Puros y castos

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Puros y castos

José Ortega Martínez

Ortega

Excelsior.com.mx30/05/2017

(fragmentos)

 Aprovecho este espacio para reiterar que las visiones ideológicas ya no son útiles para referenciar las razones, sentidos, objetivos del pensamiento y del quehacer social, comunitario y político. Quizá no lo fueron nunca, pero ahora, en los principios del siglo XXI, menos lo podrán ser. La mayoría de las personas en el mundo no utiliza ya conceptos ideológicos para tratar de ubicar sus preferencias, identidades, exigencias y demandas sociales. 

Veamos, por ejemplo, uno de los grandes problemas que padece la humanidad: la carencia de agua potable. Cuando cualquier persona, pueblo o comunidad de alguna parte del mundo demandan contar con este recurso natural para satisfacer necesidades vitales, no lo hacen porque sean de la izquierda o porque sean de la derecha; o porque sean cristianos, judíos, musulmanes, etcétera. Gestionan simplemente su derecho al agua potable en razón de aspirar a vivir con dignidad y, en no pocas ocasiones, en razón de una elemental exigencia para sobrevivir.

Adoptar la mejor tecnología y hacerse de los suficientes recursos para resolver este problema no debiera implicar la adscripción a una ideología, sea política o religiosa. En sentido diferente, lo que se requiere es sentido práctico, capacidad científica, los recursos técnicos y financieros y, sobre todo, eficacia y honradez en la gobernabilidad.

 

Pero si resulta aberrante aquella visión sobre la vida en la cual la humanidad se divide —de manera absoluta— entre los de derecha y los de izquierda, más absurdo y desquiciado resulta aquel pensamiento, aquella ideología, que divide al mundo entre los buenos y los malos, y en donde la razón de la existencia de los primeros consiste en exterminar a los segundos. 

Como lo sabemos, casi todas las ideologías y las religiones comparten esta concepción dual sobre la vida y sobre el desenvolvimiento de las sociedades humanas, y es en este marco donde los líderes religiosos y los líderes políticos ideologizados se asumen portadores de una misión: convertir a los malos en buenos, a los pecadores en inmaculados, a los infieles en devotos. Pero no hay que olvidar que, si llegado el caso, en donde los malos no quieren convertirse en buenos, entonces queda el remedio de terminar con ellos.

Es así que estas causas de La conversión han ocasionado verdaderas tragedias. Recientemente, apenas a finales del siglo XX, en la civilizada Europa pudimos ser testigos de cómo se entrelazaban la religión y la política para llevar a cabo una guerra de exterminio, como fue la que se llevó a cabo en la región de los Balcanes.

Pero religión y política, no lo olvidemos, siempre han estado estrechamente vinculadas y, por lo tanto, es frecuente la utilización de la política en las gestiones religiosas y la utilización de la religión para empresas políticas.

Esto sucede en todo tiempo, pero de manera especial en momentos de crisis, en donde surgen personajes que prometen limpiar la vida pública desde visiones absolutistas, ideologizadas y dogmáticas. Desde un podio convertido en púlpito, declaran quiénes son los buenos y quiénes son los malvados y desde una supuesta superioridad moral condenan y purifican. Redimen en la vida pública como lo pueden hacer en los conventos.

Este fervor puede resultar atractivo para amplios sectores de la población que, sin expectativas de mejoras en sus condiciones de vida, se entregan a los salvadores de almas.

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