Diálogo Abierto

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JAVIER CAMPOS¿Cuánto conocemos realmente de nuestras figuras históricas?  Más allá de los datos que se adquieren en la enseñanza escolar, la profundización que hacemos de nuestros héroes es más bien leve. Por ello, la opinión común sobre ellos deja mucho que desear en cuanto a fidelidad.  En Chile, a nivel general, es poco lo que se conoce de los próceres de la patria, a pesar de ser altamente glorificados por toda la población.

Quizás el personaje más enigmático dentro de este selecto círculo es Manuel Rodríguez, un nombre que carga bajo su sombra un sinnúmero de leyendas y mitos que la mayoría de las veces son incomprobables.

En el Diálogo Abierto de esta semana conversamos con JAVIER CAMPOS SANTANDER, diseñador gráfico, restaurador e investigador histórico, quien lleva más de ocho años indagando en la vida de Rodríguez y que se apronta a publicar sus conclusiones en su libro Tras la huella de Manuel Rodríguez, obra que estará disponible a fines de este año.

Entrevista de Gabriel Palma Garrido

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IL.- ¿Cuál fue la motivación para realizar un trabajo investigativo sobre Manuel Rodríguez? ¿Por qué Rodríguez y no otra figura de la historia de Chile?

JC.- Siento que viene desde un gusto por la historia que he cultivado desde niño. Yo no soy historiador. Mi primera carrera es Diseño Gráfico y la segunda es Restauración y, paralelo a eso, siempre me he dedicado a la ilustración. También participo en un grupo de recreación histórica; representamos todo lo que es la Guerra de Independencia y, más específicamente, el período de Patria Nueva. La primera vez que los vi me dije que tenía que participar en eso porque es una forma mucho más vivida de aprender historia. Por lo visto no me equivoqué, porque esta experiencia te da una perspectiva mucho más completa que la que los libros pueden ofrecer.

Volviendo a la pregunta, la fascinación por este personaje viene de lo que uno encuentra en los pequeños libros de historia que tiene uno a mano en la casa, algunos son casi como anecdotarios. Justamente los hechos más importantes de esos libros son las anécdotas sobre Manuel Rodríguez. Yo enganché en el tema por ese lado. Hubo un momento en el que quise comprobar qué tan ciertas eran estas “anécdotas” narradas en estos textos; de ahí surgió la idea del libro que estoy escribiendo: ir desentrañando este anecdotario, determinar en qué punto estas cosas son ciertas o no y tratar de excavar un poco hasta encontrar al personaje más auténtico, más real, más comprobable posible.

IL.- ¿Qué conclusiones ha sacado de esta investigación? ¿Ha cambiado su percepción de Manuel Rodríguez, considerando toda la mitología que lleva el personaje a sus espaldas?

JC.- Definitivamente mi percepción cambió de manera considerable. Yo creo que lo primero que uno debe hacer en este tipo de investigaciones –y lo fui aprendiendo en el camino–  es dejar de lado todo el aprecio y la admiración que se pueda tener por el personaje, y así aprender a leer tanto a sus detractores como a quienes lo han ensalzado.

El caso de Manuel Rodríguez es único, pues su figura concita un aprecio total a nivel del ciudadano común. Es un personaje que nos llega en 2020 revestido con muchas capas de ensalzamiento, es un personaje casi mitológico. Lo que hay que hacer al escribir una biografía es, precisamente, no caer en ese discurso heroico y de glorificación que no hace más que alejarnos del hombre de carne y hueso que hay detrás. Esa fue una de las primeras conclusiones.

