ÉTICA DE LA RESPONSABILIDAD

Daniel Navarrete Bustamante

Fue a mediados del siglo XX, debido al vertiginoso avance de la técnica, que “el hombre se volvió peligroso para el hombre”, en la medida en que puso en riesgo los grandes equilibrios naturales y biológicos que constituyen nuestros cimientos vitales.

La vida en el planeta tuvo sus reglamentos durante mucho tiempo, pues la naturaleza se constituía en un cerco infranqueable para la actuación humana. La naturaleza no era objeto de nuestra responsabilidad, pues cuidaba de sí misma.

Sin embargo, nuestro accionar tecnológico llega a transformarse en el centro de un desequilibrio específico, provocando distorsiones tan definitivas que se configura una dimensión de peligro sin precedentes en la historia de la vida; ni siquiera el mismo Francis Bacon pudo haber concebido un poder tan extraordinario, un dominio tan absoluto de la naturaleza.

Hans Jonas se percata de este “carácter modificado de la acción humana” que, merced a la técnica moderna, impacta en la naturaleza amenazando con una catástrofe planetaria. De este modo, el ser humano pasó a tener una relación de responsabilidad con su entorno, puesto que la naturaleza, por vez primera, se encuentra bajo su poder.

Para Paul Ricoeur, “se siente afectivamente responsable aquél a quien le es confiada la guarda de algo perecedero”. Todo ello obliga, entonces, a la elaboración de una nueva ética para los nuevos tiempos y los nuevos desafíos; una ética “vertical” que no “horizontal”; una ética para los seres humanos de hoy, pero que considera los intereses de personas que aún no existen; una ética que permite la extensión de la moral humanista occidental a algunas entidades no humanas; una ética, en fin, donde nuestra especie tiene el deber ontológico de custodiar a las otras especies.

El concepto de “responsabilidad” en relación con la ética fue acuñado, no obstante, por Max Weber a inicios del siglo XX. Él planteó que todas las éticas se ordenan en torno a dos tradiciones: las Éticas de la Convicción (fundadas en creencias, basadas en la tradición) y las Éticas de la Responsabilidad (elaboraciones lingüísticas reflexivas, sustentadas en una teoría que se interroga por “las consecuencias”). Esta distinción acarrea un cambio en la vida moral que obliga a pensar, ya no en la tradicional díada conceptual “virtud-vicio”, sino en otra que equilibra “principios y consecuencias”.

Una ética que no ponga atención en las consecuencias no es responsable, pero sin olvidar los principios, pues, parafraseando a Kant, “los principios sin las consecuencias son ciegos, y las consecuencias sin los principios son vacías”.

Un(a) ciudadano(a) moderno(a), informado(a) y consciente sabe que debe actuar en su medio conforme a la época en la que le corresponde vivir. Si su formación es humanista concebirá siempre a todos los seres humanos como agentes morales dotados de dignidad, gracias a su experiencia vital en un mundo complejo y diverso deliberará siempre entre “extraños morales”, y arribará a acuerdos siempre “a posteriori”, los que serán racionales, razonables y prudentes.

La ética de la responsabilidad es una guía para el ciudadano cosmopolita del siglo XXI, en un mundo que requiere soluciones morales para los conflictos que la ciencia y la técnica generan, pero que no pueden resolver.

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