Democracia, libertad y saber

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Heber Leal

Nadie nace con genialidad política ni ninguna ortodoxia la puede proveer, pero sí la necesidad o la curiosidad por saber puede despertarla en el individuo cuando la busca con sensatez. La sabiduría política no debe concebirse tan lejana de la naturaleza razonable que distingue a la ética. Pero, antes de establecer la conjunción o complemento de estos saberes, hay que diferenciar correctamente la sabiduría ética de la convicción moralizante. Esta última tiene tintes mesiánicos, puede partir de un delirio personal, una tendencia generacional o una revolución. Pero la sabiduría ética, más que proponer salvación, busca responder a la realidad a través de una vía reflexiva que trasciende la exacerbación del cambio futurológico. En las deliberaciones políticas, se juega una figura extrapolable a la anterior, vale decir: una razón práctica frente a la astucia moralizante. Esta última es de gran riesgo al posibilitar el ingreso del totalitarismo y cuando ocurre de facto emerge el personalismo hegemónico, la soberbia de la opinión y la falsa superioridad moral.

La razón práctica en la dimensión política obviamente debe considerar el contexto y las necesidades democráticas, el valor de la libertad y el entorno humano y no humano; pero en esa tentativa debe evitar la embriaguez moralizante, el fervor de un activismo determinado o el fulgor de una justicia ciega que rompa los contrapesos axiológicos consensuados o en proceso de construcción. Requiere, sin duda, formación cívica, filosófica (de amplias corrientes), sociológicas, económicas, artísticas y lingüísticas. Y, sobre todo, prudencia política.

La influencia de los dispositivos comunicacionales y discursivos frente a la configuración de la prudencia política va más allá de ser accidental, porque se debe aprender a no incurrir en falacias argumentativas y a cuidar de no abusar de retóricas persuasivas que, de nuevo, decanten en la embriaguez moralizante, el fervor de un activismo determinado o el fulgor justiciero. En este sentido, el saber político requiere capacidad de examen y de cierta abstracción que le permita abordar un panorama de forma sinóptica; se puede involucrar como referente de acción (agente en sentido ético) o elemento de referencia frente a una problemática contingente, pero no reducir al todo o elevarse de forma vertical sobre las cabezas de aquellos que piensan de manera distinta. De lo contrario, y aquí cito las palabras que Richard Hare emplea de Kant: “lo que acaba produciendo es una repugnante mezcolanza (Mischmasch) de observaciones de segunda mano y principios medio racionales con los que los casquivanos se deleitan a sí mismos, al ser eso algo que pueden utilizar en su cotidiano chismorreo. Por otro lado, los que ya poseen entendimiento quedan confundidos por él y apartan los ojos con un disgusto que son incapaces de curar”.

Así, pues, la prudencia política debe cultivarse y sortear los desafíos sin incurrir en la mímesis de los polos opuestos, del exceso y el defecto, ser articuladora, evitar el maniqueísmo y más bien zozobrar en responsabilidad y reflexión prácticas. Para eso, cultivar la ética y la argumentación en los procesos formativos aporta con un granito de arena al equilibrio del peso y contrapeso. Despeja las vías del intelecto y permite proteger los principios básicos de toda libertad.

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