Diálogo Abierto con Erick Millanao

Erick Millanao

El ámbito de las prisiones en nuestro país parece un tema tabú que pocos se atreven a abordar. Aunque claramente no somos ajenos al mundo del delito, pues los medios de comunicación se esmeran en generar cierta atmósfera de inseguridad cuando se abordan los hechos policiales, generando cierta victimización en la sociedad.

Lo cierto es que el fenómeno de las cárceles está lejos de alcanzar los estándares que se tienen en países desarrollados. Estamos, como región, muy lejos de llegar a un punto en que la reincidencia sea un hecho escaso más que algo común.

En el Diálogo Abierto de esta semana conversamos con ERICK MILLANAO TOLEDO, psicólogo de la Universidad de la República, experto en el sistema penitenciario nacional, Magíster en Educación Superior y Psicología Clínica Junguiana por la U. Adolfo Ibáñez, y docente de la Universidad UNIACC, quien –en base a su experiencia profesional en Gendarmería– nos compartió su visión acerca de la realidad de las cárceles en Chile.

Entrevista de Gabriel Palma Garrido

IL.-      ¿Cómo calificaría usted el sistema penitenciario chileno? ¿Qué deficiencias tiene? ¿Está a la altura de países desarrollados?

EM.- Partiré por el final. Muchas veces nos comparamos con la OCDE y nos perdemos un poco del barrio, de Latinoamérica. Si nos comparamos con países europeos, claramente no estamos a ese nivel, pero si nos comparamos con países dentro de nuestra región estamos muy por sobre el promedio en muchos niveles. Estamos a la altura de Argentina, de Uruguay, fácilmente nos podemos comparar con ellos, superando holgadamente a Brasil o Colombia. No conozco muy bien las realidades de los otros países, por ende, la comparación es difícil.

Estamos en un proceso de modernización de los mecanismos de reinserción y, en ese sentido, estamos bastante más próximos a países más primermundistas. Ahora, una cosa es lo que debería estar ocurriendo dentro de Chile en cuanto a sistema, y otra muy distinta es lo que realmente ocurre en cuanto a recursos destinados para alcanzar estos objetivos. Uno de los grandes problemas que tenemos es la falta de recursos, en todo tipo de aspectos.

Mucho de los procesos de intervención para lograr los objetivos de reinserción social pasa por tener más personal contratado, y desde el año 2009 se viene haciendo un esfuerzo más o menos importante para alcanzar ese objetivo. Sin embargo, claramente es insuficiente para llegar a los estándares para los que uno trabaja. A nivel de derechos humanos, las calidades de las cárceles han mejorado bastante también.

Hay que reconocer, eso sí, que existen muchos mitos sobre la calidad de vida dentro de las cárceles. La primera vez que entré a una cárcel tenía un poco de miedo, pensando en que estaría rodeado de tipos que tratarían de atacarme al instante. La realidad no es tan así. Ciertamente todos los estereotipos tienen un componente de verdad, pero hay que entender que dentro de estos recintos se vive una realidad distinta a la nuestra y no por eso debemos verlos como si fueran animales dentro de un zoológico. Es cierto que hay un gran porcentaje de psicopatía dentro de las cárceles en comparación con el resto de la sociedad, pero, aun así, son una minoría al interior de las penitenciarías.

En este sentido, reafirmo mi postura de que las cárceles siguen siendo para los pobres. Dentro de ellas existe gran porcentaje de vulnerabilidad social producto de un sinnúmero de factores que derivan en estas conductas.

IL.-      En un artículo suyo, usted habla sobre la marginalidad en la sociedad. ¿Cómo se relaciona la marginalidad y la vulnerabilidad con el fenómeno de la delincuencia?

EM.- Debemos entender que la delincuencia, el ejercicio del delito, ha existido siempre. La marginalidad ha sido un fenómeno paralelo a la delincuencia; también ha existido desde siempre.

