MÍSTICA DEL VIAJERO SUTIL

hot air balloons, flying, above

Jorge Rodríguez Chirino

Facultad de Filosofía. Universidad de La Habana

La concepción del pensador como un viajero de un mundo sutil es tan antigua como la historia misma del pensamiento. Aunque la forma del viaje adquiera características «lógicas», laten en él reminiscencias provenientes de las cosmovisiones míticas y mágico-naturales. La concepción de un viaje a través de una región inexplorada y misteriosa. Y del mismo modo en que el Shaman es un ser privilegiado e investido de poderes (conferidos de modo misterioso), el pensador también lo es.

Aristóteles paseaba con sus discípulos por los jardines en torno a la Academia, ocasión propicia para la reflexión (peripathos). Viaje circular y centrado como su sistema de pensamiento. Y no olvidemos que los filósofos son aficionados a desandar caminos, por lo que más allá de los fundamentos encuentran el misterio, la zona impenetrable para el logos (y a partir de esta constatación sacan fuerzas para andar más lejos en el terreno que les es propicio).

El viaje místico, al no ser explicativo-exhaustivo (o al sólo serlo en un umbral que será abandonado), sigue la dirección vertical. El alma-pájaro se desprende de la «cárcel» del cuerpo, por lo que no implica movilidad espacial. Es más bien un viaje desde lo quieto.

La reflexión cartesiana construye una ciudad cuyo plano es estrictamente geométrico. Para andar por ella sin extraviarse es necesario dominar los «teoremas» geométricos fundamentales.

A Schopenhauer y a Nietzsche le interesan los pasadizos, laberínticos y subterráneos, de la ciudad moderna, aquellos que luego de atravesar los cimientos de viejas ciudades subyacentes, se funden con las capas más profundas de la tierra (ese ámbito donde ya no es posible construir).

Otros vuelven a caminos naturales, más abiertos o boscosos.

Kierkegaard enfrenta al hombre singular a la «encrucijada» de la posibilidad. María Zambrano mistifica los “claros del bosque”; y Edgar Allan Poe, en su ensayo Eureka, hace lo mismo con las cimas de las montañas. Heidegger construye su casa en las lindes del Bosque Negro. Baudelaire y Walter Benjamín retornan a las sinuosas y laberínticas ciudades. Conjurar, como un brujo (aunque se utilicen medios «lógicos»), la incertidumbre ante lo desconocido, y moverse fascinado por ello: dos sentimientos encontrados que conviven en el viajero sutil.

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