Recursos empleados por los agentes del Ejército de los Andes durante la Guerra de Zapa (Parte II)

Por Javier Campos Santander.

Incentivo al desorden

Una vez en suelo chileno, los agentes de San Martín tenían la misión de reclutar a un contingente capaz de generar el ruido suficiente como para mantener cautiva la atención del ejército monárquico, sin entrar en confrontación directa. Más que una conversión imbuida de un repentino fervor patriótico, como se suele explicar en la historiografía tradicional, el bando independentista instrumentalizó y alentó el bandidaje rural preexistente para atentar contra el orden interno.[1]

Bajo la promesa de suministro de armas y de protección de los hacendados simpatizantes del movimiento revolucionario, se logró volcar a favor a bandas compuestas, generalmente, por hombres jóvenes, sin lazos familiares ni asentamiento fijo, que hasta entonces subsistían del abigeato y el asalto o «salteo» de caminos, y que por tanto eran dueños de una encomiable destreza en el manejo del caballo además de excelentes conocedores de la geografía del país, cualidades de las que carecía tanto el gobernador Marcó del Pont, que no salió de Santiago sino para intentar escapar precipitadamente a Lima, como parte importante de su oficialidad y tropa. Entre estas bandas de montoneros, que operaron principalmente en la zona central de Chile, destacarían las conformadas por el reputado salteador José Miguel Neira, señalada en algunas fuentes como «Los Neirinos», que asolaba en los valles de Curicó y Colchagua; y la implementada, armando a sus propios inquilinos, por el propietario de las haciendas de Teno y Comalle, Francisco Villota.

¿Palomas mensajeras?

El escritor, militar y académico chileno Sergio López Rubio, en su obra «Los vengadores de Rancagua» (1980) sugiere la utilización de palomas mensajeras por parte de los agentes del Ejército de los Andes, cosa que deduce de una comunicación enviada a «Diego López» —por lo visto, López Rubio consideraba que este nombre era un seudónimo de San Martín— por el agente Pablo Segovia el 16 de abril de 1816, en la que señala:

«Sea como fuere, nuestra correspondencia ha de continuar, sino por esa vía, será por los aires, pues lo adverso de la estación es corto obstáculo para privarnos del sumo gusto que las [cartas] de usted nos proporcionan.».[2]

El autor agrega, no sin razón, que esto fue un recurso muy efectivo empleado por los grandes ejércitos de la antigüedad, por los de las guerras napoleónicas e incluso por los involucrados en las guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX, sólo comenzando a decaer con la invención del telégrafo sin hilos. En vista a los antecedentes, no deberíamos descartar, en absoluto, su utilización durante la Guerras de Independencia americanas.

La «tinta simpática».

Otra teoría muy interesante es la señalada por Enrique Pavón Pereyra respecto a la utilización de «tinta simpática» o invisible, es decir, aquella que no puede revelarse sino mediante la aplicación de algún agente químico o físico, y que puede elaborarse a partir de algo tan simple como jugos vegetales que contengan goma, mucílago, albúmina o azúcar. El autor apunta:

«No obstante, —como lo han demostrado palmariamente oficiales de los Servicios de Inteligencia argentinos— se utilizaron los más diversos medios, inclusive mensajes cifrados y escritos con tinta simpática, tal como se desprende del documento que figura en la página 323 del Tomo II de los «Documentos referentes a la guerra de la independencia y emancipación política de la República Argentina» (y que citan el capitán del S. I. Vicente Ramírez y los tenientes 1º del S. I. Emilio R. Isola y Jorge Cayos, quienes han agotado este tema desde el punto de vista específicamente técnico).

Anotamos aquí, que tal vez ésta fuera una de las causas de la falta documental de las instrucciones impartidas por el Cuartel General en Mendoza a sus agentes en Chile. Dado que no sería nada difícil que, para evitar cualquier ulterioridad a consecuencia de posibles interceptaciones del contraespionaje realista, San Martín escribiese dichas instrucciones con tinta simpática y luego hayan sido destruidas. Por otra parte, la acción del tiempo hubiera borrado todo vestigio de escritura simpática, sobre todo teniendo en cuenta la técnica deficiente de aquella época».[3]


[1] Pinto Vallejos, Julio y Valdivia Ortíz de Zárate, Verónica (2009) ¿Chilenos todos? la construcción social de una nación (1810-1840). p. 99-105.

[2] López Rubio, Sergio, ob. cit., p. 154; versión completa en Comisión Nacional del Centenario (1910) Documentos del Archivo de San Martín, tomo III, p. 111-114.

[3] Pavón Pereyra, ob. cit., p. 290-291.

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