En lo humano, la marginalidad ha estado presente siempre. Si nos fijamos, incluso existían dioses marginales, como Dionisio, un dios importante dentro de la mitología griega pero que vivía alejado de los demás dioses; ni siquiera vivía en el Olimpo.

De alguna forma las distintas sociedades se las han arreglado para integrar la marginalidad a su realidad. La concepción de la marginalidad no tiene mucho que ver con las ideas de un muro divisorio entre sectores (como lo planteó Trump en su momento). Sin embargo, en Chile desde los años ochenta esta idea de marginalidad fuera de los límites de la ciudad se ha ido integrando en los pensamientos de las personas. En películas como Machuca se puede apreciar un fenómeno inverso de integración social, pero que en el fondo significaban lo mismo.

Esta discusión nos lleva a preguntarnos quiénes son los marginados y quiénes son los que marginan. Perfectamente nosotros podríamos estar en ambos lados sin darnos cuenta. Es cosa de pensar en las personas con algún problema mental, o aquellos que viven con alguna deficiencia que les impida desplazarse por su cuenta. En fin, la sociedad los ha marginado a ellos simplemente porque se tiene la idea de que no podrán aportar lo que podría aportar una “persona común”. A todas luces un tema discutible.

El tema de la marginalidad va generando guetos, y el hacerse ser humano en esos guetos puede culminar en definirse identitariamente como un marginal, simplemente porque la sociedad ha decidido hacerme ver así, y resulta que si luego yo tengo actitudes que evidencien mi situación marginal, soy apuntado. Claramente provoca cierta crisis en aquellos que se han visto obligados socialmente a cumplir ese rol.

IL.-      ¿Cómo es para un gendarme tratar día a día con personas privadas de libertad?

EM.- Por un lado, uno como profesional, es una puerta de salida para aquellos que están cumpliendo condenas. En cambio, el gendarme, cumple un doble rol. Por un lado, es la opresión que ejerce el estado para controlar tu vida y, por otro, es quien comparte el día a día conmigo y quien me da la posibilidad de acceder a ciertas actividades de recreación o trabajo dentro de la prisión.

Me parce que la relación entre reclusos y uniformados ha cambiado mucho a lo largo del tiempo, considerando la inclusión del paradigma de los derechos humanos y que hoy en día es muy potente.

Hay que ser enfáticos en que las condiciones de trabajo de los gendarmes son bastante deficientes. Tienen compensaciones económicas importantes y, comparado con el resto de la población, se van a jubilar muy bien. Pero en el día a día, las condiciones de trabajo son complicadas. Durante el período de vacaciones, por ejemplo, se hacen turnos de 14 por 14, o sea, debe tener 14 días de trabajo sin salir de la cárcel para tener 14 días libres.

En las instituciones totales, como las cárceles, ocurre que las personas que están recluidas empiezan a perder su identidad de ser libre. Esto también les ocurre a los gendarmes. Esto provoca que cierto número de individuos empiece a vivir en un submundo, distinto de la realidad de afuera.

IL.-      Ciertamente esta crisis sanitaria por la que pasamos ha golpeado duramente al país. ¿Cómo ha afectado la pandemia a los reos y a los gendarmes?

EM.- Me parece que Chile ha sido uno de los países más responsables en cuanto al resguardo de los reclusos en las penitenciarías, independientemente de la opinión que uno pudiera tener de las autoridades. Creo que una de las cosas acertadas que han hecho ha sido el trabajo realizado con las cárceles. En ese sentido el gobierno ha sido sumamente responsable, y los reclusos también lo han sido.

Las personas privadas de libertad estuvieron un largo período sin contacto con sus cercanos de fuera de la prisión, y no tener contacto con la familia estando presos es difícil.

En un primer momento fue bastante complejo porque el virus se diseminó rápidamente, y las cárceles no son lugares propicios para practicar el distanciamiento físico.

La pandemia ha traído varios desafíos. En mi caso, por ejemplo, estoy haciendo teletrabajo, y eso ha implicado que debo hacer entrevistas con los internos.

