Diálogo Abierto con Claudio Geisse: «El arte y la cultura son básicos en el diseño de una sociedad más justa y educada»

La cultura jamás se detiene. No se detuvo en todo lo que llevamos de pandemia y sigue sin detenerse ahora, en este período estival tan sumamente extraño y diferente a los demás que estamos viviendo. El mundo de la literatura ha sido un gran aporte para nuestro temple durante esta crisis sanitaria, y –por otro lado–  muchos escritores se han volcado a escribir historias sobre esta realidad enmarcada en la catástrofe biológica que nos acosa.

En el Diálogo Abierto de esta semana conversamos con un escritor y dramaturgo chileno: CLAUDIO GEISSE SARRETT, quien ha desarrollado una extensa labor de voluntariado al interior de las penitenciarías, y que hoy nos relata sus experiencias y vivencias mientras atraviesa esta pandemia.

Entrevista de Gabriel Palma Garrido

IL: ¿Cómo ha sobrellevado la pandemia y el confinamiento un hombre tan inquieto culturalmente como usted? ¿Ha tenido que “reinventarse”, como se dice ahora?

CG.- La he sobrellevado escribiendo. Como millones de personas, en ocasiones he experimentado ansiedad, el no entendimiento, la rabia, la inseguridad y la carencia de vínculo con otros, aunque en general no he tenido problemas con el confinamiento, ya que la pandemia me pilló viviendo en un lugar espacioso, por lo cual no vivencié la crueldad del encierro que muchas personas vivieron. Antes de la pandemia me relacionaba con mucha gente, costumbre que se cortó abruptamente. Me concentré en mis perritos, mi gata y los libros.

Producto de ese encierro asociado a la escritura terminé la “Novela Culiá” que será publicada bajo el sello Ediciones La Polla Literaria, en «Colección Negra 2021», a cargo del escritor y editor Gustavo Bernal. Esa colección incluye también a autores como Juan Carreño, Rodrigo Carvacho Alfaro y Cristina Chain, entre otros.

Ahora estoy concentrado terminando otro libro: “El nacimiento de la Melancolía”, una historia de invisibles y desaparecidos que inventan melancolías para sobrevivir.

También, junto al actor Luis Dubó, estamos trabajando permanentemente en la construcción de proyectos audiovisuales y obras de teatro. Uno de esos trabajos, “En la Orilla”, es una historia de amor entre olvidados que viven en la orilla de un río que se lleva las memorias y los personajes luchan porque así no sea, y que pretendemos montar durante el transcurso de este año.

IL: ¿Qué ha ocurrido con sus talleres de literatura y teatro en los recintos penitenciarios? ¿Se han debido postergar por tiempo indefinido?

CG.- Al inicio de la pandemia dejé de ir, y a pesar de todos los esfuerzos por continuar de manera telemática, Gendarmería, a través de su departamento de sistema cerrado y la dirección regional metropolitana, no dio el ancho ni tuvo la voluntad para implementar esta modalidad, teniendo los recursos, espacios y población objetiva.

El problema que visualizo es que la gestión cultural de la institución está a cargo de personas que no entienden ni les importa la cultura y el arte en sus definiciones de aplicación con personas privadas de libertad y que están a cargo porque son designados por uniformados o burócratas a los que tampoco les importa el tema. Al final, funcionarios que deberían tributar a la rehabilitación y al mejoramiento de las condiciones de las personas privadas de libertad, tributan laboralmente al orden y seguridad de la unidad y no a la salud mental ni al arte ni a la cultura. Para Gendarmería es mejor que “no se muevan las aguas de la cárcel”, que estén quietitas, que no haya ruido, que los presos no peleen. Para esta institución, que maneja la vida de las personas privadas de libertad, la seguridad es lo más importante y las personas encarceladas se vuelven invisibles, salvo para la estadística, pero no en su relación con la libertad obtenida luego de lograr las libertades. Incluso –considerando el mundo uniformado– esa desigualdad se deja ver en el trato entre oficiales y suboficiales, el miedo de profesionales al uniforme, el conflicto eterno del poder, el miedo y la humillación. También tiene que ver, por supuesto, con la escasa y mala formación de las instituciones que educan uniformados.

