El recreo debe terminar pronto

Columna de Opinión

El recreo debe terminar pronto

Sylvie R. Moulin

La verdad, debo quitarme el sombrero, porque lo que está pasando no tiene precedentes en la historia. Después de llegar a la Casa Blanca como el presidente más impopular, Donald Trump logró, en una semana en el oficio, poner millones de manifestantes en las calles y levantar protestas y marchas de solidaridad no solamente en su propio país sino en el mundo entero. Con un par de discursos insultantes, unas decisiones desvergonzadas y unas firmas intempestivas, juntó en un par de días más enemigos que todos sus predecesores. ¡Incluso Georges Bush Jr. le tiene envidia!

Pero en realidad, el tema no es de broma, y lo que vivimos en este momento – digo “vivimos” porque sería bien ingenuo y narcisista decir que esto no nos concierne – puede tener consecuencias irremediables. Por el lado positivo, su última metida de pata puede ser también la primera firma de su condena a muerte: se trata del decreto anti-inmigración impidiendo la entrada durante 90 días de nacionales de 7 países, en su mayor parte musulmanes – Irán, Irak, Libia, Somalia, Sudán, Siria y Yemen -, y suspendiendo el programa de acogida a refugiados durante por lo menos 120 días. Esta decisión, que  viola plena y sencillamente una ley del año 1965 prohibiendo la discriminación basada en el origen nacional, produjo obviamente clamores de protestas en EEUU y en el mundo, y está alimentando ahora las portadas y los programas de noticias. 

Sin embargo, no debería ser sorpresa para nadie, ya que durante toda su campaña, Trump anunció incansablemente esta última medida sobre la inmigración musulmana, provocando indignación de unos y aplausos de otros. Pero parece que no lo tomamos en serio en aquel entonces, y de nuevo uso la primera persona plural porque me incluyo en los que, primero, pensaron que ese desequilibrado nunca iba a salir ganador, y segundo, que en el peor de los casos – su elección –, no iba a cumplir con amenazas que iban en contra de todos los conceptos democráticos, humanitarios y sensatos.

 

El problema es que el nuevo dirigente americano tiene una característica a la cual no estamos acostumbrados en ninguna parte del planeta: cumple con sus promesas, y a una velocidad impresionante, llevando a su país – y al mundo – en una vertiente muy peligrosa. Y si lo que más ha circulado estas últimas horas, en los canales de noticias internacionales, fue la reacción indignada de varios jefes de estados opuestos a su posición, como el presidente de Francia y los primeros ministros de Canadá y Gran-Bretaña, no podemos ignorar tampoco que otros se están regocijando, como el primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu, que apoya de manera incondicional la política de antiinmigración de Trump y la construcción del famoso muro. Sin hablar de nuestra tristemente famosa Marine Le Pen, que todavía no ha publicado ninguna declaración porque tiene un funcionamiento un poco más lento, pero proclamaba en noviembre pasado que “la victoria de Trump [marcaba] la emergencia de un nuevo mundo”.

Además, si consideramos la amplitud de las reacciones y protestas dentro del territorio americano, me atrevería a decir que incluso algunos de sus “originalmente partidistas” tampoco midieron las consecuencias de su voto, y deben estar ahora tirándose de los pelos. Trump está tratando de convertir la democracia en el privilegio de un grupito, su grupito, algo al estilo de los “pobres de espíritu” dichosamente dueños del reino de los cielos, pero al parecer, nunca se le ocurrió que este privilegio no dependía de su firma y de sus pataletas. No se le ocurrió que además de la constitución de su propio país, tiene que tomar en consideración otros acuerdos internacionales, y que el planeta no es su cajón de arena para jugar con soldaditos de plomo. La semana pasada, se portó como el adolescente que se pega su primera borrachera o su primer viaje, pero pronto le van a quitar la cerveza y la hierba, que le guste o no. Y la resaca podría ser dolorosa…

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