La curiosidad (desde la biblioteca)

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Ramón Salaberria

La curiosidad es insubordinación en su más pura forma.

(Barra siniestra / Vladimir Nabokov)

Madres y padres, profesoras y directores escolares, coinciden en desear que sus hijos y estudiantes sean flexibles, independientes, seguros y curiosos. La realidad es que esto no sucede por accidente u ósmosis. Cernuda tituló la Realidad y el Deseo a su poesía reunida.

La curiosidad se nos presenta como un comportamiento deseado, digno de admiración: cercano al gusto por aprender, a la ampliación de los saberes, asociado al descubrimiento científico (al menos como preámbulo), supuesto motor del autodidacta, un interés espontáneo por lo no conocido. Casi una más a sumar a Las siete maravillas del mundo. Pero un repaso rápido a los mitos de la cultura occidental nos muestra que a los más radicalmente curiosos les ha ido mal, pero que muy mal: Eva es expulsada del paraíso por comer un fruto del árbol de la sabiduría; Pandora abre su famosa caja y desparrama toda suerte de males; la mujer de Lot tiene la curiosidad de mirar atrás para contemplar la destrucción de Sodoma y Gomorra y queda convertida en estatua de sal; y, en Ícaro, entre las razones que se manejan -desafío a los dioses, arrogancia…- para dar explicación a su intento por acercarse al sol, está la de la curiosidad.

Realidad y Deseo, Deseo y Realidad, que, respecto a la curiosidad, se observa también en el ámbito de la biblioteca (de la biblioteca pública, en especial).

La biblioteca, así, en general y en abstracto, ha sido contemplada como lugar donde saciar la sed del curioso. Un espacio que, sin explícitamente proponérselo, podía suscitar la curiosidad intelectual por el vagabundeo entre sus estantes. Saciar la sed y suscitar más sed. Pero la inmensa mayoría de las bibliotecas que conocemos no han sido concebidas como fuentes para la sed. Han sido pensadas, organizadas y operan para proporcionar rápidamente, más o menos, respuesta a una necesidad específica, un documento requerido por un usuario (de un autor, un título, de una materia), no para descubrir.

En esta dicotomía Deseo y Realidad algo más desconcierta. Que no se cultive la curiosidad, que se limite a dejarla crecer de manera silvestre. Al que le tocó, le tocó. La biblioteca como abrevadora de la curiosidad, no instigadora, explícitamente, de la curiosidad.

¿Se puede crear curiosidad? ¿Quizás incentivarla? ¿Podemos despertar la curiosidad dormida? ¿La serendipia puede ser la palanca para desencadenar la curiosidad? ¿Podemos insertar serendipia en una biblioteca, buscando incrementar la curiosidad de los públicos? ¿Podemos provocar la sorpresa? ¿Podemos jugar a sorprender, a despertar una curiosidad aletargada, insertando otro tema, otra aproximación en un entorno que no lo facilita? No hay un sólo camino para llegar a Roma.

¿Y si en esta era de sobreabundancia informativa la función del personal de una biblioteca pública cambiase? Un personal que, como en sus últimos escritos señalaba el experimentado bibliotecario francés Bertrand Calenge (1952-2016), sacara partido, no apuntando a la riqueza de los acervos ni a la sofisticación de las herramientas, del arte de proponer, agrupar, buscar. Personal bibliotecario que olvidara por un momento la encorsetada ortodoxia profesional y experimentara presentando los acervos por centros de interés claramente señalizados, que ambientara espacios y colecciones, que inventara, sugiriera, asombrara, estimulara y acompañara la búsqueda de saber y de emoción.

Una biblioteca pública que ofrezca oportunidades desde la serendipia: conjuntos documentales y actividades culturales, disposición de los espacios y lugares, modalidades de accesibilidad… Una biblioteca que propicie un auténtico encuentro sorprendente con sus acervos, ofreciendo a los públicos una nueva forma de acceder, gozosa e inesperadamente, a hallazgos felices por sorprendentes.

Publicado en Jardín Lac. Lectura, arte y conversación en (y para) el espacio público. Julio de 2021.

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