Pero lo más curioso es que lo más negativo que tiene la cárcel, el aislamiento de la sociedad en general, se transformó en su mayor virtud porque, gracias a eso, el movimiento y vida dentro de las mismas se ha podido mantener de forma relativamente normal.

IL.-      ¿Qué opinión le merece la diferencia de tratos que hay entre personas detenidas por crímenes de lesa humanidad con los demás que han cometido otro tipo de ilícitos?

EM.- Yo trabajé cuatro años en Punta Peuco, así que creo tener experiencia en este tipo de temas. Claramente me planteé bien el tema de ir a trabajar allí, considerando todo lo que implica.

Mi forma de enfrentar la relación y la visión de esto es que son personas que están cumpliendo condenas por un delito. Yo no puedo empezar a juzgar o calificar mi relación con ellos en función del delito que hayan cometido, porque si no, cada uno podría entra a calificarlos por cuál es más grave y cuál no lo es tanto.

Lo que dice la legislación –y en base al paradigma de los derechos humanos– es que la cárcel no está hecha para estar castigando a la gente. Su objetivo es disminuir los índices de reincidencia delictiva. Lo que nosotros tratamos de hacer es lograr que las personas se logren reinsertar en la sociedad, sin caer en las actividades ilícitas de nuevo.

Lo que ocurre con aquellos que cometieron crímenes de lesa humanidad es que no le ven el sentido a estar presos porque saben que jamás podrán reinsertarse nuevamente, porque son personas de edad avanzada y porque sus delitos les impedirían hacerlo si quisiesen. Pero en términos de condiciones, deberían ser las mismas que las condiciones que cualquier otra persona que comete delitos.

Aquí entramos en la idea general de las personas de que estar en la cárcel debería ser casi en condiciones subhumanas, y claramente no puede ser así. Ocurre un fenómeno interesante porque la mayoría de las personas que cumplen condenas ven al Estado como la institución de represión y, por ende, se dedican a hacer el mayor daño posible al edificio de la cárcel, porque depende directamente del Estado. Algo distinto pasa con los condenados por crímenes contra los derechos humanos. Su formación es distinta, y tratan de mantener íntegro el espacio que ocupan.

Todas las cárceles se entregan nuevas. La mantención de las mismas es lo que varía según los distintos casos.

IL.-      ¿Qué cambios debería haber en el sistema carcelario, considerando la nueva sociedad que se nos avecina?

EM.- Primero que nada, el cambio debería ir por tener una visión más contemporánea de lo que es la prisión. Las cárceles no son para castigar, sino para bajar el índice de criminalidad de los sujetos y ayudarlos en la reinserción. Y eso pasa por un cambio cultural, naturalmente, y en cómo vemos a la cárcel en la actualidad. Quienes trabajan en el tema lo entiende, pero la mayoría de la sociedad no. O sea, podemos pensar que la reforma procesal penal que se dio hace unos años, que era muy garantista y que aseguraba los derechos de los sujetos, como la presunción de inocencia, etc., hoy en día ya no es así. Es común ver en los medios que si se deja a alguien libre mientras se realiza la investigación se ve como algo terrible. No está esa idea de que esa persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Que no se le pongan medidas cautelares no quiere decir que exista impunidad. Ahora, la legislación que establezca las penas es otro tema que requiere una discusión más profunda.

Una vez que seamos capaces de establecer una buena base en este proceso constituyente y en algún momento, cuando nos planteemos qué vamos a hacer en materia de delincuencia, antes de pensar en el encierro físico de los sujetos, me parece importante que nos cuestionemos el encierro psicológico que tienen las personas. Las personas muchas veces no ven otras oportunidades además de ejercer delitos, es como si eso fuera lo que debieran hacer y son prisioneros de una ideologización de lo que es la marginalidad que no les permite ver otros horizontes. Me parece que sería muy importante apuntar a la prevención en vez del castigo posterior. No sacamos nada con seguir metiendo gente a las cárceles si no vamos a prevenir que sigan apareciendo nuevos agentes delictivos.

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