La irresistible ascensión

Columna de Opinión

La irresistible ascensión

André Grimblatt, PhD

Contrariamente a todas las encuestas, análisis y previsiones, Donald Trump se impuso en las elecciones presidenciales estadounidenses. Si bien es cierto que si se cuenta voto a voto – como en los países como el nuestro, en donde se elige al Presidente por sufragio universal y directo -, Hilary Clinton obtuvo mayoría, o sea, más votos que el electo candidato republicano Donald Trump. Pero no es así el sistema electoral en Estados Unidos y gana aquel que obtiene mayor cantidad de delegados colegiados en un sistema indirecto de elección del primer mandatario por un período de 4 años renovable una vez.
La candidata demócrata ganó en la casi totalidad de los estados costeros, con la inesperada excepción de Florida en donde por muy pocos votos se impuso el candidato republicano, quien alcanzó mayor número de delegados y se convirtió en el próximo presidente de Estados Unidos.

Es complicado entender el ascenso político de Donald Trump. Por momentos nos sentimos tentados de pensar en la famosa obra del alemán Bertold Brecht La irresistible ascensión de Arturo Ui que expone los métodos estratégicos a través de los cuales Adolf Hitler ganó limpiamente las elecciones alemanas para ser Canciller. En efecto, Arturo Ui, caricatura de Adolf Hitler, se dirige a un prototipo bien específico de elector alemán, tremendamente mayoritario cuando vota en silencio por un candidato que le “llegó profundamente al alma”. Es así como Hitler se dirigió a quienes perdieron todo después de la firma del Tratado de Versalles en 1917. A aquellos que no digerían el hecho de haber perdido una guerra, aquellos que no digerían el hecho de que el país se había llenado de personas que venían de otras partes, aquellos que rechazaban todo tipo de alianza, ya sea económica, política o estratégica con los otros países de Europa (uber ales).

No cabe duda de que Estados Unidos es un gran país. Primera democracia representativa en la historia de la humanidad, aparece como un país en el que ininterrumpidamente ha actuado el orden democrático, sin que tenga períodos de dictadura o de polarización política, salvo el período de la guerra civil que dividió al norte con el sur, entre otras cosas por el tema de la esclavitud, sin que este tema haya sido el único que puso a las partes en conflicto armado, como a su vez asesinatos de presidentes como ocurriera con Lincoln y con Kennedy. Sin embargo, el régimen democrático, representativo y constitucional se ha mantenido de manera ejemplar a lo largo de su historia, llevando incluso, por ejemplo, a Richard Nixon a renunciar a su reelección una vez que se hizo público un fraude en su campaña electoral.

Así como ejemplar, para muchos, en su apego a los valores de libertad y de dignidad humana, Estados Unidos ha llevado, desde sus inicios una política activa en los conflictos que han estallado en los diferentes rincones del planeta. Desde su intervención en las guerras mundiales, luego Corea y Vietnam, Honduras, Nicaragua, Chile, Afganistán, Irak y Libia, entre otros, Estados Unidos se ha hecho presente en todos estos conflictos que implicaron sin duda un tremendo gasto público y una alta cantidad de bajas en vidas humanas.

Sin embargo, la gran potencia, fue perdiendo terreno en casi todos los ámbitos. De ser una potencia en todos los sentidos; hoy sólo se mantiene como potencia militar. El primer lugar como potencia financiera le fue arrebatado por China. El primer lugar como potencia industrial, también, le fue arrebatado por China. El primer lugar como potencia tecnológica le fue arrebatado por la Unión Europea, Japón y Corea. Sólo le queda hoy el primer lugar como potencia militar y por supuesto un excelente lugar, aunque lejos del primero en el PIB per cápita.

Esto último, junto a las oportunidades que ofrecía cuando su hegemonía era total, atrajo un masivo flujo de inmigración desde diversos orígenes, cuyos integrantes lograron beneficiarse de la abundancia de lo que quedaba de la economía más grande del planeta.

La población más antigua, los descendientes de los flujos migratorios de siglos pasados y en especial aquellos que veían desmoronarse el gran país que sus antepasados habían construido, aquellos que fueron cediendo sobre su poder de consumo, porque el crecimiento de la nación era cada vez más bajo, buscaron un responsable y Trump lo designó en alta voz, aunque ya todos lo pensaban en voz baja. Los responsables son esa mala gente que ha llegado, especialmente de países latinoamericanos y específicamente México. Fueron designados como los grandes responsables de la decadencia y junto a ello, se prometió que, al deshacerse de ellos, inmediatamente Estados Unidos volvería a ser una gran nación.

Las grandes naciones no se construyen expulsando o eliminando personas o etnias, esto lo ha demostrado la historia. Las grandes naciones se construyen con educación, capacitación, investigación científica, igualdad de oportunidades e innovación. Eso ha faltado en Estados Unidos en las últimas décadas y el ciudadano medio, descendiente de las primeras migraciones creyó el mensaje – porque es lo más simple, lo menos elaborado – de que los nuevos llegados son los culpables de la decadencia estadounidense.

Ese discurso ganó, ese discurso se impuso y ese discurso, aunque de manera más templada seguirá rigiendo Estados Unidos por los próximos cuatro años y quizá los próximos ocho años. Estaremos atentos desde enero a lo que vaya ocurriendo y seguiremos analizando los hechos para intentar entender, lo que hasta ahora, la gran mayoría de los habitantes de la tierra todavía no entiende.

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