Editorial

Por Sylvie R. Moulin, directora.-

Al ser humano le gusta crear, desde el momento en que es capaz de usar sus manos. Cuando el niño abre sus regalos de navidad, se interesa más en el papel que lo envuelve y la cinta dorada, que en el juguete contenido en la caja, simplemente porque el papel y la cinta le permiten convertirse en creador. Puede, con ellos, inventar juegos o fabricar barcos y pajaritas, mientras el juguete, por muy sofisticado que sea, no le da esa opción y lo deja en un rol de “espectador pasivo”. Pero el creador inocente, al crecer, se deja llevar por su imaginación, y llegando a la edad adulta, a veces no sabe dónde fijar los límites y se deja llevar por sus sueños, su ambición, su deseo de riqueza y de poder.

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