte, el escritor Guillermo Parvex, en su novela «¿Quién asesinó a Manuel Rodríguez?» (2019) p. 40 también le asigna, sobre bases que desconocemos, los seudónimos de «Virgilio», «Donaire» y «Arknán». Hasta donde hemos investigado, estos no figuran en ningún documento perteneciente o atribuido a Rodríguez, y a nuestro juicio corresponden a una invención del autor.

[5] Campos Santander, Javier (2020) «Tras la huella de Manuel Rodríguez», p. 86.


[i] Javier Campos Santander (La Serena, Chile, 1990) es Diseñador Gráfico, Conservador-Restaurador e Investigador histórico. Coleccionista de monedas y medallas latinoamericanas, es el gestor de “Medalla Histórica de Chile”, iniciativa que ha logrado, a la fecha, la acuñación de las medallas Bicentenario Batalla de Chacabuco (2017), Bicentenario Batalla de Maipú (2018) y 160 años de la Revolución Constituyente (2019). También participa como recreador histórico en la Asociación Histórico Cultural Guerra de Independencia de Chile, siendo además coautor del “Catálogo de Monedas Coloniales de Plata, ceca de Santiago de Chile” (2019) junto a Pablo Moya Mascaró y autor del libro “Tras la huella de Manuel Rodríguez” (Ignición Editorial, 2021).

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