Diálogo Abierto con Montserrat González

MONTSERRAT GONZALEZ

El ámbito de la cultura  –como tantos otros fenómenos del quehacer humano– se ha visto tremendamente golpeado por efecto de la pandemia que vivimos como sociedad. Puede que, quizás, las disciplinas culturales sean de las más afectadas, puesto que estas dependen directamente de su interacción con la gente para mantenerse con vida. Este fenómeno ha llevado a los generadores de cultura a reinventarse drásticamente, para tratar de llevar sus aportes a las personas, pese a no poder interrelacionarse con la gente directamente.

En el Diálogo Abierto de esta semana conversamos con MONTSERRAT GONZÁLEZ VERA, profesora de castellano, periodista, escritora, dramaturga y académica de la Universidad Mayor, además de Magíster en Educación Universitaria, quien, desde su perspectiva multifacética, nos comentó cómo se ha vivido este proceso de nuevos aprendizajes y nuevas formas de hacer cultura.

Entrevista de  Gabriel Palma Garrido

IL.- Usted es docente universitaria, periodista, escritora, etc. ¿Cómo ha sobrellevado la pandemia? ¿Cómo han afectado las medidas sanitarias a todas estas ocupaciones suyas?

MG.- Antes de contestar, quiero agradecer por la entrevista. Es un placer para mí participar en Iniciativa Laicista, especialmente desde mi perspectiva como docente, que, si bien es cierto, no pertenecemos a una “primera línea”, los profesores somos una línea oculta, a veces invisible, pero fundamental en este tiempo.

Con respecto a la pregunta, este año he tenido que reestructurarme, como la mayoría de las personas, supongo, ya que hemos cambiado nuestros espacios por un hábitat único, donde solíamos separar funciones y desempeñarnos en distintos roles: docente, investigadora, escritora, madre, dueña de casa, hija, deportista, entre otras, y, de repente, te ves sentada en un escritorio desde que amanece hasta que ya no te quedan fuerzas mentales y el día se ha terminado. Pero sigues haciendo lo de siempre: lees, dictas clases, entremedio realizas algunas labores domésticas, escribes, te contactas con gente virtualmente, pero fusionada en una entidad. Y la situación que describo es totalmente verosímil; partió con unos primeros meses de aprendizaje, pensando que sería pasajero, y se convirtió en un hecho más que probable.

Un día de julio miré por la ventana de mi departamento, estaba lloviendo, y me di cuenta de que todo había cambiado. Yo estaba ahí, frente a un paisaje frío y gris, sintiendo el aire rozándome la cara, a punto de cerrar el primer semestre, quizás con la misma ropa que había comenzado mis clases, pero con una vida distinta. Había hecho en un par de meses más actividades que en los últimos dos años. Leí y escribí a diario, tomé un curso de apreciación cinematográfica, otro de cultura y conocimiento de vinos, uno de introducción a la novela y un sinfín de cosas más. Pero también me vi encerrada en cuatro paredes, convirtiéndome en mera espectadora de una sociedad injusta, más empobrecida, colapsada económica y moralmente, y me pregunté: ¿hasta cuándo? ¿por qué?  Y mis alumnos fueron vitales en esto. Intenté a través de una pantalla humanizar un poquito, ir más allá del aprendizaje, y eso sí que me pesó muchas veces. Me sentí impotente, enajenada, sabiendo que, al otro lado de tu portátil, no solo hay un alumno pasándolo mal, sino que es un núcleo familiar completo.

Resumiendo, esta pandemia me puso más activa que nunca, pese a que, en algún momento, pensé que no sobreviviría a ella. Aprendí a comunicarme de otra forma, a no ver más un noticiero de televisión, a enfrentar una clase a la distancia siendo lo más perceptiva posible, a valorar más el entorno, la vida y a mí.

IL.- ¿Cómo ve el país? ¿Construiremos una sociedad diferente después de esta crisis?

MG.- ¡Qué difícil pregunta! La sociedad siempre es diferente. Evoluciona, avanza, nunca es igual. Es cosa de mirar la historia, hay un caminar, pero los seres humanos no cambiamos. Entonces es casi imposible pensar que después de esta pandemia se construirá una sociedad diferente en cuanto a valores. ¡Cuántas pandemias han azotado la humanidad! ¡Cuántas muertes producto de estas! Ahora somos un país diferente, hemos vivido procesos de encierro, cuarentena, desempleo, cambios estructurales en educación, salud, en el arte, la cultura, y la economía ha seguido reactivándose, respondiendo a nuestro sistema neoliberal, beneficiándose los generadores de riqueza sin considerar el resto de la población. La pregunta es si el ser humano cambiará. El historiador Timothy Snyder plantea que después de esto existe la posibilidad de que seamos más solidarios, y eso sería muy beneficioso no solo en el ámbito humano, sino también en lo político, pero yo lo veo difícil. Somos egoístas por naturaleza.