En cuanto a mi percepción de Rodríguez, efectivamente cambió. Uno siempre parte queriendo creer lo bueno, tratando de comprobar si lo legendario que se le atribuye fue realmente así. Pero desde aquí uno se empieza a dar cuenta –y es totalmente legítimo– que no actuaba por desinterés. Por ahí se dice que era el héroe más desinteresado de la patria; yo creo que sí tenía sus intereses. Debemos entender que era una época muy convulsa, en donde había veinteañeros y treintañeros luchando por el poder político. Es una verdadera reconfiguración, a nivel etario, de quiénes estaban gobernando en ese momento, hay un cambio de paradigma por así decirlo. En esta época convulsa todos se sentían capaces y con ganas de mandar, entonces Rodríguez también ansiaba su cuota de poder, no lo creo un personaje completamente desinteresado. No hay que culparlo por eso, no hay que emitir un juicio pues, en el fondo, se está tratando de comprender la actuación del personaje. Participó junto a Carrera durante la Patria Vieja, luego con San Martín durante la Reconquista, después participa con O’Higgins. Estuvo constantemente durante todo el proceso al lado de los hombres más grandes de su época, entonces creo que también se sentía capacitado para obtener su cuota de poder.

IL.- ¿Se podría decir entonces que la historia que se enseña a nivel general en nuestro país está basada en una mezcla de hechos reales y ficticios?

JC.- Sí, se da mucho de eso acá en Chile. A nivel de recreación histórica hablamos del “Photoshop de la historia” porque lo feo se omite, se suaviza, se trata con eufemismos, etc. Se habla mucho de la “Sorpresa de Cancha Rayada”, que en realidad no fue una sorpresa. Se la trata como sorpresa para exculpar a los jefes del ejército patriota de lo que fue, en realidad, un error táctico. Incluso Manuel Rodríguez funciona como un chivo expiatorio para los escritores con tendencias o’higginistas. Lo culpan por el desorden que había en las filas del ejército en ese momento, el desabastecimiento de Santiago posterior a la Batalla de Cancha Rayada. Y si uno lee las cifras nos damos cuenta que el desabastecimiento fue producto de lo ocurrido en Cancha Rayada y no por lo que hizo Rodríguez en Santiago.

IL.- Respecto a lo mismo, ¿será este un fenómeno que solo ocurre en Chile, o a nivel global pasa este tema de mezclar hechos ficticios con verdades?

JC.- Pasa en todo el mundo y tiene mucho que ver con las escuelas historiográficas, algo que se conoce como “positivismo histórico”. Se da en todas partes hasta el día de hoy. Tú puedes ver que el Ejército enseña la historia de esa misma forma todavía. En el fondo todos esos sesgos y glorificaciones de la guerra tienen que ver con una escuela historiográfica que, en Chile al menos, es muy tradicionalista y se ha mantenido así.

Acá en Chile se refuerza durante las guerras posteriores, pues se necesita aglutinar o generar un sentimiento patriótico con una especie de panteón. Pasa, por ejemplo, con los héroes de la independencia cuando se necesita reclutar gente para la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, como forma de justificar esta guerra, la cual es la primera guerra de Chile como república. Es en este momento, buscando un sentimiento nacionalista, cuando estos personajes ascienden al panteón. Asciende O’Higgins, San Martín, Rodríguez, hombres que hasta ese momento eran de carne y hueso. Otro caso importante es la figura de Prat durante la Guerra del Pacífico.M RODRIGUEZ 2

IL.- ¿Qué otras figuras de nuestra historia pueden estar construidas en base a datos erróneos o medias verdades?

JC.- Yo creo que todas las figuras tienen sus medias verdades, sobre todo los grandes personajes. Depende mucho de las lecturas que se hagan, pero definitivamente todos tienen sus aciertos y sus errores. Yo no soy de caer en el facilismo de tratar a O’Higgins, por ejemplo, como un tirano, porque hay que reconocer su obra también.

La historia que nos llega a nosotros, con cientos de años de desfase, la recibimos a través de novelas históricas que van añadiendo capas de construcción histórica a los personajes, al punto en que uno llega a ver la serie Héroes del año 2007 y uno da cuenta de errores de uniformología que se generaron durante el transcurso del siglo XX, de datos que son invenciones históricas, pero que después salen en las películas y series dándolas como hechos consumados. No me caben dudas que pasa con la mayoría de los personajes importantes de la historia de Chile.

IL.- Hace unos cuantos años causó revuelo una portada de uno de los libros de Jorge Baradit, en donde comparaba la figura de O’Higgins con la de Pinochet, ¿se debería dejar en enaltecer a figuras que llevaron a cabo ideas o sistemas poco aceptados en la actualidad?

