Recursos empleados por los agentes del Ejército de los Andes durante la Guerra de Zapa. (Parte III y final)

Javier Campos Santander.

Las «cartas supuestas».

Ya habiendo revisado varios de los recursos a los que echaron mano los agentes revolucionarios de la Guerra de Independencia, analizaremos uno de los más relevantes y mejor documentados: el uso de «cartas supuestas», redactadas con el propósito caer en manos enemigas, conteniendo y divulgando información falsa. El historiador argentino Bartolomé Mitre corrobora esta intencionalidad señalando que existen borradores —de puño y letra de San Martín— de dos cartas dirigidas a Manuel Rodríguez, fechadas el 6 de octubre y el 21 de diciembre de 1816, bajo la anotación de «Cartas supuestas».[1]En la primera de ellas, el general finge preocupación por no haber recibido noticias suyas en dos meses:

«Mi amigo:

Veo que su carácter tiene algo de fosfórico. ¡Qué diablos se ha hecho usted que me ha tenido todo el invierno sin sus noticias! Yo creía que las nieves de los Andes serían derretidas por el calor de esa imaginación de fuego, y con él se hubiera abierto un paso para hacerme sus comunicaciones, pero todo ha sido ilusión; á la verdad, si no fuesen los avisos del amigo Graña, creería ó que había fenecido ó que estaba en poder de Marcó».[2]

Luego le encomienda «salir de su cueva» para dirigirse a San Fernando, donde debía reunir 1000 caballos para el uso del Ejército de los Andes, además de recabar información sobre posibles fortificaciones en Talca, San Fernando, Curicó y Concepción. La segunda carta adquiere un tono más colérico:

«Son ustedes los chilenos, una especie de hombres que no sé á qué clase corresponden. El carácter de ustedes es el más incorregible que he conocido, todo lo quieren saber y nada alcanzan. ¡Porra, que ya me tienen aburrido! ¿Á qué diablos y con qué objeto han empezado ustedes á poner el sur en movimiento? ¿No les tengo dicho repetidas veces que se mantengan en la concha hasta mi arribo? ¿Á qué empezar á despertar al hombre y con qué objeto? Yo no encuentro otro que el de trastornar todo el plan; por ventura ¿se han creído ustedes que Neyra había de conquistar á Chile? Por si no ¿á qué despertar del sueño profundo en que estaba el hombre! Por otra parte ¿qué puede hacer un Neyra si no desopinar la causa y retraer los hombres de influencia ? Ningún sensato deseará estar bajo la férula de un salteador. Sí, mi amigo; si usted y los demás no hubieran promovido semejante disparate, el hombre no hubiera enviado fuerzas al sur, como me dice Graña que han salido bajo el mando de Sánchez, y tal vez nos va á costar mucha sangre, que hubiéramos ahorrado sin estos alborotos intempestivos. Ahora bien  ¿cómo con esta fuerza se reúne la caballada de que tanto necesitamos ? Más, ¿cómo se hará la explosión estando el Perú dominado por la fuerza? C… [carajo (?)] que son ustedes dignos de que Marcó les ponga el pie en el pescuezo eternamente; en fin, vamos (si es posible) á remediar lo hecho. Al efecto, se verá usted con Neyra y le prevendrá que se retire á los toldos del cacique Pañichiñé, que éste lo auxiliará con los víveres que necesite […] Siga la guerra de zapa; ésta y no los disparates que ustedes

han hecho, nos tienen que salvar.».[3]

Algunos autores, desconociendo la intencionalidad original de estas comunicaciones, las han malinterpretado como una simple reprimenda a Rodríguez, cuando el fin real era reforzar la creencia de que San Martín hacía los preparativos para cruzar su ejército por un paso cordillerano al sur de Santiago, especialmente por el paso del Planchón frente a la entonces villa de Curicó, de forma totalmente contraria a lo que final y efectivamente sucedió.

Además de estas cartas, también se hicieron circular falsos estados de fuerza, que magnificaban el contingente de los cuerpos del Ejército de los Andes, haciéndose énfasis en su calidad y disciplina. En uno de ellos, incluso, Manuel Rodríguez figura falsamente como comandante de un regimiento de infantería de negros compuesto por 660 plazas bien disciplinadas.[4]

Consumada la derrota de las fuerzas realistas en la batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817), el brigadier Rafael Maroto, comandante de las mismas, llegó a reconocer la efectividad de la «Guerra de Zapa» una vez procesado en Lima. En su declaración, efectuada el 17 de abril de 1817, señala:

«El insurgente San Martín, con falsas llamadas, cartas estudiosas, que acaso dejaría interceptarse y otros semejantes artefactos, logró divertir al señor capitán general figurando que su acometimiento era por tres puntos diversos y el principal por el camino que llaman del Planchón, fronterizo a la villa de Curicó y ciudad de Talca, según vine a saberlo en el tiempo que se dirá en el progreso de la declaración. A este objeto se terminó sin duda la invasión hecha por el insurgente Manuel Rodríguez en la villa de Melipilla a principios de Enero (en la cual asociado de doce hombres armados cometió muchos desórdenes) y las correrías que por otra parte realizó el insurgente Villota, hacia las cercanías de Curicó. Con estos trampantojos y otras nociones que se decía tener, el señor Presidente empezó a dividir la fuerza, destinando, como es indudable, toda la de Chillán, carabineros, húsares y dragones con sus respectivos jefes a los puntos de San Fernando, Curicó y Talca, situados a la banda del sur y a mucha distancia de la capital».[5]

En definitiva, la multiplicidad de recursos aplicados durante la guerra de zapa refleja la necesidad de volcar a favor una situación compleja sacrificando la menor cantidad de vidas humanas y recursos monetarios posibles, en momentos en que el principal desvelo de los líderes revolucionarios era vestir, armar, disciplinar y pagar a un ejército capaz de enfrentarse a tropas con un mayor grado de profesionalismo.  

A juzgar por los resultados, las acciones subversivas coordinadas por los agentes de San Martín rindieron prueba de su eficacia, provocando, por dar un ejemplo concreto, que en Chacabuco el ejército realista no lograse reunir más de 2000 hombres mal armados, muchos de ellos completamente extenuados pues habían tenido que trasladarse raudamente desde Colchagua —donde se encontraban combatiendo a las montoneras aliadas a los patriotas— hacia el norte de Santiago. Incluso algunos cuerpos de refuerzo, como el de Dragones de la Frontera, ni siquiera tuvieron tiempo de salir de Santiago hacia el campo de batalla, lo que resultó determinante para el buen éxito del Ejército de los Andes, que el 14 de febrero hacía su entrada en la capital, la que pese a los esfuerzos realistas, jamás volvería a caer bajo dominio monárquico.    


[1] Mitre, Bartolomé (1890) Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, p. 490. En el Archivo San Martín se presentan, además, como «Dos cartas á Manuel Rodríguez, calculadas para que caigan en poder del enemigo y hagan creer á este que se va á invadir por el sur en diciembre de 1816».

[2] Comisión Nacional del Centenario, ob. cit., p. 37-38.

[3] Comisión Nacional del Centenario, ob. cit., p. 39-41.

[4] Campos Santander, ob. cit., p. 104.

[5] Biblioteca Nacional de Chile (1930) Últimos días de la Reconquista Española. Proceso seguido de orden del Virrey del Perú a los Jefes y Oficiales del Ejército Real derrotado en Chacabuco. Colección de Historiadores y de documentos relativos a la Independencia de Chile, tomo XXVIII, p. 124.

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