Creo que al final nos lamentaremos de lo sucedido, de las pérdidas, de los muertos, de los problemas económicos y nos olvidaremos de la desigualdad de nuestro país.

Tengo más fe en el cambio social producto del llamado estallido social. De alguna manera eso no solamente cambió el actuar político, sino que, también, el de muchos de nuestros ciudadanos. Tal vez esto sí nos ha hecho tener más conciencia social.

Ojalá que después de esta pandemia trabajemos las injusticias sociales y nos preocupemos más de los demás, y salgamos de la burbuja consumista. Que seamos una sociedad más cohesionada y solidaria.

IL.- El plebiscito del 25 de octubre fue una instancia sumamente relevante para nuestro país. Gracias a este sufragio se consiguió el tan ansiado proceso constituyente para la redacción de una nueva Carta Magna. ¿Qué espera del proceso constituyente?

MG.- Lo primero es que logremos ponernos de acuerdo en un texto común. Las expectativas son altas, ojalá que se puedan canalizar junto con el descontento ciudadano, pero hay que ser realistas.  Partiendo por la desinformación para la inscripción o elección de los constituyentes que muy poco se sabe. No mucha hay difusión oficial.

En cuanto al contenido, deberían realizarse muchas reformas: laborales y sindicales, que los sueldos sean más equitativos; en el sistema de pensiones; en educación, especialmente en la pública y la situación de los profesores; en salud; en vivienda; en cultura. Cambios que estrechen la brecha entre ricos y pobres, que se distribuya mejor la riqueza. Que los pobladores de nuestro país tengan una mejor calidad de vida.

Pero lo primero es que se garantice la redacción de una constitución realmente democrática, con la participación de todos los sectores de la ciudadanía, con personas capacitadas e independientes, y con la verdadera voz de los pueblos originarios.

IL.- ¿Ha sido difícil adaptar las clases universitarias a los espacios telemáticos?  ¿Ha tenido que inventar nuevas formas de hacer pedagogía?

MG.- Por supuesto, todo ha sido difícil, nuevo y de mucha preparación. Llevaba un tiempo trabajando con carreras online y eso me ayudó un poco, pero tuve que replantearme mi rol de docente en un entorno online de aprendizaje, en medio de una situación muy complicada para las personas, y usar las herramientas pedagógicas del campus virtual. Las actividades personales, grupales, las instancias de participación, todo tuvo que ser diferente. Los orienté al trabajo individual y grupal fuera del horario de la clase, y eso generó resultados bastante positivos.

Como formadora, siempre he estado convencida de que en un proceso de enseñanza-aprendizaje es fundamental el contacto directo entre profesor y alumnos. Conversar con ellos, interactuar, conocerlos, guiarlos. Esto va más allá de la planificación y ejecución de las clases. Para instruirse, los estudiantes encuentran los contenidos en la plataforma o en internet (hoy en día se googlea todo), pero la idea es educar. Cuando comenzó el año académico, los docentes nos sentábamos frente a una pantalla y entrábamos a una clase virtual, donde los alumnos nos veían y escuchaban, pero nosotros no sabíamos quiénes estaban al otro lado. Nos aparecían los nombres de los estudiantes conectados, y eso era casi lo único que lográbamos conocer de ellos. Un par de estudiantes, chicas o chicos, hacían preguntas a través del chat y, si teníamos suerte, alguien conectaba el micrófono y nos hablaba. Algo pasaba acá. No se atrevían o no podía conectarse a través de cámaras o micrófonos por diversos motivos. Muchas veces me sentí haciendo un programa radial.

