Nuestra evolución moral

sapere aude

Sapere Aude  –  Rogelio Rodríguez

NUESTRA EVOLUCIÓN MORAL

La conciencia moral – el saber distinguir entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto – es temática disputada desde antiguo por filósofos y teólogos.  Hace algunos años los psicólogos entraron también al reparto.  Y ahora, nos dice Frans de Waal, los biólogos han metido la nariz también en el asunto.

Y a juzgar por lo que ha escrito este etólogo holandés en el libro que nos ocupa, no solo ha metido él la nariz, sino que ha entrado avasalladoramente en el tema con una interesante y provocadora teoría que nos ofrece.

¿Qué nos dice el enfoque biológico de De Waal sobre la moral?  Dice, de entrada, que no necesitamos a Dios para explicarnos la inclinación al bien que se observa en la mayoría de los seres humanos.  La religión no es  – como pretenden las conocidas doctrinas de la fe –  la fuente de los valores morales.

¿Por qué somos capaces, entonces, de diferenciar lo bueno de lo malo?  Por la capacidad que tenemos de ser buenos y malos.  Y esta capacidad debe rastrearse, según De Waal, en nuestra historia evolutiva.  Indagando las formas de comportarse y relacionarse de nuestros ancestros, se puede verificar si la moralidad es anterior a la religión, la que solo tiene un par de milenios de antigüedad.

El modo más cercano de poder saber algo del comportamiento de nuestros antepasados es observando la conducta de las especies primates más emparentadas con nosotros genéticamente, esto es, los chimpancés y los bonobos.  Para De Waal son estos últimos  – los bonobos –  los que más pistas pueden ofrecernos para saber cómo se comportaba nuestro ancestro común,  ya que han cambiado menos desde el punto de vista evolutivo y, por tanto, han retenido más rasgos originales.

Luego de guiarnos a través de páginas instructivas sobre la conducta simiesca observada en hábitats naturales y en laboratorios, nuestro primatólogo concluye: “La moralidad antecede a la religión, y desde luego a las religiones dominantes en la actualidad. Ya teníamos una moralidad plena cuando todavía vagábamos por la sabana en pequeñas bandas. Sólo cuando la escala de la sociedad comenzó a aumentar y las reglas de la reciprocidad y la reputación comenzaron a debilitarse, se hizo necesario un Dios moralizante”.

Los estudiosos de la ética, especialmente los filósofos, generalmente no consideran que la moralidad humana tenga que ver con orígenes ancestrales y programas evolutivos. Los teólogos, por cierto, rechazan de plano este planteamiento.  Pero para De Waal esto es justamente lo que se debe reconocerse a la vista de lo que nos enseñan los chimpancés y los bonobos: su sensibilidad a las emociones ajenas, su deseo de pertenencia grupal, su apego a normas naturales de buena convivencia. La necesidad de preservar la armonía dentro del grupo primate frente a la competencia por los recursos, da paso a manifestaciones naturales de justicia y equidad  entre los simios.

Somos, pues, animales morales porque – al igual que los actuales chimpancés y bonobos – nuestros ancestros llegaron evolutivamente a ser  animales sociales.  En lo que se refiere al respeto y valorización de los derechos y obligaciones en nuestro grupo de pertenencia, ha sido la biología la que nos ha preparado moralmente: “El código moral no viene impuesto desde arriba ni se deriva de principios bien razonados, sino que surge de valores implantados que han estado ahí desde la noche de los tiempos”. Nuestra moral es, pues, un logro de la evolución.

Para De Waal, sin embargo, nuestra  ética naturalizada no determina rígidamente nuestro comportamiento como ocurre con otras especies animales. En ello radica la diferencia entre nosotros, los “primates humanos”, y las demás especies de simios: no estamos programados biológicamente para conducirnos de una única manera; los seres humanos podemos optar entre diferentes modos de conducta.  Y esta no programación moral resulta altamente positiva, pues hemos pasado de una membrecía a escala grupal a una membrecía a escala mundial: somos, antes o después de todo, ciudadanos del planeta y nuestra ética debe tender ahora al respeto de los derechos de seres humanos que no conocemos siquiera. 

La humanidad debe, pues, a su juicio, seguir construyendo nuevas estructuras morales sobre los viejos fundamentos y, para esto, como ya no cuenta   –como en su pasado evolutivo–  con el auxilio de pautas biológicas, debe servirse ahora cada vez más de aquella facultad que posee como la más propia y distintiva: la facultad intelectual, la razón.  Tremendo desafío, ciertamente, pero necesario paso en nuestra evolución moral si queremos seguir conviviendo con relativa armonía en nuestras sociedades.

EL BONOBO Y LOS DIEZ MANDAMIENTOS, de Frans de Waal. Tusquets Editores, Buenos Aires, 2014  [283 págs.]


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