Sapere Aude: El aula sin muros

sapere aude 2019

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EL AULA SIN MUROS

La frase “aula sin muros” es de Marshall McLuhan, el pensador canadiense de las tecnologías. Se refería con ella a que, con la irrupción de los medios electrónicos de comunicación, la educación dejaba de ser tarea exclusiva de la escuela. El cine, la radio y, en especial, la TV despliegan tal cantidad de conocimientos que todos podemos nutrirnos de ellos sin necesidad de estar encerrados entre las paredes de una sala de clases.

 

El aula sin muros extiende el saber a escala global. La TV llega a todas partes y todos podemos saber lo que ocurre en todo el mundo de manera instantánea.

Últimamente, he estado recordando con frecuencia estas ideas de McLuhan. Por la misión que están cumpliendo, en medio de las circunstancias que padecemos, las tecnologías digitales. McLuhan falleció antes de conocer Internet, la telefonía móvil y las redes sociales, pero no caben dudas de que su teoría de los medios calza perfectamente con el impacto y los efectos de estas innovaciones.

mc luhan

Con el empleo de las redes sociales y el uso del teléfono celular –que para lo que menos lo ocupamos es para hablar por teléfono– podemos hoy día hablar del “habla sin muros”, la “amistad sin muros”, la “reunión sin muros”, el “periódico sin muros”, el “museo sin muros” y también, por supuesto, de la “denuncia sin muros”, la “crítica sin muros”, la “ofensa sin muros” y la “condena sin muros”.

Volvamos al aula sin paredes. McLuhan enseña sobre la gramática de las técnicas y los espacios que impone su irrupción, es decir, las consecuencias que trae consigo el empleo de estas técnicas. Entre otros efectos, la tecnología digital ha permitido el dictar clases a distancia, con interlocutores viéndose y escuchándose.

Pero ocurre, sin embargo una paradojal situación: experimentamos el aula sin muros porque los profesores podemos “conectarnos” con estudiantes que pueden residir en cualquier lugar del país (e, incluso, del planeta), pero por otra parte los dos actores involucrados en esta interrelación (los pedagogos y los estudiantes) hemos reducido la “sala de clases” a las paredes de una habitación en nuestros hogares. Y ahí funcionamos: sentados casi inmóviles frente a la pantalla del computador en una pieza de la casa.

Trato de dictar mis clases de pie por los achaques que trae el estar tanto tiempo sentado durante el día –acostumbraba a dictar mis lecciones caminando entre los escritorios de mis alumnos–, pero no puedo alejarme mucho porque me salgo del marco de la pantalla.

¡Ah, los efectos de las técnicas! Hemos adoptado por obligación el sistema de clases online. Y los calambres en las piernas, los dolores de la espalda y de los riñones tienen que sumarse, entonces, a las consecuencias del ambiente que forjan las tecnologías de las teleclases.

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