¿Cómo enfocar el proceso educativo si desconoces al o a la estudiante, sus características, sus estilos de aprendizaje? En mi área, lenguaje y comunicación oral y escrita, es indispensable visualizar los rasgos fisiológicos, cognitivos y efectivos de los alumnos(as), para entender cómo perciben, interaccionan o responden a los ambientes de aprendizaje. Detrás de una pantalla, esto era casi imposible. Por lo tanto, cambié el enfoque y empecé a generar solamente instancias de conversaciones, comenzando la clase preguntándoles por ellos, cómo estaban, dónde, si hacía frío, calor, les hablaba de algo de mí, de mi comuna, de lo que había leído, por ejemplo, y de a poco se fueron integrando a esta actividad que se repitió todas las sesiones, por supuesto que la mayoría participando a través del chat, pero esto hizo que, finalmente, la hora en que tenía que realizar la clase se convirtiera en una instancia de conversación, intercambio de opiniones, planteamientos, desahogos, críticas, expresión de ideas, pensamientos y, además, de consultas sobre las materias o contenidos que ellos, por su cuenta, debían revisar en la plataforma. Les subí guías para desarrollar, lecturas, cápsulas de contenidos, y las revisaba fuera del horario de clases. Realizaron trabajos, videos, investigaciones, y recibían en sus correos o foros la retroalimentación.   Esto me quitó bastante tiempo y terminé el semestre muy agotada. No sé si ha sido lo mejor, pero, como ya lo señalé, los resultados fueron bastante positivos. Ahora estoy de vacaciones y reevaluando este proceso para volver en marzo. ¿Haré lo mismo? No lo sé. Pero sí sé que hay que innovar en cuanto a las metodologías. Ya nada puede ser igual. La pandemia continúa y las dificultades también. Para nadie es fácil estar encerrado todo el día, con una gran carga emocional, compartiendo un computador con su familia, o internet, o el espacio, y tener que estar concentrado en una clase que lo invade de contenidos.

IL.-Sabemos que es una destacada escritora de relatos literarios. Dos de sus últimos cuentos se publicaron en la antología «Mujeres de miedo que cuentan», libro editado en México.  ¿Nos podría hablar de esa experiencia? ¿Por qué ha elegido el género terror para escribir literatura?

MG.- En realidad, yo no elegí el género terror, creo que él me eligió a mí. El 2019 me invitaron a participar en esta antología.  Había leído algunas antologías de Mujeres que Cuentan, que es una marca de Antología de escritoras de Latinoamérica, por lo tanto se convertía en un hito importantísimo para mí. Y el año pasado participé nuevamente en Mujeres que cuentan Secretos. La antología ya se publicó en varios países, pero aún no llega a Chile.

Bueno, en cuanto a la pregunta, la temática de terror o miedo no era para nada mi tendencia literaria, mi enfoque es más bien social. Así que anduve muchos días dándole vuelta a mi cabeza sobre qué podía escribir, y me pregunté qué es el miedo o más específico aún: ¿cuáles son mis miedos?

Miedo a fracasar. Miedo al ridículo. Miedo a perder a alguien. Miedo a perderte. Miedo a la oscuridad. Miedo a la muerte. Miedo a vivir. Miedo a la humanidad. Miedo a la injusticia. Miedo a la vejez. Miedo a la soledad. Miedo a amar…

Una gran lista revoloteó por mis alturas y una intensa emoción me invadió y me acordé de mi niñez, de mis noches de terror y pesadillas. Cuando era pequeña y apagaban las luces para que nos durmiéramos con mis hermanos, yo sentía unos pasos que se acercaban por el pasillo hasta mi cama. El miedo me atrapaba. Me cubría totalmente, y todo desaparecía. Fueron muchas noches así. Traté de decir lo que me pasaba, pero no le dieron importancia. Yo tenía cinco años y estaba indefensa con mis pesadillas y miedos. A veces los adultos no escuchamos a los niños y tienen mucho que decirnos, y los dejamos solos.

De aquí nació Escalofríos, la historia de un niño que por las noches escucha y siente unos pasos que se le acercan lentamente y se siente aterrado, y nadie se responsabiliza de lo que le pasa o ¿tal vez sí…? Mejor que lo lean…

El segundo cuento es Ocho minutos, ya lo tenía escrito, es una historia que nació de un reportaje que vi una vez sobre un joven mexicano condenado a muerte. Después de todas mis reflexiones sobre el miedo, me di cuenta de que esta es una historia aterradora. Un hombre es condenado a la pena de muerte y cuando lo están atando en la camilla, preparando, se da cuenta de que le queda muy poco tiempo y no quiere morirse sin que alguien que fue muy importante en su vida, conozca verdaderamente lo que pasó. Y en ese relato, entre el adormecimiento y la poca lucidez, a este joven que está siendo inyectado con veneno, lo escuchamos y somos testigos de una terrorífica situación, cuyos protagonistas son seres humanos. Ocho minutos tiene para contar su historia, los ocho minutos que dura la ejecución. Da lo mismo la esencia de su relato, eliminamos de la sociedad lo que no sirve o creemos que no nos sirve.

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