JC.- A Baradit le reconozco el hecho de tenernos leyendo sobre historia, y eso le duele mucho a la academia por la forma en que plasma lo que escribe. Él nunca ha dicho que quiere ser historiador ni que pretende suplantar a uno, pero la cercanía con la gente y el éxito de sus libros genera cierto resentimiento dentro de la academia. Eso va a pasar siempre y, probablemente, me pasará a mí también porque yo tampoco vengo del mundo academizado de la historia. Uno, ante eso, trata de “ponerse el parche antes de la herida” haciendo un trabajo lo más serio y documentado posible.

En ese punto, cuando Baradit trata de hacer un poco más atractiva y comprensible la historia, sacrifica algunas cosas. En ese sentido yo critico el hecho de que en el siglo XXI se le exigen estándares de democracia y libertad a personas de hace 200 años atrás. Claramente un gobierno colonial nos parecerá una dictadura, pero hay que entender que esa era la forma que ellos entendían para gobernar, hay que comprender que son los primeros hombres en gobernar luego de cientos de años bajo el yugo de una monarquía. Todos los gobernadores del Chile colonial hasta este punto en la historia habían gobernado de manera autoritaria porque no conocían una concepción de gobierno más avanzada que esa. Yo creo que hacerles un juicio con los estándares morales del día de hoy es una visión errada.

IL.- ¿Cuáles son los aspectos más importantes a considerar al momento de hacer una investigación histórica?

JC.- Lo importante es tener la información suficiente para poder emitir juicios. Eso es lo que he tratado de hacer en este libro, buscando información lo más completa posible, llegar a las primeras fuentes, trabajar con ellas, hacer contrastes, que es en donde uno puede encontrar cosas interesantes. Ahora, de repente los documentos podrían no decir la verdad, pero por lo menos se tiene un documento de la época. No es necesario vivir la época como algunos dicen, pero sí es necesario documentarse lo mejor posible y hacer una revisión crítica de las fuentes. Esa es una de las cosas, sobre todo en el caso de Rodríguez, en las que se caen los autores porque asumen el mito como realidad. Y está pasando actualmente con libros como Manuel Rodríguez, Aún Tenemos Patria de Soledad Reyes Del Villar, en donde se reitera el mito del alumno desordenado que se escapa del colegio, y si tú buscas documentos de la época en ninguno se afirma lo que se reproduce en el libro. Así pasa con muchos personajes, creo yo, para llenar algún vacío documental.

IL.- ¿Qué opinión tiene sobre el enaltecimiento de las figuras históricas como Rodríguez, O’Higgins, entre otros, para discursos o posturas que muchas veces resultan extremistas en el siglo XXI?

JC.- Pienso que ese tipo de posturas van quedando en desuso. El otro día escuchaba un discurso del presidente Piñera en el “Día de la Bandera” y parecía prácticamente un discurso decimonónico. A nivel de Estado todavía se impone una visión de la historia muy glorificadora. Eso hoy está muy desacreditado. La tendencia debería estar en la historia crítica y en el revisionismo, y los personajes no deberían escapar de eso. Estimo que es muy interesante la idea de estudiar y entender al personaje, y la glorificación no nos ayuda en nada para lograr ese objetivo, nos hace quedarnos con lo que queremos ver y nos aleja del personaje real, se desvirtúa aún más. Lo mismo pasa con la apropiación política. Comúnmente se asocia a Manuel Rodríguez con el Frente Patriótico, pero actualmente hay movimientos de extrema derecha que también se han tratado de apropiar de la imagen y discurso de este personaje. Por ahí surgió un movimiento llamado “Aún tenemos patria” que viene desde en nacionalismo extremo. Todas estas apropiaciones políticas también desvirtúan al personaje real.

No estoy de acuerdo con este tipo de manifestaciones porque, en el fondo, se utiliza la imagen, fama y cariño de la gente por un personaje, para atribuirle ciertas acciones, ciertos valores propios de algún partido o movimiento. Esto igual se entiende porque los movimientos de extremos siempre han necesitado símbolos.

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