Francisco y el matrimonio homosexual

herreroJuan A. Herrero Brasas

Desde la década de los 70, el Vaticano se ha visto obligado a tratar repetidamente la cuestión homosexual como consecuencia de los avances del movimiento de liberación gay (para abreviar, uso esta expresión en su sentido original, incluyendo a hombres y mujeres homosexuales). A lo largo de estas décadas, la Santa Sede ha pasado de la condenación sin paliativos a la condescendencia, a la comprensión, y ahora a la aceptación… relativa.

 

Señalemos que aunque la jerarquía vaticana, y en última instancia el Papa, tiene la prerrogativa de dar el imprimátur final a cualquier declaración doctrinal, las declaraciones de los obispos, y más aún de las conferencias episcopales, llevan en sí mismas el sello de autoridad en cuestiones de teología moral, por tratarse de enseñanzas auténticas del magisterio.

Por sorprendente que pueda parecer, las declaraciones del Papa en apoyo al reconocimiento legal de las uniones civiles entre personas del mismo sexo tienen precedentes en anteriores enseñanzas del magisterio eclesiástico, enseñanzas estas convenientemente ignoradas en su momento. Por ejemplo, los obispos católicos de Inglaterra y Gales, en su carta pastoral An Introduction to the Pastoral Care of Homosexual People (1987), afirmaban que «la homosexualidad, como la heterosexualidad, es un estado o condición. Es moralmente neutro, y el homosexual, como el heterosexual, no es responsable de sus tendencias». A lo que añadían: «El sacerdote debe distinguir entre lo que es actividad sexual irresponsable e indiscriminada y lo que constituye una asociación permanente entre dos personas homosexuales que se sienten incapaces de sobrellevar una vida solitaria y carente de expresión sexual».

Más lejos iba la Conferencia Episcopal de Estados Unidos en sus Principios para guiar a confesores en cuestiones de homosexualidad (1991), donde se aconsejaba la formación de relaciones estables entre personas de orientación homosexual, y se afirmaba: «Así planteado, esto puede parecer que es colocar al homosexual en peligro de pecar, pero otros elementos en su plan de vida pueden aminorar este peligro, que está justificado teniendo en cuenta la necesidad de relaciones humanas profundas. […] Si una persona homosexual […] en su esfuerzo por desarrollar una relación estable con otra persona homosexual cae ocasionalmente en el pecado de impureza, se le debe dar la absolución [..] sin por ello romper esa amistad que le ha ayudado a crecer como persona».

La línea oficial vaticana ha sido siempre más dura, especialmente con Ratzinger –primero como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y después como Papa– y con Juan Pablo II. Tanto el uno como el otro movilizaron cielo y tierra contra los intentos de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y es paradójicamente ahí donde encontramos la raíz de las declaraciones de Francisco.

Un principio ético y de estrategia política de que hace uso el Vaticano es el de apostar por el mal menor cuando no hay mejor alternativa. Así lo recomendaba a los políticos católicos en los momentos en que se debatía la legalización del matrimonio gay. En esos momentos, el Vaticano recomendó apoyar leyes de parejas de hecho (a las que antes también se había opuesto) para desviar así la atención de la cuestión del matrimonio y neutralizar ese debate.

Es en ese contexto en el que cobra sentido la afirmación de Francisco de que su apoyo a las uniones civiles para homosexuales es algo que ya había manifestado durante su etapa como arzobispo de Buenos Aires. Efectivamente, así debió ser, siguiendo directrices vaticanas en aquel momento .

El posicionamiento del pontífice argentino podría, al menos originariamente, responder a esa estrategia, en un intento de evitar que se autorice el matrimonio gay en los países de tradición católica en que aún no se ha legalizado. Precisamente a esto parecen apuntar las urgentes y alarmadas aclaraciones –no se sabe si oficiales u oficiosas– que ha hecho el Vaticano sobre las polémicas declaraciones del pontífice.

Sea cual fuere su intención, estas declaraciones abren sin duda la puerta a la aceptación eclesial, si bien tardía y a remolque, del matrimonio civil entre personas del mismo sexo. Esto es así porque para la Iglesia la diferencia entre el reconocimiento legal de parejas de hecho, uniones civiles o matrimonio civil (heterosexual u homosexual) es en última instancia insustancial y puramente terminológica. Es una batalla de mero enfurruñamiento.

La Iglesia no reconoce más matrimonio que el canónico y sacramental. Por tanto, el Papa no puede dar su aprobación al matrimonio, entendido este en el sentido canónico, único sentido posible para la Iglesia, y esto es lo que se ha esforzado por dejar claro el Vaticano. Otra cosa es que la ley opte por denominar matrimonio a un contrato civil entre un hombre y una mujer o entre dos hombres o dos mujeres, pero eso, a los ojos de la Iglesia, no lo convierte en matrimonio auténtico. Para la Iglesia, el matrimonio civil no es realmente matrimonio. Es solo una cuestión de homonimia. En otras palabras, dos personas casadas por lo civil no están realmente casadas. Ello permitió que Letizia Ortiz, que había estado casada por lo civil, se pudiera casar sacramentalmente con el Príncipe Felipe. A los ojos de la Iglesia, ella no había estado casada. Su matrimonio civil era un mero contrato civil que se daba en llamar matrimonio sin serlo.

El matrimonio gay es exactamente el mismo caso: un contrato civil que, se le llame como se le llame, no es matrimonio. Si se le llama matrimonio será simplemente un caso más de homonimia. El resultado es que sobre esta premisa, y una vez aceptada la necesidad de un marco legal para las uniones entre personas de orientación homosexual, no hay una diferencia esencial entre denominarlas legalmente unión civil o matrimonio, ni esa homonimia afecta en nada a la doctrina de la Iglesia. En ambos casos quedan en la categoría de un contrato civil, que puede ser incidentalmente homónimo con el matrimonio.

Otra cosa es que el Papa llame familia a ese tipo de unión. Ahí sí parece que con corta-y-pega se manipuló el sentido de sus palabras. En cualquier caso sus palabras de un papa en apoyo de las uniones civiles para gays o lesbianas constituyen un hito histórico. Está por ver si alcanzan algún tipo de plasmación doctrinal o pastoral.

Se avecina una gran batalla.

Juan A. Herrero Brasas es profesor de Ética.

Publicado en EL MUNDO   6 de noviembre de 2020

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