Sociedad farandulesca

wilson tapia

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Por Wilson Tapia V.

Todo cambio generacional deja huellas profundas en los comportamientos humanos. Y, obviamente, es un error pensar que una generación es mejor que otra. Puede que la pasión que guía a los nuevos integrantes haga que éstos cometan errores, pero eso es posible que se subsane con el paso de los años y la llegada de la nueva maduración que acompaña a toda edad. El verdadero problema se presenta cuando las conductas sociales se alejan de comportamientos valóricos. Y tales actitudes y acciones comienzan a permear todos los estamentos sobre los que se sustentan las estructuras básicas de la sociedad. Ante eso, las soluciones automáticas no existen, por lo que los costos sociales son traumáticos y a menudo dejan huellas imborrables (genocidios, guerras, esclavitud, masacres, torturas, modelos excluyentes).  Huellas que nos hacen recordar nuestra condición de engendros imbuidos de una animalidad que sólo la socialización bien llevada permite superar.

Hoy vivimos una época de acomodo en que las ideas neoliberales ganan espacio en una ciudadanía que ni siquiera toma conciencia de lo que está ocurriendo a su alrededor. Tan sometida está a las exigencias de una competitividad desenfrenada que exacerban los medios de comunicación. Y las protestas que, a menudo nacen espontáneamente ante la arbitrariedad o impulsadas por razones políticas que enarbolan unos pocos, son ahogadas con represión o camufladas bajo excusas melifluas. Este último caso es el de padres de alumnos que protestan y tiran bombas molotov desde los tejados de establecimientos educacionales.

La clase política, por su parte, busca acomodo en posiciones que la identifiquen mejor con los mensajes que emiten los medios y/o las redes sociales. No importa que tales posturas se encuentren alejadas de las normas que la sociedad respeta o que oculten intereses muy ajenos de los que tales líderes dicen defender. Ejemplos en tal sentido los vemos en todos los sectores.  La derecha defiende intereses económicos que le han permitido históricamente manejar el país y, reiteradamente, los oculta tras posturas populistas baratas que hacen posible continúe manipulando los hilos de una urdiembre democrática que, por ese mismo motivo, hace tiempo se alejó del verdadero sentido de la democracia. Y la izquierda intenta subsistir, sin propuestas concretas, en un mundo en que las ideas neoliberales la dejaron sin  basamentos propios. En definitiva, también intenta flotar en un mar cuyas vertientes ideológicas le son absolutamente ajenas.

Quienes hoy miran hacia la próxima elección presidencial –en2021– ya barajan resultados. La ultraderechista Unión Demócrata Independiente (UDI) se frota las manos e intenta imponerse por sobre Renovación Nacional, su aliado en la actual administración presidencial. Sus aspiraciones aparecen avaladas en los buenos resultados que dan las encuestas a Joaquín Lavín. Este es el político mejor evaluado, a nivel nacional, con un 56% de aprobación. Se impone por 18 puntos a la expresidenta Michelle Bachelet (38%). En Renovación Nacional, el mejor evaluado es el senador Manuel José Ossandón (37%), quien ha experimentado un fuerte aumento desde que comenzó a aparecer de manera sostenida como panelista en programas de TV.

En la izquierda no asoma aún  ninguna figura, de allí que se siga pensando en Bachelet. Y no es que no existan postulantes, simplemente la experiencia vivida con el senador Alejandro Guillier, y el momento nebuloso que hoy atraviesa ese grupo de partidos, no ha permitido ni siquiera sacar una voz común frente a problemas políticos concretos. Por un lado, las colectividades que se definen de centro –Democracia Cristiana y Partido Radical– aún buscan la mejor manera de recuperar electores. Sus líderes más destacados piensan que la adscripción a posturas de izquierda, que los llevaron a gobernar el país con la Concertación de Partidos por la Democracia y, luego, con la Nueva Mayoría, debilitó su imagen.  En cuanto a la izquierda, el problema es aún mayor: carecen de postulados propios, válidos en la realidad actual. De allí que, a menudo, sus figuras más que adalides de un planteamiento ideológico alternativo, busquen ganar adeptos asumiendo como propios los mensajes de los medios de comunicación. Además, su estabilidad se ve amenazada por la aparición de movimientos que responden a demandas de las nuevas generaciones. Y ante tal realidad, la vacuidad de los mensajes importa poco.

Lo que parece llegar a la ciudadanía es un mensaje que deja claro que el único éxito válido es el triunfar en la competencia…y si se gana mucho dinero, se es un verdadero líder.

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