Sigo vinculado –desde los afectos y también desde lo laboral– con personas encarceladas y con otras que han cumplido condenas. También trabajando colaborativamente como voluntario de Leasur (www.leasur.cl), ONG que desarrolla proyectos, iniciativas e investigaciones que propende el uso mínimo de la cárcel, promocionando el respeto y la defensa de los derechos y dignidad de las personas encarceladas.

IL: ¿Cree –como se escucha decir a algunas personas– que habrá un antes y un después de la pandemia? ¿Cambiaremos en algún sentido los seres humanos con esta crisis?

CG.- Más que una creencia, es una certeza. Por supuesto, y a esto debe sumarse los muchísimos movimientos sociales que se validaron o nacieron luego de la explosión social de octubre de 2019. La suma de aquello, con la pandemia, hará lo suyo con nosotros y con la forma como vivimos y nos relacionamos.

Centrándome en la experiencia de trabajo con personas privadas de libertad durante 25 años, la cárcel –como institución– ha demostrado ser profundamente inútil, pero sigue siendo un negocio a gran escala, como también es un negocio la delincuencia, las personas que son alcohólicas o que fuman pasta, la salud mental. Ellos son un negocio que justifica el gasto social, son estadísticas que intentan justificar, pero que no pueden esconder la desigualdad de Chile. Esta desigualdad morbosa cambiará, la inutilidad de ciertas instituciones debe cambiar y ese cambio implica colocar a las personas en el centro de las intervenciones.

IL: ¿Cómo avizora el proceso constituyente?

CG.- Con ansiedad. Ahora, a pesar de que cualquier persona que la ley permita puede ser constituyente, veo con preocupación el ego intelectual y vanidad sentimental de algunos que pretenden ser constituyentes. No sé si en redes sociales les dicen que son muy interesantes, o la familia los quiere mucho para alentarlos a ser parte de este proceso, o se sienten llamados por un grito misterioso que proviene de algunas divinidades ocultas en las profundidades.

En cambio, hay otras personas muy interesantes que han venido desarrollando proyectos ambientales, políticos, barriales, sindicales, que han promovido la igualdad de género y el respeto de las diversidades, que conocen el Chile profundo. Espero que sean esas voces las que se escuchen y escriban la nueva constitución y que se vayan esos apellidos y personas que se vinculan directamente con el fracaso y robo de Chile.

IL: ¿Qué tipo de sociedad le gustaría que diseñemos los chilenos? ¿Cuál piensa que es el rol del arte y la cultura en esa sociedad?

CG.- El poeta Carlos Cociña hace años me dijo que, en el caso de que el arte desapareciera de la sociedad, volvería a nacer en los centros psiquiátricos y en las cárceles, porque es ahí donde existen gritos ahogados de humanidad y justicia. Y Cociña tiene toda la razón, pues el arte también se manifiesta desde el dolor y la injusticia, y el diseño de la nueva sociedad que tengamos debe universalizar el acceso al arte y la cultura y dejarla en manos de artistas y no de burócratas que no entienden, ni respetan ni les importan estos ámbitos fundamentales para el desarrollo del espíritu humano. El arte y la cultura son puntos básicos en el diseño de una sociedad más justa y educada.

IL: ¿Cómo ha enfrentado la docencia universitaria en estos tiempos de pandemia? ¿Qué virtudes y qué desventajas ha visto en las clases telemáticas?

CG.- Con tranquilidad, intentando generar una relación amable con todas las personas que implica una universidad. Ha sido complejo porque tuvimos que aprender a relacionarnos desde la pantalla, perdiendo la tridimensionalidad de la experiencia humana. Como virtud, si es que se puede llamar virtud, las clases telemáticas han vuelto a las personas más fuertes con las propias experiencias de soledad, ansiedad y el uso del tiempo y que mejorando e invirtiendo dinero por parte del estado, estas clases pueden ser una alternativa sin sesgos de desigualdad de acceso a equipos e internet, democratizando la relación con la tecnología asociada a las clases virtuales.

Y lo mejor de esta pandemia y las clases online, es que ha quedado clarísimo la relevancia de la presencia, parte de nuestra naturaleza social de relacionarnos, vernos y escucharnos.

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